CazaRedacción La Voz
R.C.Prieto

Manchones con sabores pasados

«Lo cierto es que cada día que pasa, esta modalidad se acerca más a la extinción»

Córdoba Actualizada 04:30

Cazador, mientras cae la tarde

Desde muy niño, en las siempre ricas charlas camperas hubo una palabreja que no dejaba de llamar mi atención, manchón. Me sonaba a añejo, puro y casi fantasioso. «Que si hoy vamos a darle a aquel manchón» … «el año aquel que manchoneamos el cerro tal» … «que si los manchones del río» …

La palabra manchón lleva por bandera lo que yo entiendo por caza pura, pocas escopetas -ni que decir tiene que todas amigas- un puñado de perros y unos «roalillos» de monte donde apostar la ilusión en los días previos. Lo cierto, como comenté al inicio, es que cada día que pasa, esta modalidad se acerca más a la extinción. Multitud de trabas legales, intereses económicos debajo de cada piedra y un enfoque más comercial de la caza.

Sea como fuere, no hace más de un mes nos dispusimos a rememorar tiempos pretéritos y nos juntamos una buena charpa de amigos con la intención de dar un par de manchones en una finca donde nunca se había cazado la mayor de esta forma. La incertidumbre era grande, la ilusión aún mayor.

Perros de cazaRCP

El día amaneció radiante, un sol de justicia hacía romper «el pollillo» de los coronos tras las abundantes aguas. Y digo esto pues las vaguadas y zonas de mayor humedad ya vestían ese color verde tan ansiado por todo cazador. El primer golpe lo daríamos a la olla de las encinetas, una zona de reforestación de no más de cuarenta hectáreas. Las abundantes bellotas del chaparral que componía el manchón, la tranquilidad del terreno y la calidad del pasto que allí germinaba alimentaba nuestra ilusión.

Las cinco escopetas se colocaron en las posturas elegidas. Llegó el momento y soltamos a los perros, tan escasos como buenos. En estos casos, los perros como los amigos, mejor pocos y buenos que muchos y malos. Un primer tiró sonó en una de las puntas. Los perros pronto se orientaron y tomaron los primeros rastros. Entonces comenzó la orquesta, las agudas ladras de la «Mora» acompañadas por el incansable tesón del «Chato» empezaron a retumbar por el barranco al compás de las detonaciones. La satisfacción de los que nos ceñimos los zahones y animábamos a los canes en esos momentos era indescriptible. Habíamos pillado a las reses dentro. A la hora de soltar, llegamos al tope de la linde y marcha atrás. Una vez terminados, volvimos a la casa donde pudimos constatar que el resultado había sido aún mejor de lo esperado. Le cortamos un total de 6 reses cervunos y 1 zorro. Un éxito sin precedente alguno.

Jabalí abatidoRCP

Tras una parada casi obligada por el entusiasmo que nos embriagaba, nos dispusimos a dar el segundo manchón, el del arroyo. Como su propio nombre indica, la cacería discurriría a orillas de un regato que, por infortunios de la vida, había ardido recientemente. La vegetación venida a menos, quedaba compuesta por algunas retamas salpimentadas, y un par de apretones de adelfas de mayor entidad. Con los puestos colocados en sus suertes, los perreros empezamos a andar. En esta ocasión, parecía que las reses nos la habían jugado, cosa que constatábamos con el silencio sepulcral que imperaba conforme pasaban los minutos. Con los perros apunto de emprender la subida del arroyo, un tiro lejano sonó. Al poco, pudimos ver de barrera a barrera como un nutrido grupo de cochinos (por lo menos 12-13) buscaban librar inútilmente la línea de escopetas. Pronto empezaron a retumbar los disparos y el piarón de marranos se partió en mil pedazos para alegría de los allí presentes. Menudo tiroteo. ¡Qué disparate! La mano la rematábamos con los perros ya vacíos de energía, pero con los bigotes teñidos por el color rojizo de la victoria.

Comenzó la recogida, que resultó bastante más tediosa de lo habitual al tener que ser sacados a pulso todos y cada uno de los animales abatidos. Tras tres horas de arduo esfuerzo, conseguimos presentar en la casa 6 reses cervunas, 3 cochinos y 2 zorros de buen porte. Continuando con la tradición, la carne se repartió entre los allí presentes, tal y como en su día harían nuestros antepasados. Una cacería que no solo será recordada por nosotros, sino que a buen seguro será saboreada por muchos más, todos y cada uno de los que prueben el exquisito manjar que es la carne de caza.

Perro de cazaRCP

El ocaso, siempre especial, ponía el punto y final a una jornada histórica. Sabor añejo, cacería pura, en blanco y negro, de las que no quedan y tanta falta hacen. Un día cargado de emociones para los allí presentes y a buen seguro para aquellos que, «apontocados» tras un apretón de nubes, manchonearon junto a su descendencia desde las escarpadas posturas del cielo.