Firma InvitadaJuan Laguna Navarro

La otra Semana Santa: Jueves Santo

Actualizada 04:30

Todos los años en el sacratísimo triduo del crucificado, del sepultado y del resucitado o Triduo pascual, la Iglesia celebra, en íntima comunión con Cristo su Esposo, los grandes misterios de la redención humana. (San Juan Pablo II. Directorio de la Piedad Popular y la Liturgia. 140)

De la misma manera que nos expresamos a través del cuerpo, la Iglesia lo hace a través de la liturgia. De ahí que los Oficios del Triduo Pascual, me atrevo a decir, ponen el marco interpretativo a lo que después celebramos en las calles, en nuestra religiosidad popular y no se entendería lo uno sin lo otro pues, de negar la mayor, las procesiones serían desfiles estéticos o artísticos; los costaleros serían como los harrijasoketa (los típicos levantadores de piedras vascos) y la penitencia que hacen los nazarenos, puro postureo de Instragram.

No siendo tal, conviene conocer lo que se celebra, para saber porqué lo celebramos y de ahí que me decida, sin ánimo de ser exhaustivo, a repasar, en una pincelada, lo que pasa en las Iglesias en los santos oficios de la cena del Señor.

El Jueves Santo es un prólogo y la Iglesia quiere rememorar en este día tres cosas fundamentales de su ser y de su existir: la institución del sacramento del Orden sacerdotal, de la Eucaristía y el mandamiento nuevo del amor fraterno. Y todo esto de forma solemne y sobria al mismo tiempo.

En esta Eucaristía especialmente emotiva y sentida, la Iglesia pone toda la carne en el asador pues celebrándola, conmemora esas tres notas fundamentales de su existencia. No solo conmemoramos la muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva, si no que, además, reconocemos su presencia viva entre nosotros. De ahí que la reserva eucarística –o como lo llamamos «monumento»- de ese día sea el centro de toda la tarde y toda la noche del Jueves Santo. Acompañamos a Cristo en su Pasión porque sabemos que Él está ahí: en esa reserva del Cuerpo de Cristo que se adorna con una solemne austeridad. Ya vendrá el día del Corpus, para manifestar esa fe en las calles: por ahora, lo adoramos en el Santísimo Sacramento.

Destaca también la archiconocida costumbre de representar el lavatorio de los pies a los Apóstoles por parte del Señor y esto hace que, ese gesto de abajamiento del Señor que nos narra San Juan, sea más gráfico y conmemorativo: el sacerdote que, en la celebración de la Eucaristía actúa en la persona de Cristo, hace lo mismo que hizo su Señor como gesto de amor y entrega a su pueblo. Así, la tarde, la noche y la mañana siguiente, transcurre en adoración perpetua recordando y viviendo con Cristo los momentos culminantes de su vida, el comienzo de su Pasión y de su entrega y son muchos los que van pasando, poco a poco, por ese Tribunal de la Misericordia en el que se convierte los Monumentos Eucarísticos de las distintas Parroquias. Día este, más que conveniente, para no dejar solo al Señor.

Una vez terminada la celebración y reservado el Santísimo en el Monumento, se desviste el altar de todos los manteles, candelabros y ornamentos simbolizando el despojamiento referido en la Pasión que se vivirá durante toda la tarde y al día siguiente. Relacionado con este gesto existen muchas otras costumbres que han caído en desuso: la de purificar el altar con vino y agua o la del oficio de tinieblas contando este último, con bellas composiciones musicales.

En resumen: en la celebración de los Oficios del Jueves Santo, la Iglesia quiere vivir, lo más intensamente posible, los momentos previos a la Pasión de Cristo por saber que solo desde ese amor de los amores, que es la Eucaristía, se puede entender lo posterior. El sacrificio de Cristo tiene su principal referente y plasmación mística en las palabras de la consagración: tomad y comed esto es mi cuerpo, tomad y comed, esta es mi sangre, que se entrega y se derrama por vosotros. No puede existir otra actitud en el cristiano que vivirlo desde el agradecimiento por tan gran regalo y desde la caridad con el que más nos necesita: con esos otros Cristo de la puerta de al lado.

Juan Laguna Navarro es sacerdote y párroco de Santa María la Mayor de Baena (Córdoba).

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