En ‘Un lugar en silencio, día 1’, la protagonista, que está enferma de cáncer, discute con otro personaje acerca de dónde tomar una pizza, conversación en la que ella se pone un poco violenta. Cuando él le pide, como amigo, que se tranquilice, ella recalca que no lo es, sólo su enfermero. Poco después se produce una invasión alienígena, con criaturas que se guían solamente por el oído, y tampoco es que tengan mucho, por lo que uno se pregunta como estas mierdecillas pueden poner en solfa a la civilización humana, porque es como si el enemigo a batir fuera Rompetechos. El caso es que en un momento determinado, entra en un teatro un mostruíto de estos, y la protagonista salva a un gato, con el que se queda en brazos. El extraterrestre avanza hasta quedarse con el rostro casi pegado al del enfermero que, muerto de miedo, trata de no hacer ningún ruido. Para salvarlo, a la protagonista le bastaría con lanzar el gato para que la cosa fuese a por él, pero prefiere quedarse con el minino en el regazo. Al final los guionistas no son tan crueles y el enfermero se salva.

Esa declaración de intenciones no es casual, y recientemente podíamos ver otra película apocalíptica de zombis en Galicia, ‘Apocalipsis Z’, en la que el protagonista está igualmente obsesionado con salvar a su gato aunque eso lo pueda poner en peligro. El fin del mundo a la vuelta de la esquina y lo importante es que la mascota prevalezca, incluso por encima de algunos seres humanos que están ligados a ti por lazos importantes. Pronto veremos a alguien sacrificar a su grupo de supervivientes ante una amenaza en favor de sus agapornis.

En este mundo de besaperros y besagatos se perciben otras tendencias muy clarificadoras en el cine o series más recientes. Una, curiosísima y significativa, en las películas con posesión diabólica. Si antaño estaba claro que el sacerdote era el representante del bien y siempre terminaba ganando al demonio, desde hace un tiempo no sólo el demonio resulta vencedor y termina poseyendo a un determinado personaje, sino que incluso, en los casos en los que el sacerdote pueda hacer algo, es porque está previamente poseído o lo estuvo, navegando entre dos aguas. O sea, al mal sólo lo puede vencer el mal.

Incluimos aquí otra tercera tendencia, todas ellas por cierto son comprobables. Las plataformas se inundan cada vez más con películas que tienen las palabras ‘madre’ o ‘mamá’ en el título. Si vamos a cada una de ellas jamás encontraremos una exposición de la maternidad edificante, ni tan siquiera una historia normal al respecto. Siempre que aparezcan esos términos en el título tendremos una historia de destrucción familiar o bien una obra de carácter morboso en muchos aspectos.

Mascotas por encima de las personas, el demonio como dueño del mundo, la devastación de la maternidad... no hay que ser muy avispado para ver por dónde van los tiros. Ante ello, nada mejor que contrarrestar e irse fortaleciendo esta Navidad, con clásicos como ‘La gran familia’, ‘Se armó el Belén’. ‘Mensajeros de paz’, ‘Felices Pascuas’ ó ‘Un millón en la basura’. Ese cine edificante es hoy una verdadera rareza. Quién diría que navegarían a contracorriente. En ellas nadie considera la vida de un gato a la par que la de un humano, los niños no quedan a merced del demonio y las madres son buenas madres.

Como el próximo artículo se publicará ya el 2 de enero: ¡Feliz Navidad! (con cierto retraso) y ¡próspero año nuevo! (con pelín de adelanto).