firma invitadaAntonio Morales López

«Opino deque», epístola

Actualizada 04:30

Pues sí, Clara. Si tu opinión está muy bien. Gracias por tu aporte. El mundo ahora es un lugar mejor. ¿Y cuando vomitas bilis? Gracias también, es difícil retener dentro de un cuerpo todo ese veneno. Y total, el adversario es un pelele virtual inerte y sin sentimientos. Totalmente disociados tú y él, de la realidad.

Claro que, mi querida Clara, no a todos agrada lo que tú tengas que decir al respecto de según qué materias. Tal vez esté yo pecando de hacerte mansplaining, qué descortés yo; y que desconsiderada tú, que no escuchas, Clara.

Desde bien jovencita te has acostumbrado a dar tu opinión. Desde que recibiste tu primer teléfono y te adentraste en el mundo virtual y trascendiste por completo el mundo de las ideas. Puede que seas una iletrada y casi analfabeta. Que no han pasado por tus tiernas, suaves y cálidas manos de veinteañera ni don Miguel de Unamuno, ni don Antonio Machado, ni por ponernos quisquillosos, ha pasado por ti nada que no sea un hilo de X —de extensión no mayor a doscientos caracteres, por mensaje, y por favor—. Que no es que yo sea ejemplo de nada, Clara, claro que, puestos a ponernos así, ni Unamuno ni Machado nos van a decir nada a ti ni a mí que no sepamos ya. ¿Qué nos van a contar? ¿Qué nos va a decir Tolstói sobre nosotros mismos, ni Nabokov, ni Chéjov? ¿Qué te quiere a ti relatar Chesterton sobre lo más esencial de la misma esencia humana, Clara? ¿Qué te va a contar a ti Sterne, ni Joyce, ni Tolkien? Ni nadie, clara: si está clarísima la cuestión.

¿Que hay que redactar una disquisición en dos líneas mal escritas sobre planes hidrográficos; ora sanidad; ora educación; ora economía; ora eutanasia; ora aborto; ora valor de la vida humana? En medio párrafo, Clara, tú me aclaras la idea. Gracias por deslumbrarnos con tu pluma. Y es que la sociedad te lo pide, ¿cómo negarte a ello? Desde X, Instagram, TikTok, Facebook, Google Maps: ¡Todo, Clara! ¡Todos! ¡Todos quieren conocer tu opinión! ¿Escuchas un podcast? Ya tardas en ir al asalto de la caja de comentarios, seguro que tienes algo muy importante que decir. ¿Ves algo intolerable en internet? ¡Pantallazo y a una historia de Instagram! Que tus allegados no duden del ávido ojo de su estimadísima Clara para cazar polémicas injusticias e injusticias muy polémicas. Todo el mundo quiere ser escuchado, claro que sí, Clara.

Lo que no nos queda tan Claro, ¿clara? Lo que no nos queda tan claro, es quién tiene aquí autoridad para decir nada a nadie. Si tu cerebro es la máquina lógica, ars magna ultima perfectamente engrasada capaz de discernir certeza y error en menos de un par de vistazos rápidos a la pantalla del móvil. ¿En base a qué? A tu profundo dominio del arte de la oratoria, de la dialéctica; en base a tus vastos conocimientos sobre todos los asuntos que se te plantean. ¿Que se pone difícil la contienda? ¡Sácale al oponente un garrafal error gramatical! Tú que a penas sabes puntuar bien y el corrector es el que te pone las tildes.

Si es que es normal, te basta con haber leído las dos primeras líneas de esta carta que te dedico para bajar corriendo a la sección de comentarios y decirme lo que piensas al respecto. No te hace falta ni llegar al final para haberme puesto una etiqueta y opinar deque… ¿De qué? ¿Qué tienes que decirme, Clara? Si por ti fuera escribirías hasta en el pie de página del periódico, pero claro, no lees prensa. Serías una gran prologuista, si fueses capaz de escribir más de renglón y medio con coherencia. Serías una gran ensayista, si es que tuvieras algo que ensayar.

Y, es que verás, Clara; no, tu opinión no es tan relevante como tú crees. Las injusticias de este mundo no se combaten desde tu smartphone, ni desde el sillón de casa. Tus opiniones caen tan rápidamente en el olvido como las estériles polémicas que comentas —o más si cabe—. Porque no, Clara, no funciona así. Te han engañado absolutamente, las redes sociales no sirven absolutamente para nada útil, para nada beneficioso, ni son instructivas, ni educativas; te han hecho creer que poniendo tu ilustre comentario vas a lograr algo. Te han hecho creer que tú, desde tu silla plegable, vas a mover de su poltrona al que sí tiene algo que decir: siento decirte que no es así, Clara; pliega tu silla y muévela a otro frente. Clarinete la cuestión, no espero más, de una persona como tú, que corras a desinstalarte todo lo que te está consumiendo esa preciada vida. Vida que pierdes.

No deje usted, lector, que sigan envenenándolo más a través de pantallas que no tienen nada que decir. No se deje engañar: no por escuchar una conferencia de don Antonio Escohotado, conocerá usted la obra; en todo caso al autor. Si quiere usted saber de qué trata Los enemigos del comercio, no le quedará más remedio que zamparse tres volúmenes kilométricos sobre la historia del comercio y del hombre. ¿Era casual traer aquí a Don Antonio? No lo es, ad verecundiam, porque en ocasión de una entrevista le preguntaron qué hacía falta para que hubiera gente como él, muy llanamente dijo algo así como que, a sus setenta y seis años, poniendo que aprendió a leer a los seis, estudiaba una media de doce horas diarias; echen cálculos en setenta años. Y así, concluía, es como sale un tío como yo, no hay más misterio.

Entiéndame. Usted, Clara y yo, estamos lejísimos de alcanzar eso. Pero al menos, una orientación nos ofrece sobre qué hacemos en este mundo si no es aprehender, sí, con h.

P.S.: Ahórrese el comentario —y Clara la correspondencia—.

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