Una particular postal de Navidad
En mi particular postal de navidad el Niño-Dios no tiene que someterse a «la duda razonable» o a la «vaguedad» de «una curiosa posición intermedia entre lo divino y lo humano» que le haría «más razonable y menos fanático». Este Niño-Dios sonríe ante las componendas de «ilustrados y liberales» que mantienen la costumbre de burlarse de una supuesta «esterilidad del dogma» e «insensata lucha sectaria» por la condición Co-Eterna de este Niño. Es más, este Niño-Dios se burla de «moderados y modernistas» perseguidores de una pretendida «religión racional sobre la que podría asentarse la civilización». Es muy oportuno recordar que «nada, salvo la excepcional, fuerte y sorprendente doctrina de la divinidad de Cristo podrá tener ese particular efecto capaz de remover el sentido popular como una trompeta: la idea del rey sirviendo en las filas como un simple soldado». «Humanizando» la figura de Cristo hacemos que su historia sea «mucho menos humana». Ya ve claro este Niño-Dios que el paso al agnosticismo desde estos planteamiento no tiene que esperar siquiera el paso de una generación. Y aún más tenue es el paso de lo agnóstico a Apolo.
Con suma delicadeza - es perfectamente conocedor el Niño Dios de su protagonismo en «el tumulto democrático de los Concilios de la Iglesia» - nos advierte que «si hay una cosa que los mismos liberales nos ofrecen siempre como una muestra de cristianismo puro y simple, no turbado por conflictos doctrinales, es la sola frase: ‘Dios es amor’». Los postuladores de la «esterilidad del dogma» han de saber que este, el dogma, es «la única manera lógica de indicar ese hermoso sentimiento». Resolvamos la duda: «[…] si hubiera un ‘ser’ sin principio, que existiera antes de todas las cosas, ¿acaso podría amar cuando no había nada que amar? Si en medio de esa insondable eternidad está solo, ¿qué sentido tiene decir que es Amor? La única justificación de dicho misterio es el concepto místico de que en Su propia naturaleza había algo análogo a la expresión de sí mismo; algo que engendra y advierte lo que ha engendrado». En definitiva, sin una idea así, «realmente es ilógico complicar la esencia última de la divinidad con una idea como el amor».
Verdaderamente, si nuestro pretendido moderno quiere conocer los beneficios de este Niño-Dios debe entender que «no hay una simple religión del amor», sin «el Credo de Atanasio»: «Verdaderamente, la trompeta del auténtico cristianismo, el desafío de la sencillez y derroche de afectos de Belén o del Día de Navidad, nunca sonó con tanta fuerza y con tanta claridad como en el desafío de Atanasio al frío acomodo de los arrianos». Es en Atanasio y en el Concilio de Nicea donde este Niño-Dios se nos muestra como un «un Dios de Amor frente a un Dios controlador del cosmos, deslucido y remoto; el Dios de los estoicos y de los agnósticos». A Atanasio debemos la más valiente defensa de «este Santo Niño frente a la gris divinidad de los fariseos y los saduceos». «Luchaba para lograr ese mismo equilibrio de hermosa interdependencia e intimidad – presente en la Trinidad de la Naturaleza Divina – que atrae nuestros corazones a la Trinidad de la Sagrada Familia». «Su dogma – si la frase no se malinterpreta -, convierte al mismo Dios en una Sagrada Familia».
Puede que por razones varias no seamos capaces de empezar «por invocar una Trinidad divina»; invoquemos «una Trinidad humana» y tal vez acabemos por percibir «ese triángulo repetido por todas partes en el modelo del mundo». «El acontecimiento más grande de la historia, al que toda la historia dirige su mirada y encauza su paso es […] el mismo triángulo superpuesto, de tal forma que se intersecta con el otro formando una sagrada estrella de cinco puntas». Así las cosas, «la vieja trinidad estaba formada por el padre, la madre y el niño y se conoce como la familia humana. La nueva Trinidad está formada por el Niño, la Madre y el Padre, y tiene por nombre la Sagrada Familia».
Para más señas, véase El Hombre Eterno de G. K. Chesterton. Obra esta de la que, por otra parte, el mismísimo C. S. Lewis llegó a decir que le había «deparado contemplar un completo bosquejo cristiano de la historia, expuesto de tal modo que me resultaba pleno de sentido… Ya entonces pensaba que Chesterton era el hombre más razonable de su tiempo, ‘aparte de su cristianismo’. Ahora que verdaderamente creo pienso que el cristianismo en sí es muy razonable».