La verónicaAdolfo Ariza

Curas leídos

Nos recuerda el Papa que la literatura «surge de la persona en lo que esta tiene de más irreductible, en su misterio»

El pasado 17 de julio, el Papa Francisco hacía pública una carta con la que invita a descubrir o redescubrir – véase el caso - «la importancia que tiene la lectura de novelas y poemas en el camino de la maduración personal». Como destinatarios últimos y primeros de la invitación estaríamos los sacerdotes, si bien, como reconoce al principio, «de manera similar, estas cosas pueden decirse de la formación de los agentes de pastoral, así como de cualquier cristiano».

La cuestión radica ahora en identificar los motivos por los que ser leído, especialmente en novela y poesía, da fuste a la maduración personal. Ya por lo pronto la lectura reposada de buenas letras es «un oasis que nos aleja de otras actividades que no nos hacen bien», los libros que dicen algo a la propia vida son «verdaderos compañeros de viaje» y la literatura en sí es «como un laboratorio fotográfico en el que es posible elaborar las imágenes de la vida».

Filosofando un poco con el Papa es oportuno advertir «lo mucho más activo» que es el lector ya que «en cierta forma él reescribe la obra, la amplia con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades». Retomando el pensamiento del jesuita canadiense Rene Latourelle nos recuerda el Papa que la literatura «surge de la persona en lo que esta tiene de más irreductible, en su misterio». De ahí que la literatura pueda representar a la vida «que toma conciencia de sí misma cuando alcanza la plenitud de la expresión, apelando a todos los recursos del lenguaje». De ahí también que «en realidad el lector vive la experiencia de ‘ser leído’ por las palabras que lee», haciendo así «eficazmente experiencia de vida».

Se pregunta Francisco por qué es necesario considerar promover la lectura de las grandes obras literarias como un elemento importante de paideia sacerdotal. Por su riqueza y cantidad es muy difícil recoger en la extensión de un artículo como este todas las razones que propone; pero ahí van algunas de ellas para curas leídos y no leídos – aún así, es mi humilde opinión, las razones no dejan de ser interesantes para cristianos leídos y no leídos -.

Una primerísima razón – «la literatura se hace indispensable» - pasa por la capacidad sacerdotal de «entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida de las personas concretas». Dos interrogantes, paradójicamente, cantan la respuesta: 1) «¿Cómo podemos penetrar en el corazón de las culturas, las antiguas y las nuevas, si ignoramos, desechamos y/o silenciamos sus símbolos, mensajes, creaciones y narraciones que plasmaron y quisieron revelar y evocar sus más bellas hazañas y los ideales más bellos, así como también sus actos violentos, miedos y pasiones más profundos?»; 2) «¿Cómo hablar al corazón de los hombres si ignoramos, relegamos o no valoramos ‘esas palabras’ con las que quisieron manifestar y, por qué no, revelar el drama de su propio vivir y sentir a través de novelas y poemas?».

Como segunda razón se podría citar un dato tan encomiable como que «el contacto con diferentes estilos literarios y gramaticales siempre nos permitirá profundizar en la polifonía de la Revelación, sin reducirla o empobrecerla a las propias necesidades históricas o a las propias estructuras mentales».

La tercera razón de este elemental elenco se podría titular así con el Papa: «Debemos cuidar que nunca se pierda de vista la ‘carne’ de Jesucristo». Y subtitular, también con Francisco, que es precisamente esa «carne» la que está hecha «de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad, perdón, indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor». No se vislumbra el más mínimo atisbo herejía si se insiste en que «una asidua frecuencia de la literatura puede hacer a los futuros sacerdotes y a todos los agentes pastorales más sensibles a la plena humanidad del Señor Jesús, en la que se expande plenamente su divinidad». Además de que – nuevamente Latourelle - «la literatura descubre los abismos que habitan en el hombre, mientras que la revelación y luego la teología, los remontan para mostrar cómo Cristo viene a atravesarlos e iluminarlos».

La cuarta y última razón pasa por reconocer «un valor inigualable» a la literatura y la poesía en la vida de aquel que por su ministerio tiene «la tarea […] de ‘tocar’ el corazón del ser humano contemporáneo para que se conmueva y se abra ante el anuncio del Señor Jesús». Es esencial para el ministerio sacerdotal «este papel originario de ‘poner nombre’, de dar sentido, de hacerse instrumento de comunión entre la creación y la Palabra hecha carne, y del poder de iluminación de cualquier aspecto de la condición humana». Inspirado en el teólogo alemán Karl Rahner, evoca el Papa «la afinidad entre el sacerdote y el poeta» por lo que es el sacerdote leído y versado el que podrá ejercer una «una forma de ejercicio de discernimiento», sólo posible si se han afinado «las capacidades sapienciales de escrutinio interior y exterior del futuro sacerdote». Es más, es la literatura la que puede educar «su mirada a la plenitud de la comprensión, a la humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de no pretender controlar la realidad y la condición humana a través del juicio».