Seminaristas leídos
Querido Seminarista:
Me tomo la libertad de robar algo de tu tiempo para compartir contigo algo de lo que he podido aprender del magisterio siempre clarividente de Joseph Ratzinger; en este caso no tanto como teólogo sino como pastor aunque, como bien sabes, en él no son deslindables ambas dimensiones. Te digo que me tomo la libertad con la conciencia de que su enseñanza puede despertar en ti y en mí la sensibilidad hacia la necesidad de ejercitarnos en el noble ejercicio de la lectura y porque en este ejercicio concreto y, en principio, complementario en tu formación podrás percibir de algún modo que «la esencia del ministerio sacerdotal no se puede captar con un entendimiento aislado, sino solo con el entendimiento y el corazón, con el espíritu y los sentidos. ¡También con los sentidos!» (Munich 1977). Si bien - ¡está claro! - en este ejercicio no podemos dejar de ser lo suficientemente perspicaces para percibir, por ejemplo, la ironía de todo un Ratzinger, arzobispo de Munich, que en la Misa Crismal del año 1979 citaba a Albert Camus con su «Je n’aime pas les prêtres anticléricaux».
A través de las citas literarias con las que el arzobispo Ratzinger adereza sus homilías se puede llegar al más incisivo examen de conciencia «sacerdotal». Medita por un momento la cita que en su momento hacía de Ionesco en una homilia: «El mundo se pierde, la Iglesia se pierde en el mundo. Los párrocos son ignorantes y mediocres – ¡y otro tanto diría, a buen seguro, también de los obispos!- se sienten felices de ser simplemente hombres como los demás, mediocres, pequeños burgueses de izquierdas. He oído decir al párroco en la iglesia: ‘Seamos felices, congratulémonos […], Jesús os desea jovialmente unos hermosos buenos días’. Dentro de poco se instalará para la comunión del pan y el vino un bar donde se repartirán bocadillos y vasos de vino. Todo esto me parece una inconcebible majadería, una antiespiritualidad total. La fraternidad no tiene nada que ver ni con la mediocridad ni con los hermanamientos. Necesitamos lo supra-temporal, porque, ¿qué es la religión sino lo santo? No nos queda nada, nada sólido, todo se mueve. Y lo que nosotros necesitamos es una roca».
Que la lectura es importante en la vida de Joseph Ratzinger es un hecho difícilmente discutible. Precisamente en la homilía de una ordenación diaconal recuerda cómo el mismo día de su ordenación como Lector uno de sus compañeros le puso sobre su pupitre una hoja en la que estaban escritas las palabras que Dostoievski pone en boca del monje Zósimo de Los Hermanos Karamazov: «Lee la Sagrada Escritura, léesela a la gente, no expongan grandes teorías, grandes palabras acerca de ella. Deja siempre que sea la palabra misma, con pocas aclaraciones, la que penetre en sus corazones y no temas que la gente no puede entenderla. El corazón creyente lo entiende todo». Ratzinger te invitaría en este momento a dejar que la Escritura hable por sí misma. Si el ideal pasa por «permanecer a los pies de Jesús para llegar a ser sus testigos», recuerda que «es siempre necesario escucharlo, una y otra vez, con la mirada puesta en Él».
Pregúntate con Ratzinger: -«¿Somos realmente ricos en la Palabra que es conocimiento y que en el cúmulo del discurso representa para nosotros una guía? ¿O no ocurre más bien que en este aspecto hemos llegado a ser muy pobres?». Él te pondría, como hizo en su momento, el ejemplo del literato Julien Green que desde su infancia fue iniciado, formalmente, por su madre, que era anglicana, en la Sagrada Escritura. Conocía de memoria los 150 salmos. La Escritura formaba parte de la atmósfera de su vida. Gracias a esta providencia realizada a través de su madre el, por momentos, díscolo y perdido escritor pudo llegar a decir: «Una persona que ha recibido un fundamento como ese no puede perderse definitivamente».
Será la lectura, querido seminarista, la que te conducirá a plantearte con el autor del Principito: «Sólo hay un problema en el mundo. ¿Cómo se puede volver a proporcionar a la humanidad un sentido espiritual, una inquietud espiritual; cómo dejar caer sobre ella el rocío de algo semejante al canto gregoriano? Comprenda usted que no se puede vivir ya de frigoríficos, de política, de balances y crucigramas. Ya no se puede». O con el gran escritor ruso Soljenitsin narrando el clamor desesperado de un comunista reducido en las prisiones de Stalin: «Nosotros necesitaríamos de nuevo catedrales en Rusia y hombres cuya vida genuina hiciera de ellas espacios del alma».
Finalmente, piensa que también con autores como Kafka, en sus novelas El castillo y El proceso, aprenderás a descubrirte en medio de un «anonimato extremo de los procesos de decisión en el mundo actual» que suscita un «sentimiento de dominio por parte de la tela de araña de poderes anónimos». A través de la cita de Kafka, Ratzinger te recordará la existencia de un «inconfundible clamor por un rostro, por una persona, que, como persona, asuma responsabilidades y personalice la institución, responda personalmente por ella y la haga asequible, visible y susceptible de diálogo». Conviene no dudar que «a la estructura constitucional de la Iglesia le es inherente, de forma irremplazable e irrenunciable, la responsabilidad última de las personas».
Querido Seminarista, ¡feliz día de San José! ¡Feliz día del Seminario!