Roma siempre será Roma, un referente desde que tuviera la oportunidad de visitarla por primera vez (de esto hace más de veinte años) y que sigue ocupando un lugar de privilegio en mi selección de lugares a los que nunca me importa retornar.

Cuna y meta de la cristiandad, la ciudad descrita por Alberti en su obra Roma, peligro para caminantes, permanece impávida pese al paso de los años. Quizá solamente coincida el autor con el turista actual en un aspecto clave: el desordenado tráfico que convierte a la urbe en un caos ante la odisea de transitar de un lado a otro. Un peligro advertido por el poeta y que aún hoy es reflejo del día a día romano. El continuo sonido del claxon, junto al de las sirenas, provoca inquietud en los viandantes que buscan descubrir la esencia urbana en el silencio de cada piedra.

Una visita a Roma te atrapa para empujarte a volver. Aún no te has ido y ya empiezas a echarla de menos. Y todo se entiende, porque es fácil enamorarse de una capital en la que perderse recorriendo plazas, cada una con su encanto, que muestran la viveza y el color para seducir al caminante hasta cautivarlo a través de una belleza suscitada y apreciada en todos los rincones. Pasear por el barrio bohemio del Trastevere, con sus callejuelas y tabernas, con su idiosincrasia propia, desvela al visitante el sabor de lo auténtico.

Su seña de identidad, la piedra que no perece, se muestra como una galería al aire libre, a cielo descubierto. El arte se conserva al abrigo de basílicas e iglesias en cuyo interior se acumulan tesoros en forma de reliquias, mosaicos, esculturas, relieves…; y acogen la huella de los que alcanzaron la santidad. En esta ocasión fue especial poder orar en el lugar en el que reposan los restos de Santa Rafaela María, cordobesa, fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón.

Caminar por la Vía della Conciliazione (Camino de la Conciliación) desde el Castillo Sant’Angelo hasta la basílica de San Pedro genera una sensación inmensa de felicidad. Alcanzar la columnata supone adentrarte en un espacio grandioso al tiempo que acogedor, testigo de grandes celebraciones de la Iglesia universal y del encuentro entre el pueblo y el sucesor de Pedro.

En estos días en los que he regresado a ella, a cada paso se percibía el ambiente navideño. Bajo las columnas de Bernini, una exposición de cien Belenes y junto a la muestra, el pesebre más conmovedor, los que siguen sin encontrar posada como la familia de Nazaret. Creo que fue la estampa más sobrecogedora de esta escapada, ver ahí al lado a los olvidados (muy presentes para el Papa Francisco) compartiendo una cena en un ambiente agradable creado por la luz tenue de unas lamparillas. Pensé en si era necesario estar celebrando este acto a la vista de turistas y paseantes y comprendí que hay gestos que tocan el corazón.

Pese al tópico, Roma siempre será la ciudad eterna.