El Himno de la Comunidad Valenciana recoge estas palabras: «Para ti la vega envía la riqueza que atesora y es la voz del agua un cántico de alegría al compás y al ritmo de guitarra mora». Un cántico de alegría que en estos días aciagos se ha convertido en un sollozo cargado de tristeza, pena y mucha indignación. Un cántico del agua estremecedor imbricado en la conciencia valenciana como un eco amplificado a lo largo del tiempo y en permanente estado de reverberación, porque han sido muchos los años en los que las soluciones para evitar tanta desgracia han permanecido en el cajón del olvido. Un eco que ha vuelto a traducirse en una dura tragedia que estrangula gargantas y oprime corazones.

Amarga y compleja situación la que está viviendo Valencia y toda España. Una tragedia cimentada en la desidia, la incompetencia, los errores compartidos y, por encima de todo, la indolencia de un Gobierno de España que en su continuo ejercicio de introspección egocentrista ha encontrado otra oportunidad para ahondar en el enfrentamiento y la construcción de muros, auténtica clave de su supervivencia. Un ejecutivo que aglutina con firmeza las peores artes de la política con certificado de máxima eficiencia para la mentira, la soberbia y una prepotencia que han encontrado su nicho ecológico en el sanchismo y en quienes se desligan de todo lo razonable, dejan huérfano el sentido común y se pliegan ante unos intereses que no tendrán más línea roja que la que sea capaz de establecer la justicia.

Le decía Cayetana Álvarez de Toledo al ministro Bolaños: «Usted tiene dos enemigos: la verdad y la justicia, y la verdad y la justicia van a prevalecer». Así, poco a poco se va desnudando a los inventores y promotores de bulos, a los codificadores del y tú más, a los productores del fango y a quienes traspasan continuamente, con la arrogancia de la impunidad, las barreras que separan los principios más básicos de la convivencia del lado oscuro de la democracia. Ese lado que continuamente denuncian, pero en el que han fijado ad aeternum su morada.

Tanto se han asentado en ese espacio infame, que una corrupción desenfrenada deambula entre ministerios y Moncloa al amparo de un ejercicio autocrático del poder. Un poder que el pasado 30 de octubre, con 52 muertos y el ánimo de toda España agarrotado, se negó a suspender un pleno del Congreso en el que solo era importante el control de RTVE, demostrando una bajeza moral incalificable. El mismo poder que días después en la Comisión de Hacienda, y en vista de que el PSOE se encaminaba a otra derrota ante su nueva propuesta de subir impuestos, paró la votación para dar tiempo al intercambio de cromos entre los partidos del Gobierno y las sanguijuelas que le chupan la sangre. Una suspensión planteada para unos minutos que se convirtió en un secuestro en toda regla de más de cuatro horas. Lo indignante es que el líquido vital que se trasvasó en unas horas no pertenece a quienes trafican con él, sino a todos los españoles.

Así, tras nuevas concesiones al independentismo, consiguieron los votos suficientes para poder volver a llenar el cofre de las dádivas envenenadas bajo la consigna filibustera de subirle los impuestos a los ricos y sobre la realidad incontestable de ahogar más a la inmensa mayoría de una ciudadanía que cada día tiene más dificultades para llegar a fin de mes.

Afirmaba José Cecilio del Valle, allá por los principios del siglo XVIII, que «el Gobierno que con una mano exige aumento de impuestos, debe con la otra procurar el aumento de la riqueza». Entiendo que esta opinión del político centroamericano hace referencia al incremento de la riqueza del país, y por tanto del pueblo al que se gobierna. Sin embargo, en la España «del puto amo» (expresión acuñada por el ministro de Transportes), que ha superado todos los récords de recaudación de impuestos, la cita pierde su sentido ante unos datos que desnudan el importante incremento de población en riesgo de pobreza y avalan a quienes según demasiados indicios parece ser que acaparan el incremento de riqueza.

Son cosas de las agendas autocráticas que, además, conllevan mucha demagogia, más manipulación y un objetivo obsesivo de controlar los medios de comunicación, ya que se hacen necesarios continuos relatos que oculten la perversa confusión de sus prescriptores: la de considerar que lo que es de todos les pertenece a ellos en exclusiva.

El cántico del agua en Valencia ha sido amargo y una muestra de libro de esa perversa confusión en el ejercicio del poder. La DANA ha invocado a la nada. La nada sin corazón. La nada sin alma. La nada sin sensibilidad. La nada sin principios ni valores. La nada resumida en una frase terrible: «Si necesitan algo que lo pidan».