De comienzo en comienzoElena Murillo

Sobre las acémilas

«Aún recuerdo las cuadras que existían en la práctica totalidad de las casas de la España rural como prolongación esencial de los hogares»

Siempre me gustó escuchar esta palabra para la que se encuentran tantos sinónimos. Conocido es que con acémila se alude a un animal que sirve para la carga, generalmente una mula, pero haciéndolo extensivo a burro o bestia. Traía a colación estos términos a propósito de la puesta en escena sobre las tablas del Gran Teatro el pasado fin de semana, de Burro, cuyo protagonista, Carlos Hipólito, se ganó a los presentes con una magistral interpretación. Un actor con mayúsculas que, a lo largo de su carrera profesional, ha ido acumulando un ingente número de premios y que, una vez más, hacía las delicias de los aficionados a las artes escénicas.

En esta ocasión, atado a una estaca, ofrecía un extraordinario paseo literario con paradas en obras notables de la Literatura. Excepcional el alto realizado en La metamorfosis o El asno de oro de Apuleyo, en un recorrido en el que no faltaron Rocinante y Rucio y que llegaba hasta Platero, el borriquillo de Juan Ramón Jiménez. A su paso por Córdoba, el actor tuvo su gesto particular deteniéndose en Rute para apadrinar un burrito de la Asociación para la defensa del borrico (ADEBO). La ocasión no podía ser mejor.

La relación del ser humano con este animal no sólo se hace patente en la mencionada representación teatral sino que su visualización invita a hacer memoria del servicio que éstos han prestado a las personas en otros tiempos. Arrieros, acemileros o muleros son algunas de las profesiones perdidas que ya forman parte de la historia escrita a pesar de no ser algo tan distante en el tiempo.

Aún recuerdo las cuadras que existían en la práctica totalidad de las casas de la España rural como prolongación esencial de los hogares. Incluso permanecen intactos en diversos lugares de nuestra geografía, en ocasiones restaurados, algunos abrevaderos para las bestias que antaño se mostraban repletos de ganado que encontraban ahí un oasis para saciar la sed.

Y como tantas otras veces, se despierta en mí el recuerdo de las calles de una aldea con las estampas de las caballerías, el soniquete de los herrajes sobre las piedras y la presencia de unos vecinos que, humildes y felices, cuidaban de ellas. Y más atrás en el tiempo, la sonrisa viene al rostro con el relato tantas veces repetido por mi abuelo de aquella borriquilla que, más estorbo que ayuda, le salvó la vida en la guerra civil. Por pararse a ayudar a la castigada acémila, pese a la sugerencia de dos compañeros a dejarla abandonada a su suerte, se libró de recibir el peso de un artefacto que acabaría con la vida de la pareja. Cosas del destino o de la Providencia. Ya se sabe que «la hierba que está para un burro, no hay otro que se la coma», o lo que es lo mismo, lo que Dios tiene para ti, será tuyo.