Fin de semana con montería en El Tamaral
Segunda batida del año en esa finca gracias a los permisos extraordinarios obtenidos para ello

Equipo titular para montear el Tamaral
Hacía tiempo que teníamos fechado en el calendario el fin de semana del 25 y 26 de enero. Esos días tocaba reencuentro de amigos, y que mejor lugar que en nuestra querida Alcudia, finca que más que ser de la familia, es de todos, pues rara es la persona que no tiene alguna anécdota allí.
Mientras las primeras «tajás» de cochifrito desaparecían de los platos, las cábalas de cómo afrontar la jornada del sábado irrumpían en la cena de manera atropellada. El Mesón Benito fue el lugar escogido para arrancar estos días por pagos castellano manchegos. Un pequeño local que es de nuestro agrado, pues pese a tener poca variedad, la calidad de sus viandas –en especial de los derivados del cerdo– siempre acaban saciando con creces nuestro apetito.

Niebla calaera para arrancar el sábado
La mañana del sábado amanecía fría, con una niebla «calaera» de esas que no te permite ver más allá de tus narices. Pese a todo, nuestro afán por intentar derribar alguna paloma torcaz hizo que madrugásemos y tras preparar todos los archiperres, pusimos rumbo a los puestos elegidos. Ya en el cazadero, tras re-comprobar lo que habíamos visto desde la casa, no quedó más remedio que suspender la cacería.
Pues bien, el plan de la jornada se truncó, pero la alternativa tampoco era mala: lumbre imponente, buenas viandas y mejores vinos. Mano a mano con la candela hasta que el cuerpo aguantase, y así, como se va consumiendo un leño de encina en la lumbre, iba avanzando el día entre risas, cartas y anécdotas de otras jornadas. De puertas para afuera el campo seguía mojándose, sin prisa, pero sin pausa, como se fraguan las mejores cosas en esta vida.La mañana del domingo amaneció despejada, pero con viento de poniente que hacía presagiar agua. Montearíamos El Tamaral, segunda batida del año en esa finca, consecuencia de los permisos extraordinarios obtenidos para ello. El desayuno fue, como viene siendo costumbre, en el campo de futbol de la Viñuela. Migas, café y algún licor (para los que aún tenían cuerpo) como antesala de un gran día de montería. La mancha cumplía a la perfección con el prototipo de finca manchega: monte de jaras y chaparras de extrema dureza rodeados de sopiés de encinas, quejigos y algún olivar perdido.

Carlos Villar, capitán de montería, dando las indicaciones de la jornada
El sorteo llegó, y con él, nuestro turno: el número 3 del Carril. Un puesto que, sobre el mapa, era más de reses. El resto de amigos quedaron diseminados por la mancha, muchos de ellos también en armadas vecinas. Una vez llegamos al puesto he de decir que no me gustó, esa es la realidad, tenía pinta de ser querencioso, pero la disposición de los visos haría complicado jugar cualquier lance con garantías. Ante de soltar comenzaron a sonar los primeros tiros. Con la suelta de las rehalas, todo se precipitó, y el rugir de las detonaciones hacían presagiar que, una vez más, las calientes mesas del tamaral estaban hasta la bandera de animales.
Quitándose de la quema nos entró un hermoso pitarro de 10 muflonas. Mano a mano con Manolo, pudimos quedarnos con dos de ellas. Un lance muy bien jugado, pues supimos aguantarlas hasta el momento perfecto. Qué importante es esto de dejar cumplir las reses…
Cuando aún estábamos comentando el lance anterior, las excitadas voces de los podenqueros nos pusieron en alerta «Ahí va el cochino pá los rasoooss» «Undi con él..» La insistencia del cante así como la cercanía de la ladra nos puso en alerta, y a los pocos segundos, por la loma del final del llano apareció un tremendo cochino a todo cisco. Supo bien donde pisar, y zafándose por el viso volcó al arroyo de nuestra izquierda, donde Tomás pudo quedarse con él.

Mapa de la mancha a batir
Con el paso de los perreros nos llegaban noticias frescas, los centros de la mancha estaban sopaos de marranos. El tiroteo conejero que tenían montado lo corroboraba. Menuda orquesta… Las rachas de viento apretaban sin compasión al compás de los latidos de los podencos.
Si buena fue la ida de los perros, mejor fue la vuelta. Los cochinos que habían logrado escurrirse volvían a salir de sus encames propiciando preciosos lances. Una ladra nos alertó, algún bicho venía del arroyo. El monte crujía, el corazón le echaba un pulso… en cuestión de segundos, un venado joven saltaba a los limpios para perderse, una vez más, por el límite de nuestro tiradero. Una pena, pues de haber materializado esos lances, habríamos firmado un señor puesto.

Visión del número 1 del Carril
Sobre las 15 horas el sonido de las caracolas anunciaba el fin de la cacería. Por si fuera poco, con la llegada a la junta, las nubes se pusieron de acuerdo y comenzaron a repartir agua de manera abundante. El trabajo de los arrieros, siempre fundamental en nuestras monterías, se vería complicado por lo agreste del oraje.
Durante la comida dio tiempo a analizar pormenorizadamente un nuevo triunfo. La junta de carnes se cerró con un total de 51 cochinos y casi 40 reses de pelo. Un resultado encomiable y meritorio para los 35 puestos que monteamos. El que ha gastado suela por estas tierras sabe de la importancia de estos éxitos en una sierra que no regala nada, y que es capaz de hundir sin vacilaciones al más atrevido de los cazadores.
Sobre las 20 horas llegábamos a nuestra querida Córdoba, metidos en agua, esa que da de comer a tantos agricultores y ganaderos. El fin de semana había sido un éxito. Y tras una breve reflexión sobre esto, creo que se debe a dos factores de los cuales me siento muy afortunado. Saber cómo y con quién cazar. O lo que es lo mismo, amigos y caza de verdad. La que hace cientos de años practicaban nuestros antecesores, y muy probablemente, por la que todos y cada uno de los participantes del fin de semana han estado presentes.