La droga del resentimiento
«Causa bochorno escuchar las desahogadas peroratas que, como analfabetas jurídicas, se desgranan desde la portavocia del Gobierno»
Construir muros y dividir a la sociedad es el camino más seguro para la polarización, cuyo final es el frentismo y la eliminación del adversario. El final de todo ello es el perenne resentimiento que nos aleja de nuestra condición humana y nos asemeja al primitivismo de la zafiedad y de la incultura. De todo ello nos advierte el filósofo alemán Sloterdijk cuando habla del resentimiento interminable. En España ese empeño en el resentimiento se alienta, por desgracia, desde las altas responsabilidades gubernamentales. Socialmente, Sánchez construye muros y dividen a la sociedad; políticamente, cercena la división de poderes con una vocación autoritaria cada día más patente y un descarado manoseo de las instituciones públicas.
El empeño de Sánchez para mantenerse por mucho tiempo más en el poder, a costa de lo que sea, está llegando a su mayor obscenidad con su última pretensión de amordazar a la ciudadanía, a la prensa y a la judicatura, limitando la acción popular y el derecho a la libre expresión del pensamiento. Y lo hace mediante una proposición de ley, conocida popularmente como «ley Begoña» por reflejar, sin decoro ni tapujos, que su finalidad es amnistiar preventivamente a su esposa y, de paso, beneficiar también a sus próximos de la familia, del partido y de quienes le sostienen en el poder. Un privilegio propio de dictaduras y una ofensa, un ataque sin precedentes a los principios básicos del Estado de Derecho. Las reacciones inaceptables de todo el Gobierno a una investigación judicial abierta al fiscal general por haber filtrado y revelado datos confidenciales de un ciudadano, con fines políticos inconfesables, revelan un temor fundado a que esa investigación termine afectando al vértice de la pirámide gubernamental.
Cuando, lejos de velar por el cumplimiento de la ley, quien tiene esta responsabilidad se dedica a obstruir la labor de la justicia, incluso destruyendo pruebas como un vulgar delincuente, la degeneración del sistema democrático está llegando a límites irreversibles. Con razón ha dicho Felipe González que es franquismo hacer depender a la Fiscalía del Gobierno, tal como viene actuando el sanchismo, cuya falta de respeto al equilibrio de los poderes constitucionales es tan escandalosa que hoy ya nadie duda de que, en una situación limite, si fallan los indultos o las amnistías preventivas el Tribunal Constitucional hará su último servicio salvando a los suyos y condenando a los contrarios.
Es una auténtica vergüenza oír a esa patulea con poderes ministeriales, acusando a los jueces de condenar sin pruebas o cuestionar los informes policiales, erigiéndose poco menos que en auténticos gregarios de quien aspira, ni más ni menos, que a convertirse en un nuevo emperador con poderes absolutos. Causa bochorno oír al ministro de Justicia decir que el Tribunal Supremo acusa sin base probatoria o escuchar las desahogadas peroratas que, como analfabetas jurídicas, se desgranan desde la portavocia del Gobierno, sin cortarse un pelo y con la complicidad de algún juez metido a ministro, emitiendo juicios y valoraciones que no superarían el primer curso de derecho. Pero así estamos: una España sanchista que piensa que el poder lo puede todo y que los controles son para todos, menos para ellos.
Cuando se tiene como jefe de su equipo de asesores a quien se doctoró con una tesis titulada «La ética del engaño» no puede sorprender que la mentira sea la norma de conducta de quien falta a la verdad en lo que dice, en lo que hace, en lo que cree, en lo que piensa o en lo que discurre. Los valencianos tienen buena muestra de ello después de que, el 6 de noviembre, un Sánchez solemne proclamara que ya se habían solicitado las ayudas por la dana al Fondo de Solidaridad europeo y hoy se supiera que quedaban solo cuatro días para que expirara el plazo para solicitarla, sin que todavía se hubiera cursado una solicitud que debe rondar los 1.500 millones de euros.
Son tantas las mentiras y las manipulaciones sanchistas que no vale la pena perder más tiempo sorprendiéndonos con ellas. Cuando un proyecto político se alimenta de la confrontación la mejor manera de expulsarlo del poder es no perder la calma, denunciar sus abusos y elaborar una agenda de proyectos de país que impliquen una forma, un estilo y unos objetivos alejados del empeño personalista y coyuntural de ocupar permanentemente el poder, una obsesión esta de Sánchez que está provocando el hastío y el cansancio por las continuas tensiones con las que va sometiendo a la sociedad para lograr su objetivo al pretender adoctrinarla sectariamente, provocando un daño irreparable a la convivencia ciudadana.
Cuando la droga del resentimiento agote sus perniciosos efectos y la ciudadanía reaccione rechazándola, la pesadilla sanchista habrá llegado a su fin y los españoles deberán seleccionar a una clase política más moderada, reflexiva y comprometida con los principios constitucionales, acometiendo una regeneración que ponga en práctica políticas de Estado que acaben con el mercadeo y el chantaje de minorías egoístas que avasallan el interés general. Un interés general que no puede seguir sometido a la droga del resentimiento que no tiene cura.