Por derechoLuis Marín Sicilia

Franco, otra vez

Actualizada 11:07

La deuda pública española alcanza su nivel más alto, comprometiendo el futuro de las pensiones y el porvenir de la economía nacional. La actividad económica tiene como principal protagonista al sector público dopado por la deuda y plagado de intervencionismo, subvenciones y limitaciones regulatorias que tendrá, a medio plazo, unos efectos negativos ante la enorme presión fiscal que soportan empresas, autónomos y contribuyentes de todos los sectores.

Las cotizaciones sociales han subido durante los mandatos de Sánchez un 27 % más que los salarios. España ocupa el penúltimo lugar de la Unión Europea, después de Rumania, en la tasa de riesgo de pobreza y exclusión social que alcanza, según el indicador AROPE, al 34,5 % de población infantil, o sea a uno de cada tres niños españoles. Y dentro de los 39 países de la OCDE, España ocupa el puesto 36 en tasa de exclusión social, un dato cuya gravedad afectará al futuro más inmediato en los ordenes económico y social.

España es líder en contrataciones irregulares al servicio de la clase política. Se contrata sin límites asesores sin que se acredite cuál es su función, la idoneidad para la misma y el plazo en que desempeñará su cometido. La Oficina de Conflictos es un órgano inoperante que depende de la propia Administración donde se produce la mayor parte de las corruptelas. El abuso en el uso de coches, aviones y residencias por parte de la clase gobernante sólo es comparable al que practican las dictaduras más corruptas.

Los tribunales españoles han de dedicar una gran parte de su actividad a investigar los posibles delitos de políticos de todo signo y condición, por lo que un Gobierno, que no se esconde en el uso discrecional del poder, ha decidido ocuparlo desde el Tribunal Constitucional hasta la Fiscalía («¿de quien depende?, pues eso») pasando por la Abogacía del Estado y otros organismos, como algunos letrados de las Cortes Generales, sin más cometido que la defensa a ultranza, no del Estado sino de algunos miembros del Gobierno, familiares y amigos.

Estas y otras coordenadas que miden a medio plazo la capacidad de una nación para afrontar, con relativo éxito, los desafíos del futuro, molestan al Gobierno, máxime si tenemos en cuenta la dudosa trayectoria en el orden penal, y de reprobable ética política, por parte de algunos miembros relacionados, en distinto orden, con significados responsables políticos.

Y como todo lo anterior perturba la felicidad de residir en la Moncloa, el presidente del Gobierno recurre a su tema favorito: la libertad vino al morir Franco, así, como por arte de magia, como si un pueblo deseoso de que cicatrizaran heridas no hubiera sido el que siguió aquellos consejos del último Azaña, reclamando Paz, Piedad y Perdón. Y como si unos políticos de todos los colores no superaran sus diferencias para firmar el pacto de concordia que fue ejemplo en el mundo entero.

Sánchez saca otra vez el comodín de Franco. Y se va a gastar un montón de nuestro dinero, que aprovecharán los oportunistas de siempre, en un centenar de actos para que no se hable de las cosas que interesan a los españoles. Lo peor, con serlo, no es que un gobernante se regodee en buscar la confrontación con quienes no piensan como él. Lo triste es que algunos le sigan el juego, cayendo en la trampa del frentismo que va buscando para hurgar en las miserias humanas.

¡Qué triste destino el de un país que no sea capaz de superar los episodios más tristes de su historia! ¡Qué pena que las nuevas generaciones no sepan tomar nota de las experiencias de quienes les precedieron! ¡Qué vergüenza de un gobernante que hurga en heridas pasadas para movilizar los sentimientos contrapuestos de sus ciudadanos! ¡Qué razón tenían nuestros héroes antepasados lamentándose de que seríamos un gran pueblo si tuviéramos unos buenos dirigentes!.

Pues no, señor Sánchez. La libertad no vino porque Franco muriera sino porque, un montón de ciudadanos responsables escucharon la voz de su pueblo que quería paz y libertad y tuvieron la grandeza de comprometerse en un futuro de concordia y respeto que dio a luz una Constitución refrendada por el 90 % de los españoles. Fue la Transición, ese ejemplo de cordura que no gusta a ninguno de quienes te apoyan y que, sospechamos, a ti tampoco te importa mucho.

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