Domingo de Resurrección
La resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó, es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús durante su vida terrenal
Es domingo; «este es el día que hizo el Señor», es la Pascua, día de la creación nueva y siempre renovada. La resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe cristiana. «Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe» (1 Co 15, 14). Ciertamente, se trata de un acontecimiento real, con manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento, que a su vez trasciende y sobrepasa la propia historia.
La resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó, es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús durante su vida terrenal. Cristo murió en la cruz y ha resucitado, ha triunfado sobre la muerte, sobre el poder de las tinieblas.
«Y así, esta noche santa —canta el Exultet de Pascua— ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos».
Además, «la Resurrección de Cristo —y el propio Cristo resucitado— es principio y fuente de nuestra resurrección futura: «Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron [...] del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo» (1 Co 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos «saborean [...] los prodigios del mundo futuro» (Hb 6, 5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Co 5, 15)» (CCE, 655).
En este sentido, reza el tropario del día de Pascua de la liturgia bizantina: «Cristo ha resucitado de los muertos, con su muerte ha vencido a la muerte. Y a los muertos ha dado la vida».
Esto es lo que celebramos de manera solemne una vez al año, en este Domingo de Resurrección, y cada domingo: Cristo ha resucitado y con su claridad llena de alegría la faz de la tierra.
Por este motivo, quienes tenemos la experiencia gozosa de Cristo resucitado, debemos ser fermento de alegría y esperanza en medio de nuestra sociedad, especialmente a lo largo de este Año Jubilar.
Como indica el Papa Francisco, la esperanza «nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5, 10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo» (Bula Spes non confundit, 3).
Así pues, la celebración litúrgica del Domingo de Resurrección invita a los cristianos a unirse en la alabanza y el agradecimiento a la Santísima Trinidad porque Cristo vive y «ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, «la vida no termina, sino que se transforma» para siempre (Bula Spes non confundit, 20).
Antonio Jesús Morales Fernández
Canciller secretario del Obispado