Al tenazónRafael del Campo

Y a los cincuenta años resucitó

Uno de los escritores más populares de los últimos años del pasado siglo fue el abogado Fernando Vizcaíno Casas. Autor de más de cincuenta obras ( novelas, memorias, ensayos… ) el prolífico literato llamaba la atención, entre otras cosas, por ser franquista y confesarlo abiertamente, sin rubor ni prevención alguna.

En aquellos tiempos, igual que ahora, confesarse franquista no era fácil, pero es que Vizcaíno, a su inteligencia, ingenio y habilidades literarias, unía una evidente honestidad intelectual y una congruencia personal, que le movían a no esconder sus criterios, afinidades y lealtades. Eran, desde luego, otros tiempos: todavía había ejemplos de personas que defendían aquello en lo que creían sin ponerse de perfil. Hogaño, aun seguimos siendo pocos, pero cada día somos más.

Una de la obras más aclamadas de Vizcaíno Casas ( supera las 40 ediciones y fue llevada al cine) es « Y al tercer año resucitó…» , una novela ágil e imaginativa, con un punto de ternura y añoranza, con mucho de reflexión y bastante de sátira social, que nos presenta a un Franco que, en 1978, o sea tres años después de fallecer, resucita, y contempla lo que el paso del tiempo ( breve ciertamente ) ha hecho con su legado.

El éxito de la novela es entendible por ser publicada en un momento histórico en el que los lectores tenían aun presente a Franco: habían vivido en su régimen y , muchos de ellos, lo añoraban. Creo que esa añoranza era una actitud recta y fundada, pero también consciente de lo irreversible de la situación y de lo inevitable de la nostalgia: sabían, ciertamente, que el régimen de Franco pertenecía ya a un pasado definitivo y era necesario abrirse al futuro y a otras formas políticas y culturales .

Esa sensata actitud de los españoles de los años 70 y 80 fue posible, en mi opinión, por la existencia de dos realidades, una moral y otra material, ambas propiciadas por el franquismo: la primera el deseo de concordia y reconciliación; la segunda la estabilidad económica y la evidencia de haber logrado corregir en gran parte las diferencias económicas y sociales que habían separados a los españoles y que, a la postre, habían contribuido a desencadenar la horrorosa guerra civil.

Es incontrovertible que ese acercamiento « afectivo» y económico- cultural entre los españoles ( que permite culminar la transición ) es una consecuencia del régimen de Franco. Y ello por la sencilla e incontrovertible razón de que tales paradigmas no existían en 1936 pero sí, tras los gobiernos de Franco, en 1975. Por poner un par de ejemplos de orden económico - cultural, mínimos pero significativos : la tasa de analfabetismo en 1.936 era del 40 % ; en 1975 del 9 %; la renta per capita en 1.936 era cercana a los 200 dólares ; en 1.975 en casi 2.500. Blanco y en botella ( o tetrabrik).

Este año se cumplirán 50 años de la muerte de Franco. Y, en contra de lo que pasó en 1978 cuando Vizcaíno publicó su novela, al personal importa muy poco su figura. La gran mayoría de los españoles no vivieron su madurez vital bajo su régimen y la juventud de ahora tiene una idea lejana e indiferente de su figura. Esto me parece de lo más natural: a nadie importa( salvo a los estudiosos ) lo que hizo un gobernante que rigió el país más de medio siglo atrás.

Sin embargo el Gobierno se afana en organizar fastos en conmemoración de su muerte, con la excusa de poner un ejemplo de un tiempo del que, según su criterio, debe abominarse. Si era tan malo, digo yo: ¿ no sería mejor olvidarlo para siempre, como quien olvida una pesadilla, una enfermedad o un desamor? Juzgar tiempos pasados desde el «presentismo» es propio del raquitismo intelectual de nuestros dirigentes.

Seamos honestos. Sobre todo sean honestos los «sanchistas» . Y respondan a esta pregunta: ¿ Quién atenta con más peligro a la convivencia, un Franquismo que ya no existe ni importa a nadie o la corrupción del gobierno, la « colonización » del Tribunal Constitucional, la imputación del Fiscal General o pactar con prófugos y terroristas.....? La respuesta es evidente y descubre la gran falacia del gobierno, y su mendacidad mal intencionada y abusiva.

Llegado a este punto me pregunto: ¿ hasta cuando los gobernantes dejarán de tratarnos como imbéciles? Pero aun más: ¿hasta cuándo permitiremos nosotros que nos traten como tales? Resucitar a un muerto cincuenta años después para tapar problemas actuales es una desvergüenza. Tolerarlo de manera sosegada y con indiferencia, sin rebelarse contra los muñidores de tal engaño, es aun más preocupante: demuestra hasta qué punto la sociedad se deja engañar, con tal de seguir confortable y adormecida.

Son tiempos de reacción. La democracia, ciertamente, corre peligro. Pero no por Franco. Sino por Sánchez. Y lo evidente no necesita explicación.