editorialla voz de córdoba

Y este daño ¿ quién lo paga ?

Con la sentencia absolutoria en el 'caso Astapa', finalmente se pone término al calvario personal y profesional sufrido por el empresario cordobés José Romero, una pesadilla que comenzó en el verano de 2008 con una desmesurada intervención judicial y policial. Esta actuación no solo arrastró al Grupo Prasa, una compañía que había alcanzado posiciones de liderazgo nacional en construcción y servicios, sino que acabó conduciéndola al concurso de acreedores.

La resolución del pasado viernes confirma que la actuación judicial y policial fue errónea y sobredimensionada, y que en ella estuvieron involucrados oscuros manejos del excomisario Villarejo, socavando la reputación y viabilidad de uno de los emblemas empresariales de Andalucía. El impacto reputacional de esta acusación injusta transformó un camino de éxito en una historia de cierres de crédito bancario, pérdida de activos, reducción de negocio y recorte de plantilla.

Una empresa que en 2005 alcanzó una facturación de más de 700 millones de euros, con presencia internacional en Europa, África y Sudamérica, se fue desmoronando hasta verse obligada a recurrir a la situación concursal.

A lo largo de estos 16 años, José Romero jamás se rindió, ni personal ni profesionalmente. A pesar de las dificultades, siempre defendió su honor y se negó a admitir culpabilidad alguna, conservando el respeto, el cariño y la admiración de aquellos que le acompañaron en su camino. Aunque se vio obligado a reducir su plantilla, siempre dio la cara y continuó defendiendo su integridad.

Superando enormes obstáculos, Romero impulsó un nuevo proyecto empresarial, el Grupo Rosmarino, que opera en sectores tan diversos como la promoción de viviendas en Polonia, la ganadería en los Pedroches, servicios asistenciales a mayores y actividades industriales, entre ellas Aserraderos de Villaviciosa, premiada con el Felipe González de Canales a la economía circular en 2020.

Por todo ello, el pasado viernes, a partir de media mañana, su teléfono (que nunca dejó de sonar) recibió numerosas llamadas de personas que siempre creyeron en él. Su casa se llenó de familiares, colaboradores y amigos que acudieron a celebrar juntos un momento de alegría tan esperado.

El tópico de la lentitud de la justicia se ha manifestado en este caso de forma cruel: ¿quién repara el dolor de una condena injusta que ha durado 16 años? ¿Quién devuelve las empresas, los empleos y la ilusión de un luchador nato cuya única misión fue siempre generar riqueza y trabajo?