Del dicho al hecho…
El artículo de la semana anterior me hizo reflexionar sobre algunas cuestiones de nuestro vivir diario. En momentos en los que casi nadie se atreve a reconocer tanto en público, como en pequeñas comunidades, que es creyente por el qué dirán, porque casi ninguno de sus amigos acuden a la celebración eucarística de los domingos, aunque sea de vez en cuando, porque me vayan a decir beato, o mirar con cara estraña… En tiempos revueltos en los que solo se habla de política, -y con razón-, pero se esquiva hablar de Jesús, de nuestras creencias, de comentar en círculos cercanos que ayudamos a los demás porque es una necesidad que nace del alma y del corazón, y lo limitamos a justificar que damos una pequeña ayuda a esta o aquella ONG, y nos autoconvencemos porque marcamos la casilla de la Iglesia Católica en la Renta, -que debemos de marcarla-, … llega la Semana Santa y parece como si todos fuéramos lo que negamos con nuestro silencio.
Desde el inicio de la Cuaresma y sus cuarenta días, nos vamos preparación de la Pascua, parece como si despertara un algo en nuestro interior que hace exteriorizar nuestro sentimiento cristiano. El mismo Catecismo de la Iglesia Católica así nos lo dice, “La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto", proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro, para preparar la celebración de las solemnidades pascuales, con la purificación del corazón, una práctica perfecta de la vida cristiana y una actitud penitencial.
Como si formara parte de nuestro obligado retiro espiritual y aunque solo nos acordemos de él en estos días, debemos de actuar como la Iglesia nos invita, a la meditación y a la oración, acompañado por un esfuerzo de mortificación personal cuya medida, a partir de este mínimo, es dejada a la libertad y a la generosidad de cada uno. La Cuaresma nos prepara e induce a una auténtica y profunda conversión personal, que nos haga participar plenamente en la fiesta más grande del año: el Domingo de la Resurrección del Señor.
Pero del dicho al hecho hay un trecho, dice el refrán. Algunos tomamos la Semana Santa como cualquier otra celebración, que nos hace salir a la calle a ver los desfiles procesionales como si de una fiesta de carrozas se tratara. Nos gusta cómo sale el Cristo o la Virgen de su sede parroquial y cómo cimbrean los varales de nuestra Madre al son de la música de la banda de cornetas y tambores, con la mágica fuerza, astucia y fe del costalero, o el firme caminar de los nazarenos a los que, en su pasar, intentamos adivinar si es hombre o mujer, o por el tipo, le parece al vecino del quinto, y lo graciosos que van los pequeños monaguillos que con sus incensarios dejan la estela de ese olor especial a incienso, delante del Trono, y otras muchas cosas mas.
Y lo bonita que es la imagen de Nuestra Señora y la cara tan linda que tiene, lo bien que toca la agrupación musical que le sigue y da ritmo a los costaleros, auténticos y sufridos jóvenes que con su anonimato y esfuerzo dan vida a la Imagen en su caminar.
Pero la Semana Santa debe ser algo más. Mucho más. Y no debe convertirse solo y en todo caso, en una simple reflexión de moda, folclore y turismo para estas fechas del año.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice mucho más sobre lo que debe significar la penitencia. Refiriéndose a la interior del cristiano hace referencia a que, … «La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas». La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación por el Bautismo, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad .
Nuestro sentir y el vivir del mensaje de la Semana Santa no se puede limitar a una semana de fiesta y entretenimiento. Debemos pensar que también podemos hacerla nuestra los 365 días del año.
Como os comentaba en mi primera columna de opinión, nuestra mente tiene que reflexionar y meditar sobre otras muchas cosas que tiene que formar parte de nuestro ser todo el año, día a día. Hay que pensar en los valores, ver las cosas buenas de los sueños, de abrir el corazón, de tender la mano, de la montaña rusa de la vida, de sembrar, de perdonar, de autosuficiencia, de la razón o no, de huir hacia delante, del egoísmo, de las personas necesitadas y del sufrimiento de estas, de apariencia, de caretas, de vida oscura, de puertas abiertas y cerradas.
Bienvenidos a la Semana Santa. Salgamos a la calle y disfrutemos de ella, pero pensemos que significa algo más, mucho más que un largo puente en el trabajo y unos días de paseo con la familia entre la multitud. Y sin temor alguno, hablémosle con fe a la imagen que veneramos, digámosle que necesitamos su ayuda, que cuide de nosotros, o del vecino, que lo está pasando muy mal. Vivamos el silencio de una calle llena de cirios que avanzan, miremos a Nuestra Señora, y de tú a tú, aun con esa lágrima que se nos pueda caer, pidámosle. Porque ella nos escuchará en nuestro silencio.