Bombos y abogados: la verdadera Lotería de Navidad
En España, Hacienda no sueña: Hacienda cobra. Parte del premio desaparece como por arte de magia hacia las arcas públicas.
Por muy legalistas que seamos, hay un derecho que nunca aparece en el Código Civil, pero que ejercemos cada diciembre con fervor religioso: el derecho a soñar. La lotería de Navidad, ese fenómeno sociocultural que combina esperanzas millonarias, bolas de madera y niños cantores, nos invita a un breve paréntesis de fantasía en nuestra rutina. Pero, ¿qué pasa cuando el sueño se encuentra con la fría realidad jurídica? Ah, amigos, aquí empieza el verdadero sorteo.
Cada 22 de diciembre, España se paraliza frente a los televisores con la esperanza de que los niños de San Ildefonso nos conviertan en los próximos reyes del barrio. Por unos días, la compra de un décimo nos otorga el derecho a soñar con la mansión en Marbella, el coche deportivo, o, para los más sensatos, la jubilación anticipada.
Sin embargo, detrás de cada número premiado, hay un abogado afilando su pluma y un notario ajustando su lupa. Porque, como decía aquel anuncio de lotería, «¿y si cae aquí?» es solo la primera pregunta. Las que siguen suelen ser: «¿y quién lo cobra?», «¿cómo lo repartimos?», y mi favorita, «¿qué pasa si no nos ponemos de acuerdo?».
Empecemos por lo básico: cobrar el premio. Suena sencillo, ¿verdad? Vas al banco, enseñas el décimo y listo. Pues no. Imaginemos que decides compartirlo con tu grupo de amigos de paddle, porque sois modernos y generosos. Pero, ay, no habéis firmado un papel que acredite que el décimo es de todos. ¿Qué ocurre si el más espabilado del grupo aparece en la oficina bancaria con el boleto y el clásico «esto es mío»? Pues ocurre que, sin pruebas claras, la justicia española tiene un problema menos urgente que resolver.
La jurisprudencia está plagada de historias de décimos compartidos que acabaron en los tribunales. Porque, como todo abogado sabe, el dinero no cambia a las personas, solo amplifica su personalidad. Y si uno ya era un poco egoísta antes de la lotería, imaginad después de que le toque el Gordo.
Ah, la familia. Ese lugar donde los afectos conviven con las rencillas y donde un décimo ganador puede ser la chispa que incendie la pólvora acumulada durante años. Las historias de suegros, cuñados y primos peleándose por un décimo son el pan nuestro de cada día en los juzgados.
Supongamos que una abuela bondadosa compra un décimo para «toda la familia», pero olvida especificar qué rama del árbol genealógico se lleva qué parte. Si el Gordo cae, lo que era una entrañable reunión navideña se convierte en una asamblea digna del Senado romano, con abogados incluidos.
Y no hablemos de las parejas. Un décimo compartido puede ser más peligroso que una hipoteca en caso de ruptura. Porque, aunque lo comprasteis juntos, ¿qué pasa si la relación termina antes de que llegue el sorteo? La respuesta suele ser: «nos vemos en los tribunales».
Si las familias son complicadas, las empresas son directamente un campo minado. Los décimos colectivos en oficinas son una tradición tan española como las migas o el aceite de oliva. Pero, ¿qué ocurre si el jefe se queda con el boleto premiado porque «lo compró con su dinero»? Los empleados tendrán que decidir si demandan al jefe, con el riesgo de acabar en la cola del paro.
Además, la fiscalidad no ayuda. Porque en España, Hacienda no sueña: Hacienda cobra. Parte del premio desaparece como por arte de magia hacia las arcas públicas. Y eso sin contar las posibles disputas internas sobre si los impuestos los paga el grupo o el depositario del décimo.
¿Y qué lección podemos sacar de todo esto? Que la lotería, más que un derecho a soñar, es un recordatorio de que la vida está llena de cláusulas pequeñas, incluso cuando toca el Gordo. Que detrás de cada bola ganadora hay un posible pleito. Y que, si algo tenemos en común los españoles, es nuestra capacidad para convertir cualquier celebración en un campo de batalla legal.
Por eso, este humilde abogado os ofrece un consejo: si vais a compartir un décimo, firmad algo. Un WhatsApp, un papel de servilleta, lo que sea. Porque los sueños están muy bien, pero los abogados no trabajamos con ilusiones: trabajamos con pruebas.
Y, por favor, no olvidéis que la lotería es, al fin y al cabo, un juego. La verdadera fortuna está en no perder la cabeza ni los amigos, aunque sea mucho pedir cuando hay millones de euros en juego.
Así que este 22 de diciembre, disfrutemos del derecho a soñar. Pero no olvidemos que, en este país, soñar con millones es gratis, pero repartirlos puede salir muy caro.
¡Feliz Navidad y que os toque algo, aunque sea la pedrea!