La aceraAntonio Cañadillas Muñoz

Recuerdos y realidades

«Fueron cuatro años difíciles, porque había mucho que hacer por la ciudad, con la ayuda y entendimiento de los concejales socialistas»

Hoy me dio por ir al centro de la ciudad. Podía aprovechar la adaptación de las calles para el uso compartido por coches y peatones desde San Lorenzo hasta Capitulares. Aunque aún queda por incorporar a este plan de adaptación, María Auxiliadora y Alfonso XIII, hasta la plaza de Las Tendillas. A todo se acomoda uno y sobre todo conociendo los trabajos que actualmente se llevan a cabo en el arreglo de la calle Alfaros, que también estaba a falta de meterle mano.

Al llegar a Capitulares me paré en uno de los bares de la zona a tomar un café. Y me puse a mirar por casualidad el edificio del Ayuntamiento de Córdoba. Y me vinieron a la cabeza algunos recuerdos, nombres, historias y realidades.

Recordé aquel junio de 1995, pronto hará 30 años, cuando con la marcha de Herminio Trigo de la política y el declive del Partido Comunista y sus fracturas, IU, LV-CA, Nueva Izquierda, junto a la apuesta renovada del PP, dieron un vuelco electoral en el que el Partido Popular, con la abstención del Partido Socialista, hicieron posible que Rafael Merino fuera Alcalde de Córdoba. Y no fue fácil comprenderlo, aunque sí difícil de entender por algunos electores, ya que el PP consiguió 13 concejales, 5 el PSOE y 11 IU-LV-CA. No me he equivocado, sí, el Partido Socialista se abstuvo para dar la alcaldía al PP.

Equipo de gobierno municipal 1995/1999

Ya les comenté en la columna del pasado viernes que «Eran tiempos en los que la diferencia en el pensamiento político no invitaba al enfrentamiento, al insulto, a la mentira, al odio, al engaño, a la incomunicación, al desprecio, al abuso, a la indiferencia… Por el contrario, las diferencias nos llevaban al diálogo, a buscar el consenso, a mirar en las necesidades y problemas de la ciudad, a tener siempre presentes al ciudadano, al que nos debíamos y representábamos. Había que conducir la gestión encomendada por las urnas hacia el bienestar de los ciudadanos. Pero sobre todo existía el diálogo. No importaba el partido político al que representabas».

Fueron cuatro años llenos de sobresaltos y entrega total a las necesidades de ciudad. No fue fácil, ya que al pasar de los días se iban conociendo algunas sorpresas que en la medida de lo posible se fueron solucionando. Pero lo importante era ese diálogo del que nunca me cansaré de defender. Aunque hubo de todo.

Y me acordé de Rafael Merino, el joven alcalde formado en las faldas políticas de Rafael Campanero, que con una actitud firme y clara lo primero que hizo es suspender las designaciones de los 17 asesores, dejando solo un nuevo nombramiento, el de Jacinto Mañas, como responsable de Prensa y Comunicación, y suspender las vacaciones de verano de 1995 para que todos los capitulares del equipo de gobierno se dedicaran a trabajar en sus responsabilidades lo antes posible.

Hoy en día todos los partidos, tanto gobernando como en la oposición, luchan por tener el máximo de asesores de libre designación externos y no funcionarios. Cuando están en el gobierno gozan de otros muchos puestos externos de no funcionarios como coordinadores, directores generales, gerentes y otros convirtiendo la política en una profesión sin pruebas previas ni interinidades ni oposiciones.

Fueron cuatro años difíciles, porque había mucho que hacer por la ciudad, con la ayuda y entendimiento de los concejales socialistas. Entonces me vinieron a la cabeza Pepe Mellado de portavoz, y otros compañeros suyos que hicieron una gran labor, como Juan Pablo Serrano, Pedro Rodríguez Cantero y M. Paz Gutiérrez, entre otros. Aunque la verdad sea dicha, no podemos dejar a otros representantes de la oposición con los que, en aquellos tiempos, a pesar de ser de la opción de IU-LV-CA, algunos estábamos encantados de compartir y debatir proyectos y propuestas que al final eran aprobadas por unanimidad en el Pleno. No puedo olvidar a María José Moruno, Andrés Ocaña, Juan Andrés de Gracia o Pepe Larios, como grandes idealistas y trabajadores, cada uno en su terreno, y Mari Ángeles Navarro e Isa Sereno, con quien mantengo una gran admiración y amistad. Eran otros tiempos, sí.

