Amistad
Nada hay más peligroso que un amigo ignorante, es preferible un enemigo sabio
Un amigo que merece su nombre
Benjamin Taylor sobre su amigo Philip Roth: «Me hizo sentir que mi mejor yo era mi verdadero yo».
Un amigo es un tesoro
Según un cuento de los hasidim, un ladrón muy anciano era incapaz de dedicarse a su oficio y se moría de hambre. Un hombre rico, al enterarse de su miseria, le envió comida. Los dos murieron el mismo día. El juicio del rico se celebró el primero. El Tribunal Celestial lo consideró culpable y lo mandó al purgatorio. Pero un ángel llegó corriendo a llamarlo cuando estaba en la puerta y lo condujo de vuelta al tribunal. Se había anulado su sentencia. El ladrón viejo había robado la lista de sus faltas.
«El que tiene amigos buenos y verdaderos –nos asegura Baltasar Gracián en El Criticón– sabe por muchos, obra por todos, conoce y discurre con los entendimientos de todos, ve por tantos ojos, oye por tantos oídos».
Gran lector de Gracián, el cenizo de Schopenhauer no tuvo muy en cuenta al aragonés cuando se jactaba de no tener amigos «porque ninguno es digno de mí».
Los riesgos de un amigo ignorante
Basándose en una versión árabe del Panchatantra, La Fontaine compuso la fábula del oso y del jardinero.
Tras muchos años de vida solitaria, un oso salvaje comenzó a echar en falta el calor de una amistad. Pero como daba miedo a todos los animales, le era imposible tener trato con ninguno. El mismo deseo era experimentado por un jardinero que vivía solitario entre sus flores. Quiso la casualidad que cuando ambos salieron en busca de amigos, se encontraran en una vuelta de un camino e hicieran buenas migas, comenzando así una relación de acompañamiento y cuidadoacompañándose y cuidándose mutuamente.
Un día mientras el jardinero dormía a la sombra de un árbol, una mosca se le posó en la cara. El oso, con las mejores intenciones, quiso matarla para que dejase dormir en paz a su amigo. Cogió una enorme piedra y la lanzó con toda su fuerza contra la mosca, rompiéndole la cabeza al pobre jardinero.
Moraleja: Nada hay más peligroso que un amigo ignorante. Es preferible un enemigo sabio.
Pero lo mejor es un amigo sabio, como cuenta nuestra Oliva Sabuco: «dos embajadores romanos, capitales enemigos, siendo mandados por el senado ir juntos a una embajada, en saliendo de Roma y llegando a las primeras matas», dijo el uno: Pues es así que hemos de ir juntos, dejemos la enemistad en estas matas y a la vuelta la tomaremos. Y dijo el otro: «Sea así». Hicieron su viaje con tan buena amistad y conversación como si fueran muy grandes amigos; y volviendo de su viaje, cuando llegaron a las matas, dijo el uno: En estas matas dejamos la enemistad; ¿hémosla de tornar a tomar?
Él era yo
«Parce que c'était lui, parce que c'était moi», decía Montaigne de su amigo La Boétie. Fue esta una amistad en la que dos almas se mezclaron «con una mixtura tan completa, que borran y no vuelven a encontrar ya la costura que las ha unido» (Montaigne, Ensayos).
Sócrates
«Hallándose Sócrates un invierno bastante riguroso rodeado de gran número de amigos, ninguno de éstos echó de ver que el ilustre filósofo carecía de capa con que abrigarse. Pasada la estación del frío, como quiera que otro sabio amigo suyo celebrase la dulzura de su carácter y su profundo talento, pretendiendo atribuir a estas cualidades la causa de que se viera constantemente rodeado de sus adeptos, Sócrates le contestó: Bien podrá ser así; pero desengañaos que en invierno no hay amigo como una capa». Lo cuenta José María Sbarbi en su Florilegio.
Se dice también que Sócrates se construyó una casa tan pequeña que un ateniense se reía de él diciendo: «¡Vaya casa minúscula para un hombre tan notable!». «Me consideraría afortunado –le respondió Sócrates– si pudiera llenarla de amigos fieles».
Palabras y silencios
De la tácita amistad entre Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti se suele recordar que cuando el uruguayo fue elegido presidente del Primer Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española, celebrado en un hotel de Las Palmas, se negó a ejercer de tal, por lo cual, los congresistas se referían a él como «el presidente en el exilio». Su exilio era el bar del hotel, donde se encontraba con Rulfo. «¿Qué tal Juan?», preguntaba Onetti. «Aquí andamos, Juan», le contestaba Rulfo. Y dejaban transcurrir las horas en un plácido silencio hecho de intimidad.
Un manojo de cebollas
El ácrata Séneca Pérez fue fusilado en la Cárcel Modelo de Barcelona. Cuando estaba frente al pelotón, uno de los presos formados ante él, lanzó a sus pies un manojo de cebollas. Víctor Alba, que estuvo allí, comenta: «Contado parece grotesco, pero pensando en el hambre que se pasaba y que Séneca era vegetariano, es un gesto de amistad casi aterrador».
La amistad en la edad de las despedidas
«Una cosa», escribe Clarín, «es saber que morir tenemos, y otra cosa es ir viviendo la muerte alrededor nuestro, y cómo va matándonos la parte del corazón que tenemos desparramada por el mundo».
Algo semejante parece estar pensando Horacio cuando, temiendo la muerte de su amigo Mecenas, le escribe: «Si un mal golpe se llevara contigo una parte de mi alma, ¿qué me importaría la otra a mí, que ya no valdría lo que antes, sobreviviéndote, pero no entero?»
Esta mitad de sí mismo es la que le arrebató a Montaigne la muerte de La Boétie: «Desde el día que lo perdí no hago más que arrastrarme lánguidamente. Y aun los placeres que se me ofrecen, en lugar de consolarme, redoblan mi dolor por haberlo perdido. Íbamos tan a medias en todo, que me parece que le arrebato su parte».