Hace unos días mi santa madre compartía un viejo soneto escrito por mi padre hace ya bastantes años. Lo hacía en su perfil de Facebook (sí, las madres españolas ahora tienen una o varias redes sociales) porque en el texto la buena mujer encontraba muchas dosis de actualidad tipografiada con las letras entrañables de aquella Olivetti Dora de la que recuerdo su mecánico sonido, amortiguado por las paredes que separaban el comedor de un despacho lleno de libros y humo de tabaco rubio.

Mi padre, Rafael González de Tena, era un lector casi compulsivo. Pertenecía a una generación que, a pesar de las estrecheces, creció entre libros y revistas gráficas como medio de entretenimiento y, sobre todo, de formación. Una época en la que las enciclopedias se compraban a plazos y de los libros de lance se hacía casi una religión. En los libros estaba todo, incluso en los supuestamente prohibidos o censurados durante el franquismo, porque se imprimían en México y llegaban aquí sin problema. Lo sé porque muchos de ellos, anteriores a la muerte de Franco, aún los conservo. Y estoy seguro de que mi padre no cruzó en aquella época ninguna frontera para comprarlos de estraperlo, salvo La Junquera, en 1974 y camino de Francia, cuando nos llevó a mi madre, mi abuela, mi tía, mi hermana y a un servidor en un Simca 900 a Lourdes, a ver a la Virgen. Desde Córdoba. Ida y vuelta.

Además de lector - y conductor español de los de antes- mi padre solía escribir. Era una de sus vocaciones y pudo cumplirla dando rienda suelta a la tecla y colaborando con algunos periódicos locales - uno de ellos fue 'La Voz de Córdoba' de los primeros años 80, por cierto- o en la radio. En un par de ocasiones Luis del Olmo, en el 'Buenos días, España' de 'Protagonistas', leyó dos cartas enviadas por mi padre a su programa, y aquello, como pueden imaginar, fue una fiesta en casa. Creo que una de esas lecturas quedó recogida en una vieja cinta de cassette que espero recuperar algún día.

No quiero aburrirles con la biografía familiar. Mi padre falleció hace diez años. Se lo llevó un Alzheimer que dio sus primeros mordiscos cuando él era muy joven aún, con 57 años, solo uno más de los 56 que yo tengo recién cumplidos.

Le recuerdo todos los días. Hablo con él, por supuesto. Le conozco ahora mejor que cuando estaba en este plano, en esta dimensión. Ahora entiendo sus desvelos como padre porque yo también lo soy. Hacerse mayor es arrepentirse de los pecados que has cometido contra tus padres cuando eres un joven listillo, idiota y egoísta. Pero sobre todo recuerdo cómo se anticipaba a muchas de las cosas que ahora estamos padeciendo en España y que a mí, en aquel tiempo, me parecía una actitud excesivamente pesimista y tremendamente carca.

Muchos de los artículos que escribió y que no han visto la luz, sus análisis irónicos y a veces socarrones, eran reflexiones sobre un devenir que podría parecer una distopía entonces pero que en este siglo y en esta España se han convertido en una amarga realidad.

Caló a los socialistas desde el 82 - antes supongo que también- y avisó de manera doméstica y también pública sobre la agenda de ruina moral y económica que más tarde han traído. Fue de los primeros en sentirse decepcionado con la derecha progre que todo lo basó en la gestión y la economía (pero no en mantener los principios y valores), y aunque ya le pilló malito y distraído - su cabeza comenzaba a viajar a lugares vacíos y grises- sufrió mucho con la ruptura total que supuso el 11-M y esa desgracia que fue Rodriguez Zapatero, apoyado por la España más vil y arribista. Como Dios escribe recto, quiso llevárselo antes de todo el légamo torcido que ahora padecemos. No piensen que era un ajo o un señor amargado: habría hecho chistes de todo porque sabía reírse hasta de su sombra. Ya con una afasia un tanto avanzada y siendo consciente de lo que venía, al Alzheimer le llamaba 'el alemán', a espaldas de mi madre, con cierta sonrisa y como para quitarle hierro al asunto. Pero por dentro de su alma desfilaba una procesión dura que en ocasiones salía en los textos, artículos que a mí me recuerdan a algunos autores actuales, tanto en la forma como, sobre todo, en el fondo contracultural y valiente. En la última lucidez operativa y con una caligrafía extraña a la suya, escribió sus últimas reflexiones antes de que, ya en una residencia, dejara de fumar o hablar español sencillamente porque lo olvidó.

Como he apuntado antes, el texto ahora recuperado por su esposa tiene muchos años, pero podría haberse escrito hoy mismo. Aunque no estaba fechado, el soneto encontrado por mi madre sé que es de mediados de los años 90, cuando aún gobernaban los socialistas, poco antes de la llegada de Aznar a la Moncloa. Una época que por cierto ahora deberían recordar con honestidad o tratar de conocer de verdad todos aquellos que nos hablan de un PSOE bueno y demócrata, conciliador y consensual. Nunca existió tal cosa.

El soneto dice así:

Con todo un gobierno al sillón pegado

y un partido en cien años de honradez

medio pueblo afectado de memez

ha sido mendazmente hipnotizado.

Con el medio por el fin desbaratado

a la ética han vestido de chochez

la nobleza se ha tornado avilantez

y un millón de granujas han triunfado.

Rapiñar bolsillos su afán ha sido.

Y con harto despilfarro que pervierte,

y un paneuropeísmo enloquecido,

nos han colocado la peor suerte.

Grotescamente hemos conseguido

envilecimiento, ruina y muerte.

El soneto lleva por título «Noche oscura de España», rindiendo un modesto homenaje, supongo, a la Noche oscura del alma de San Juan de la Cruz. Precisamente en la residencia cordobesa que lleva por nombre la del místico y santo carmelita, Rafael González de Tena marchó a la casa del Padre hace ya diez años, en una fría madrugada de febrero.

Yo le recuerdo a cada momento desde entonces y le hablo de mis cosas todos los días. Y conservo su ejemplo, sus artículos y los libros que leyó como la mejor de las herencias.