Lunes. 07:15 a.m. Misa. El evangelio literalmente empieza diciendo: «En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio…» ¡Qué impacto tan grande! Jesús, un Dios hecho carne, alzó los ojos y vio. Él también vivió en este mundo y, como a nosotros, le tocó mirar. Cada día, cada hora miraba.

Así que podemos saber cómo mira Dios el mundo. Está escrito. Decenas de pasajes empiezan así. Iba Jesús con sus amigos, entró en un pueblo, y vio. Y nos cuentan lo que vio y cómo reaccionó a lo que vio.

Al escuchar los evangelios solemos ir directos a la moralina y pasamos habitualmente por alto la invitación de Jesús a abrir los ojos al trabajo, a los quehaceres… A mirar.

Lunes 20.30 p.m. Plaza Ópera. Es casi imposible llegar hasta el centro de Madrid. Hay huelgas, calles cortadas, atascazo. Mis amigos de Granito, que reparten alimentos antes que nosotros, han aparcado a tomar por saco y han venido andando. Nuestra furgoneta -por pura gracia- llega a la plaza como siempre cargada hasta arriba. Un municipal la ha dejado pasar por una calle de acceso que estaba cortada. ¡Qué ajetreo para soltar dos bocatas y un zumo! Y ¿”Pa qué, amigos, «pa qué»? ¿”Pa qué” sortear el trasiego de una ciudad un frío lunes y repartir alimentos en una plaza frecuentada únicamente por pobres que asisten incondicionalmente a su cita de los lunes? Aparentemente «pa na».

En el evangelio de hoy, Jesús vio. «¿Pa qué?» «¿Pa na?» No, señores. Esa mirada ha cambiado el mundo: ha hecho bien a mucha gente y ha generado una cultura y civilización a una altura humana inalcanzable por las propias fuerzas del hombre, por su propia mirada. Tuvo que venir Dios antes a mirar, a ver. ¡Y cómo se ve con las gafolas de Dios! Pura ternura.

Es de noche. Vuelvo a casa en coche y pongo la calefacción para intentar combatir el frío que va llegando a la ciudad. Suena en la radio «Back to Black» de Amy Winehouse. Tal vez no se habría matado ahogada en alcohol si se hubiera encontrado en su vida con alguien con esta mirada. «He muerto cien veces», dice la canción. Habría que poder resucitar otras cien. Tal vez se reduciría drásticamente los once suicidios al día que se dan en España, si hubiera más gente que viviera el día a día, lo cotidiano con esas gafolas de Dios.

Eso y sólo eso salva la vida, es decir, la cumple y la hace estar a la altura de todo lo que significa ser humano. Eso y solo eso: las gafolas de Dios.