Los amigos muertos: Don Carlos Ruiz Padilla
Entre los vicios más o menos confesables que me adornan, se encuentra un gusto desmedido por escusear la biblioteca del prójimo. Ya esté en la casa de un amigo, en el recibidor donde aguardo una reunión, en la sala de espera de un médico…. si hay una biblioteca, será objeto de mi glotona curiosidad. Puedo asegurar, con la autoridad que me dan los muchísimos años que llevo practicando este ( ¿ indigno ?) menester , que tal espionaje es un instrumento muy adecuado para conocer la personalidad, la inclinaciones y el nivel cultural del fisgoneado. Pero debo añadir que no me limito simplemente a huronear los anaqueles; en muchas ocasiones, me tomo la libertad de coger algún libro de las baldas y hojearlo y , a la misma vez, ojearlo con cierto detenimiento. Esta extracción da nueva información: puede que al tomar el libro mis manos se llenen de polvo y de pretéritas pelusas, lo que indica que el libro llevaba siglos sin haber sido removido del estante en cuestión, lo que puede dar lugar a muchas reflexiones que por discreción omito. Más lamentable aun son aquellos casos en el que el volumen está todavía protegido por un trasparente film de plástico, lo que denota que el pobre libro fue adquirido sólo como objeto de ornamento y no para ser leído, lo que apunta ciertos indicios en relación a la estulticia de su dueño ( Y a su más que probable condición de hortera berrendo en pretenciosidad ) . Hay casos, por el contrario, en que el libro tiene el deterioro inherente a haber sido leído y releído o, incluso, recoge discretos subrayados o delicadas anotaciones en sus páginas que, en mi opinión, honran al libro y a su propietario.
Hace unos días me aplicaba yo al referido fisgoneo en casa de una persona queridísima y esclarecida cuando me topé con un libro titulado “ Mis amigos muertos “. El titulo me llamó la atención porque a la altura de este partido que llamamos vida, uno ya tiene también que lamentar la ausencia definitiva de muchos amigos. El libro en cuestión es obra de Juan Ignacio Luca de Tena y fue publicado en 1.971 y consiste en un homenaje sentimental a quienes fueron sus amigos. Ojear el libro me llevó a descubrir que muchos de los allí citados habían pasado a mejor vida asesinados por las hordas marxista en los convulsos tiempos de la guerra civil : José Calvo Sotelo, Rafael Salazar Alonso, Ramiro de Maeztu, José Antonio primo de Rivera, Muñoz Seca….Para ellos, por mor de esa espléndidamente estúpida legislación sobre la memoria histórica, solo quedan el olvido , la marginación y el silencio…Igual, dicho sea de paso, que para aquellos compatriotas asesinados por el terrorismo de ETA y que hoy son indecente moneda de cambio por el no menos indecente Presidente del Gobierno.
Con el volumen en mis manos, fui pensando, con la lentitud propia de la melancolía, en mis amigos muertos: en los que me dieron su tiempo de divertimento y juventud, cuando la amistad es más una hermandad que otra cosa…los que me enseñaron con inteligencia los secretos de mi profesión, o los que me donaron, sin advertirlo ellos mismos, su ejemplo de señorío y su afecto irrenunciable….Ahora, pasados algunos años de su ausencia, siguen junto a mí: sobre todo en mis sueños pues muchas noches, cuando uno se sumerge en el duermevela, retornan a mí con la fuerza arrolladora de su amistad.
Y mientras mi mente recorría los territorios de la añoranza y la evocación reparé en que las ciudades les pasa lo mismo que a las personas: echan de menos a los amigos cuando ya no están y ya es una triste evidencia que no volverán jamás . Algo así está pasando estos días en nuestra ciudad en relación a Don Carlos Ruiz Padilla, Conde Casa Padilla, fallecido el pasado 30 de mayo. Córdoba, que tal vez no lo valoró lo suficiente en vida, ya echa de menos al Conde. Don Carlos fue pintor, pianista y muy valorable poeta pero, sobre todo, según me dicen quienes lo trataron cercana y habitualmente, un hombre generoso de una simpatía y un ingenio desbordantes. La pasada semana, auspiciado por la Hermandad Nacional Monárquica y por el poeta y político Miguel Castellano Cañete, se celebró un homenaje en el salón de plenos de la Diputación de Córdoba. Tuvimos entonces ocasión de hablar de su poesía, una poesía, como la vida, hermosamente imperfecta, pero auténtica y conmovedora.
Cuánta belleza, cuánto sentimiento, hay este breve poema. Y cuánta sabiduría:
Del mar me retiro
De la tierra me ausento
Las olas suspiros
Surcos los pensamientos
Se debe enfatizar que frente a la poesía laberíntica, ininteligible y dudosamente eufónica que hoy hacen algunos poetas, es preciso volver a las raíces de la poesía pura. Y aun más: en el mundo tecnificado y frío que nos toca vivir, en el mundo pretendidamente perfecto de la Inteligencia artificial, en el mundo de los mails y las impersonales y dudosísimas redes sociales, es necesario, es imprescindible, la poesía aparentemente sencilla de Don Carlos, una poesía que, verso a verso, nos recuerda que somos humanos, con nuestros sentimientos, con nuestros quereres, con nuestros fracasos y nuestros deslumbramientos.
Córdoba te reconoce, señor Conde , y allí donde estés, ya sea en el cielo en el que creemos los cristianos, ya fundido en el universo como aventuran los panteístas, o vagando por la nada como proponen lo ateos, allí, señor Conde, estarás gozando, como ya anunciabas en uno de tus versos, “ del rumor secreto de la eternidad “. Y seguirás pergeñando versos, versos simbólicos y voraces, irónicos, coloridos, imperfectamente bellos, porque la poesía y el alma de los poetas, nunca, nunca, nunca muere.