En los últimos años hemos sido testigos de cómo las ciudades compiten por ofrecer la Navidad más espectacular, un fenómeno que, de alguna manera, marcó Madrid como capital y ciudad grande y que, como una chispa, se ha propagado por toda España. Pero es que además la Navidad ya no es solo un tiempo de alumbrado extraordinario: se ha transformado en un escenario de actividades, ferias y espectáculos que empujan a los ayuntamientos, grandes y pequeños, a apostar fuerte por esta celebración, tratando de atraer visitantes y fomentar la participación ciudadana.

En Córdoba hemos conocido épocas de navidades más austeras, menos brillantes, sobre todo cuando en el gobierno municipal parecía molestar que esta era (y es) una época del año de carácter cristiano. Sin embargo, en los últimos años, la programación navideña impulsada por el Ayuntamiento ha dado un giro ambicioso. Hoy se busca competir con otras ciudades andaluzas, como Málaga, que durante años ha marcado el estándar de la espectacularidad. Córdoba, además de las luces, ha añadido elementos singulares como la apertura de patios en invierno, concursos, corales o zambombas flamencas que no son propias de la ciudad, pero que buscan enriquecer la experiencia.

Este despliegue festivo, aunque atractivo, plantea algunas cuestiones. Vemos en lugares como el Bulevar de Gran Capitán o el Vial instalaciones impresionantes destinadas al entretenimiento, pero cabe preguntarse: ¿es esta la Navidad que realmente queremos? Desde un punto de vista consumista, la respuesta parece ser afirmativa. Sin embargo, sería un error olvidar la verdadera esencia de esta época, marcada por el nacimiento de Jesús: un mensaje que habla de humildad, amor y esperanza, encarnado en un niño que vino al mundo en las condiciones más sencillas y precarias.

Este contraste entre la grandiosidad del espectáculo y el mensaje original de la Navidad debería invitarnos a reflexionar. ¿Estamos transmitiendo a las futuras generaciones el verdadero significado de estas fechas? O, por el contrario, ¿estamos desplazando ese mensaje por un modelo donde las luces, los concursos y los rayos láser predominan sobre lo esencial?

La pregunta no es sencilla, pero merece ser planteada: ¿qué Navidad queremos? Si bien el espectáculo tiene su lugar y el disfrute colectivo es importante, no deberíamos permitir que esta época pierda su sentido más profundo. Recordemos que la Navidad, más allá de la apariencia, nos llama a la introspección, a la generosidad y al amor fraternal con un mensaje que trasciende el tiempo. No dejemos que las luces nos deslumbren tanto como para olvidar lo que realmente conmemoramos.