El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El sello del óxido

«Siguiendo la senda de la ruptura iniciada hace mucho por otras regiones, Moreno Bonilla promueve ya incluso el habla andaluza como nuevo idioma autóctono»

Como muchas ciudades modernas, Córdoba es pródiga en esculturas urbanas. Las hay sobrecogedoras, sobre todo de noche, como la del Cristo de los Faroles. Las hay sagradas, como los triunfos de San Rafael. Las hay emblemáticas, como del Gran Capitán. Las hay modernísimas, como Vientos de Cambio. Están las perfectamente adaptadas al entorno, como las de los cuidadores de los patios o el monumento a los enamorados. Las hay desubicadas, como el Monumento a la mujer Cordobesa o La Educación de Nerón. También las hay inadecuadas, como el monolito a las agentes municipales asesinadas en el Pretorio, que merecían algo más bello, o bien inesperadamente a contracorriente, como la Cruz de los Caídos. Las hay cuasi ocultas, como la dedicada a Rubén Darío en Los Patos. También hay muchos bustos o estatuas de personajes, a veces, paradójicamente, en recoletas plazas cuyo nombre es de otro. Hay muchas, decididamente, inclasificables o directamente horripilantes. Y hasta tenemos aquellas que deberían protagonizar un romance humorístico en octosílabos: las estatuas perdidas de la Isla de las Estatuas. ¿Qué estarán haciendo ahora mismo entre los matojos? Sospecho que hace tiempo que cobraron vida y nos observan desde el río, como extraños personajes mitológicos. A todas ellas se les ha sumado ahora el primer sello de óxido.

La semana pasada se instalaba en las Tendillas el sello de óxido, monumento al 4D (cuatro de diciembre), día de 1977 en el que diversas manifestaciones masivas propiciaron el proceso de autonomía que ha servido, a la postre, de motor para la disgregación de España. La apariencia de la obra equivale, de manera literal, a la de un logotipo, ese sello que aparece ahora en forma de monumento pero que, adaptado a un sello marcador de papeles, puede perfectamente dejar la rúbrica en documentos plagados de leyes descompuestas en cientos de epígrafes. Y ese sello de óxido se ponía en la plaza más céntrica no por casualidad, aunque la excusa fuera que de allí partió la manifestación.

En cierto modo, el presidente de la comunidad autónoma, Juan Manuel Moreno Bonilla, presente en el acto de inauguración, ponía el sello de óxido a la ciudad entera en el lugar más céntrico y a dos pasos del monumento al Gran Capitán, españolísimo héroe de la guerra de Granada y de un sin fin de batallas en Italia. Siguiendo la senda de la ruptura iniciada hace mucho por otras regiones, Moreno Bonilla promueve ya incluso el habla andaluza como nuevo idioma autóctono, y el 4D como sustituto inmediato del 28F, demasiado identificado con el PSOE después de décadas de apropiación.

Poco importa que tal jornada, la de la bandera andaluza, proceda de los dislates de Blas Infante, al que se reivindica como padre de la supuesta patria, uno de tantos iluminados que han poblado nuestra historia política. Nacido en Casares, Málaga, pretendía regenerar el país mediante un proyecto re-islamizador de Andalucía. Estas ensoñaciones de alguien que se llegaba a disfrazar de moro y que posiblemente se hubiera convertido al islam, se resumen hoy en tan disparatadas declaraciones que ni siquiera pueden ser reproducidas por aquellos que reivindican su figura.

Con el sello de óxido, que va a ser reproducido en todas las provincias, la auntonomía andaluza da un paso más en su imitación de otras, como la catalana, la vasca o todas las que están yendo detrás en el camino de los reinos de taifas, al que se han apuntado desde Asturias con su bable hasta Extremadura con su castúo.

Firmada Córdoba con ese sello de óxido que representa el sentido patrimonial de la autonomía por parte de nuestros representantes (la región es mía), Andalucía se va convirtiendo en lugar propicio ya para los cantones, destino final del régimen del 78, en el que cada presidente de autonomía tiene sueños de caudillo y hasta ofrece discursos en Navidad.

Convertida la plaza de las Tendillas en yegua que ha sido dolorosamente marcada y afeada a propósito por el más antiestético de los monumentos cordobeses, nos preguntamos si no hubiese sido más armonioso, e igualmente acorde a las intenciones políticas, sustituir la cabeza de la estatua del Gran Capitán, que la falsa leyenda atribuye a Lagartijo, por la de Moreno Bonilla. El lugar mantendría su diáfana belleza, y un nuevo capitán, más aún, general, nos miraría desde lo alto.