Una gorda asquerosa y la perversión del lenguaje
En otros tiempos decir la verdad y decir las cosas por su nombre era una virtud. Hoy en día, por la delicuescencia de que hacen gala la progresía y especialmente los conservadores melifluos (tan abundantes en nuestra sociedad ) está mejor visto ponerse de perfil, merengar el lenguaje y buscar el término ambiguo, bobalicón y maleable . Lo que no saben estos manipuladores (posiblemente inconscientes) del lenguaje es que esa maniobra provoca inmediatamente el cambio de la realidad. Y es que no es la realidad la que hace el lenguaje sino, más acertadamente, el lenguaje el que hace a la realidad.
Yo creo que detrás de ese mal uso del lenguaje están el miedo, la molicie, la vacuidad y la ignorancia de gran parte de la sociedad. Una actitud de indiferencia que, a no mucho tardar, les va, nos va, a pasar factura. Dice mi admirado poeta Miguel d’Ors ( no confundir con su primo Pablo, también escritor y también admirado, pero menos ) que el conservador quiere dejar las cosas como están y que por eso él no es conservador, porque él lucha por cambiar las cosas. El poeta d’Ors tiene, además, el atrevimiento ( y los santos cojones, perdón por la expresión ) de definirse como reaccionario. Yo creo, más bien, que es un radical, un revolucionario retroactivo y, seguramente, como todos los poetas, un soñador.
Hace unos días, con motivo de las campanadas de Fin de Año, una presunta cómica atacada de kilos ha cometido una blasfemia. Con todo descaro. Con toda frescura. Con todo desprecio. Esa presunta señora es una blasfema ( sí, una blasfema ) amen, dicho sea con todo respeto y con meras pretensiones de precisión semántica, una gorda asquerosa. Lo de gorda es incontestable, habida cuenta del tonelaje que desplaza. Mi « yo “ poético me pide una metáfora, un desahogo surrealista, un símbolo evocador y espetar, por tanto, que es un odre pletórico de manteca, un océano infinito de zurrapa o un “botero» desmadrado en galáctica expansión. Es también una asquerosa pues, según el Diccionario de la Real Academia, lo es quien causa repulsión moral y ella, con su comportamiento, lo ha causado a miles de personas.
Pero no quiero seguir hablando de ese espécimen de formas confusas tipo “ blandiblu “ y prefiero volver a mi admirado Miguel d‘Ors . Coincido con Miguel d´Ors: tenemos que cambiar las cosas, afirmar nuestras creencias y, añado yo, no dejarnos embaucar por las manipulaciones del lenguaje. Decir las cosas, como son. Pero para que se entiendan, para que puedan ser comprendidas. Y, por tanto, decirlas con sus precisas palabras. Ya lo pedía Juan Ramón : “ Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas “.Digamos, pues lo exige un recto uso del lenguaje, que el proceder de la presunta cómica es una blasfemia tal y como el Diccionario de la Real Academia Española la define : “ Palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado “. De modo que son intentos mendaces los realizados por despreciables ministros de nuestro gobierno ( Bolaños, entre otros ) o personajes perfectamente definidos por su apellido ( Rufián ) el querer asimilarlo a una manifestación de la libertad de expresión .
Pero no basta con decir las cosas claras. Hay que demostrar que nos sentimos ofendidos, hasta cabreados, y demandar la necesaria reparación ante el ataque recibido. No nos acostumbremos a ser maltratados, heridos u ofendidos. No adoptemos permanentemente la actitud aquietada del cordero. Acojamos, por el contrario, la actitud agresiva pero noble, orgullosa y digna, del toro bravo y reclamemos a quien corresponde (Televisión Española, por ejemplo ) la necesaria, irrenunciable y pronta disculpa y reparación. Y esto va no sólo para la gente de a pié, católicos o no, creyentes o no, acomodados y tibios, sino también para las autoridades eclesiásticas u organizaciones ( Conferencia Episcopal, obispos a título individual, órdenes, caminos, prelaturas… ) que deben ser el cauce por el que fluya de modo inequívoco y desafiante la indignación ( tantas veces embridada por prudencia o cobardía ) del pueblo. Estamos cansados de que nuestra indignación se enclaustre en el ámbito privado sin que se usen con toda determinación los altavoces y medios coercitivos que poseen las altas instituciones u organizaciones. Estamos cansados de circunloquios, de matices, de discursos aliñados con vaselina buenista, no sea que la invectiva penetre con dureza y lastime al receptor. Estamos cansados, en suma, de la prudencia de aquellos que pudiendo, no quieren cambiar las cosas.
Algún día el pueblo católico ( los cuatro gatos que vamos a quedar si las cosas siguen así ) se va a levantar de manos contra quienes lo ofenden…y quizá también contra aquellos, que pudiendo hacerlo, no defendieron su íntimas creencias, sus íntimos sentimientos, sus más preciadas convicciones, con la claridad y la contundencia que es necesario.
Es imprescindible que quienes nos ofenden se sientan atacados, acorralados, compelidos, claramente desafiados ….No por la violencia física, pero sí por la fuerza arrolladora de la indignación, la razón y la firmeza. En suma, por la claridad de las palabras. Y como dice el Evangelio: “ Quien tenga oídos para oír, que oiga “