Junto a Rafael, existía un equipo preparado y con experiencia en las responsabilidades que se le asignaron, y algo más, muchos de ellos procedía de un alto en su camino profesional para dedicar un tiempo a la política. Tenían a donde volver. Así Luis Martín y su obsesión por el urbanismo y las hermandades y cofradías; Amelia Caracuel, con sus ferias y festejos, cofradías y vecinos; Ricardo Rojas y su empeño por arreglar la economía, reencontrar y recomponer los montoncitos que hacían falta para normalizar la hacienda; Julio Berbel, con su medio ambiente y empeño en modernizar Sadeco para conseguir la Córdoba más limpia y saludable; Antonia Luisa Sola que se debatía cada mañana para encontrar solución en su encuentro con los funcionarios y a veces actuaba de árbitro diciendo «falta personal»; el incansable Rafael Rivas, que poco a poco fue ejecutando proyectos para modernizar la ciudad, empezando por la actual plaza de las Tendillas; Antonio Aguilar, que tuvo que luchar con imposibilidades y retos y dar solución a un área siempre difícil como es la de seguridad con sus policías y bomberos; Antonio Prieto, que fue quien se enfrentó en una primera opción a este área recibiendo al toro al mejor estilo portagayola, dedicándose luego a echar una mano a la Alcaldía en el área de Presidencia; María José Rodríguez, que aunque estuvo trabajando para los temas sociales, su auténtica obsesión fue ser la responsable de Cultura, que al final consiguió; Fátima de la Peña, que intentó domar a los jóvenes de entonces creando actividades y proyectos para ellos; Felix Dueñas, que alternaba su trabajo con el de concejal, no teniendo ninguna responsabilidad; y yo mismo, que tuve que iniciar el ciclo con una lucha encarnizada en Cultura contra termitas por todas partes, el embargo de las taquillas del Gran Teatro por la SGAE y una hucha de presupuesto agotada en los seis primeros meses, decidiéndose que la mejor inversión de futuro era la juventud por la que había que luchar, entrando en el equipo rector de Ciudades Educadoras como una inversión de futuro para nuestra ciudad. Y todo contando solo con funcionarios, de izquierdas, de centro y de derechas, a los que hubo que demostrar que se contaba con ellos como profesionales y decirles que la política tenían que hacerla al salir del trabajo.

Pero no todo fueron días gloriosos, el 18 de diciembre de 1996, las policías locales María Soledad Muñoz y María de los Ángeles García fueron asesinadas. Un criminal italiano de 42 años, Claudio Lavazza, les quitó la vida a estas agentes de 36 y 40 años, dos policías locales pioneras en una ciudad que fue la primera, en 1970. Era la banda de la nariz, el violento grupúsculo de anarquistas que atracó el Banco Santander, ahora una tienda de cosmética Primor, junto a Las Tendillas. En aquel suceso, el guardia de seguridad Manuel Castaño resultó herido de bala en la columna vertebral.

Recordé también el 20 de mayo de 1996, cuando la banda terrorista ETA asesinó al sargento Ayllón a las ocho menos veinticinco de la mañana en la avenida de Carlos III, donde se encontraba esperando el autobús militar que les debía trasladar hasta el acuartelamiento de Cerro Muriano.

También el asesinato a manos de ETA del concejal del Ayuntamiento de Sevilla Alberto Jiménez-Becerril y su esposa, Ascensión García Ortiz, el 30 de enero de 1998, que dejó huérfanos a tres niños pequeños, Ascen, Alberto y Clara.

A partir de este último atentado, capturados los autores y recogida información y documentación a los mismos, se tuvo que implantar el sistema de escoltas para todos los concejales, porque algunos de nosotros teníamos la cruz con rotulador rojo en el recorte de prensa capturado. Fueron seis años en los que teníamos que andar con cinco ojos y cambiar de ruta todos los días para llegar a tu trabajo, además de revisar bien las bajeras del vehículo antes de cogerlo.