Romance de la naranja amarga
Cuando llegan estas fechas, X (antes Twitter) se llena de mensajes de andaluces guasones que, en español u otros idiomas, animan a los visitantes de la ciudad a coger naranjas de los árboles, o bien a tomarlas de los recipientes si acaban de ser recolectadas. Hace años, cuando la pérgola de los jardines Duque de Rivas tenía todavía usos de oficina para diversas empresas, uno de los trabajadores que desarrollaba allí su profesión solía advertir en las redes sobre los incautos extranjeros que, nada más llegar a Córdoba vía estación de tren, se quedaban maravillados ante los naranjos de la zona, extendían su mano y se llevaban el fruto a la boca. Si el Fary chupando un limón simbolizaba la fealdad gracias a un popular dicho, un japonés comiendo una naranja amarga se convertía en su versión internacional. Ningún artista avezado de la ciudad se ha propuesto jamás realizar una exposición con esos rostros descompuestos, que así se debería llamar la muestra, ni el Ayuntamiento ha querido premiar al primer turista del año que caiga en esta pequeña trampa frutal. Basta que un par de funcionarios estén atentos a partir del 1 de enero. En cuanto alguien arrancase la naranja, la pelase y le diese el primer mordisco, una comitiva encabezada por el señor alcalde, entre confettis y fuegos artificiales, obsequiaría con un ramo de flores, una botella de vino de Montilla y un pastel cordobés al estadounidense, sueco, francés, chino o alemán que degustase la primera naranja, llevando su rictus fotografiado como logotipo al expositor de Fitur.
El consistorio ha anunciado, sin embargo, que no plantará más naranjos, árbol característico de la ciudad que además dota de gran personalidad a muchos rincones, desde los comentados jardines del Duque de Rivas al barrio de Cañero, las plazas Ángel de Torres o Regina, el Jardín de los Poetas y más sitios, desde calles a plazuelas. Su pequeño porte, el contraste colorido y el olor a azahar ha inspirado poemas, coplas y bodegones. Pero esto no tiene ninguna importancia ante el embate de la arboricultura moderna, que no entiende ni de versos ni de lienzos. Incluso dos naranjos han sido condenados por un juez, y tendrán que ser arrancados. Sus raíces han dañado el interior de una vivienda. Esperamos que la vida de estos particulares delincuentes sea perdonada y encuentren una posibilidad de reinserción en otros lares, como el Patio de los Naranjos, lugar de indudable espiritualidad donde sus faltas podrán ser reparadas.
En cualquier caso, y en honor a naranjos, naranjas revenidas, naranjas en el suelo, turistas despistados, flores de azahar y, al cabo, primavera temprana cordobesa, me atrevo a dejar este modesto romance de la naranja amarga.
Romance de la naranja amarga
Venían desde Madrid
donde cogieron el AVE
procedentes de Japón
(en Sapporo eran compadres).
Cuando llegaron a Córdoba,
caminaban por la calle
en dirección al hotel.
«¿Pelo que son estos álboles?»
dijo el nipón al pasar
por la Avenida Cervantes
“Clusemos a ese jaldín,
me ha entlado un poco de hamble”
Dijo el nipón al pasar
por Ronda de los Tejares.
En frente ya de la Pérgola
la alegría de las aves
ponía banda sonora
a la incipiente catástrofe.
Un nipón cogió una fruta.
Otra ofreció a su compadre.
Con avidez las mordieron...
se desató la ira de Hades
con ese sabor amargo
que se hace insoportable.
Dos poemas son las caras
y gestos de los compadres.
El Fary con su limón
estaba más presentable.
Parecía un exorcismo
por los grandes ademanes.
Mas por fin llegó la calma,
llenitos los lacrimales.
“Madle mía, qué mal rato,
qué nalanjas tan salvajes
son como bombas atómicas
alasando las ciudades”.
De compromiso una foto
mandan a sus familiares
con risas entre naranjos
y fuego en los paladares.
Andando hacia San Basilio
se apresuran los compadres
entre muecas y mohínes,
alcocarras y visajes,
arrastrando las maletas
y evitando los frutales.
Un compás de verdecillos
gorgeaba con donaire.
Ni un zumo más se tomaron
en el resto de su viaje.