Por derechoLuis Marín Sicilia

«Y yo con el BOE»

«Esas palabras de Sánchez nunca han expresado con más claridad la vocación totalitaria y el despotismo de un gobernante en sede parlamentaria»

Con ese estilo chulesco, despectivo y risueño propio de quien se cree el más guapo del universo, Sánchez cerró su debate parlamentario espetándole a Feijoo, con tono solemne y grave, que «estamos igual que hace un año: usted con los bulos y yo con el BOE, el Boletín Oficial del Estado». Esa aparente chulería encierra algo más profundo: la voluntad autocrática del personaje, su convencimiento de que tiene en sus manos el instrumento para imponer su voluntad, más allá de los comportamientos democráticos y de los límites constitucionales. Y la verdad es que lo va consiguiendo burlando procedimientos sin más límite, por el momento, que los que, a veces heroicamente, representan el poder judicial y la prensa libre.

Precisamente no es baladí, ni puede pasarse por alto, su alegato reciente sobre la Judicatura cuando soltó esa perla de que «el mundo de la Justicia no ha completado, como sí hicieron otros sectores y poderes del Estado, la Transición», una expresión que suena a chiste en la boca de quien ha hecho de la ruptura de todos los principios inspiradores de aquel pacto de concordia, diálogo y compromiso, el objetivo prioritario de su acción de gobierno. Nunca ha estado España más dividida y enfrentada políticamente en los últimos cuarenta y seis años que con quien ha puesto su permanencia en el poder en manos de quienes o no quieren ser españoles o no aceptan la Constitución de la Concordia.

Cercado por la Justicia en los ámbitos familiar y partidario, hay que tentarse la ropa para digerir esa referencia a la propiedad del BOE. Porque en un personaje en el que el respeto a los principios tiene la misma volatilidad que la atribuida a Groucho Marx, hay que interpretar esa referencia poniéndola en relación a su irrefrenable manejo del oportunismo y a la obsesión explicitada de «hacer de la necesidad virtud».

Ha llamado la atención el alineamiento de los investigados Koldo y Abalos, en el que el primero se comerá el marrón e intentará salvar al segundo, confiando sin duda en que a este lo salve después el uno si la Justicia dictara sentencia condenatoria. Para eso se le aforó y en ese «pacto del dentista» están todos los socialistas comprometidos. Por ello no extrañan las conversaciones callejeras: «Está todo pactado. El asesor salva al dos, este salva al uno y, si vienen mal dadas, el uno los salva a todos. Si indultó a golpistas, prevaricadores y malversadores, ¿como no va a indultar a los suyos?».

Siendo diputado en la oposición, Sánchez expresaba sus sentimientos sobre los indultos al periodista Risto Mejide, de manera contundente: «Yo siento vergüenza de que un político indulte a otro. Eso me cabrea. Hay que acabar con los indultos políticos», decía el hombre de principios inamovibles. Tan inamovibles que, después de proclamar el «pleno respeto a la sentencia del procés catalán, que había que cumplir con respeto a la ley y a la igualdad ante la misma de todos los ciudadanos”, compraba los votos de los condenados, indultándolos con apelaciones a la empatía, la concordia, la convivencia, el diálogo y el entendimiento, palabras que pierden todo su sentido en la boca de un personaje que, al mismo tiempo y sin rubor, decía que la sentencia condenatoria poco menos que estaba basada en la venganza y la revancha.

Lleva, por tanto, toda la razón la opinión de la calle, convencida de que los procesos en curso abiertos a significados socialistas o allegados terminarán en el indulto si fueran condenados. La Justicia cumplirá su misión, de ello no cabe duda. Pero como esta, según Sanchez, no ha completado la Transición, el sanchismo, con toda certeza, de haberlos indultará a los delincuentes. Porque el hombre de la calle tiene cada vez más claro que hay dos tipos de ciudadanos: los que compra Sánchez con el dinero de todos, y los paganos que sostienen al Estado. Las palabras de Sánchez sobre que él tiene el BOE, nunca han expresado con más claridad la vocación totalitaria y el despotismo de un gobernante en sede parlamentaria. Nuestro reto de ciudadanos libres es evitar que el aprendiz de autócrata se salga con la suya.