Reyes, tesoros, gatos y palomas mensajeras; en las entrañas de la misteriosa montaña artificial del Retiro
- Esta construcción, levantada a principios del siglo XIX por orden de Fernando VII, cambió de uso infinidad de veces a lo largo de la historia hasta quedar abandonada hace dos décadas
- El pasado mes de noviembre de 2022 arrancaron las obras de rehabilitación integral del enclave y está previsto que finalicen a finales de junio
La montaña artificial del Retiro, un antojo de Fernando VII y un bluf a ojos del político conservador Francisco Silvela. Lo dejó claro el día que, en 1893, ingresó en la Real Academia Española para ocupar la silla «K». El recién nombrado académico no tuvo piedad al describir el enclave durante su discurso: «He contemplado en un ángulo de nuestro antiguo Retiro un desgraciado promontorio castigado, como por iras del cielo, por las pestilencias del mal gusto». Entonces, hacía casi 80 años que se habían iniciado las obras para levantar aquel capricho del monarca.
El diseño corrió a cargo del arquitecto real Isidro González Velázquez y se trataba de una elevación adornada con cascadas artificiales que brotaban de entre la diversa vegetación de un jardín romántico que, entre otras cosas, integraba la estatua de dos leonas de yeso un tanto machunas. La maraña ocultaba a su vez una gran bóveda subterránea y tenía un templete en su cima del que ya solo se conserva la base. A sus pies, un estanque donde chapoteaban peces y gansos. La Montaña rusa, la llamaban.
Algo de puntería tuvo con su verborrea quien fuera presidente del Consejo de Ministros en los albores del siglo XX, porque este promontorio de arenisca, ladrillo y mampostería fue escenario de lo imaginable y lo inimaginable. Lo que un día sirvió de refugio al «rey Felón» en la falsa invasión de un ejército con motivo de la jura de la princesa heredera, otrora sirvió a la Sociedad Colombófila para instalar su estación central de palomas mensajeras. Las aves no fueron los únicos habitantes. Los gatos callejeros se hicieron fuertes durante un tiempo en este enclave ahora olvidado y que en los años 60 se describía como uno de los más bellos, desconocidos y abandonados del parque madrileño.
La montaña de los gatos del Retiro
A mediados de los años 50, decenas de mininos conquistaron el promontorio y la montaña artificial fue rebautizada como la montaña de los gatos. A los pioneros silvestres se sumaron incontables ejemplares domésticos a los que sus dueños empujaban a la vida salvaje lanzándolos desde la verja del parque. Además, la colonia proliferaba con la ayuda de un grupo de exacerbados amantes de los animales que hasta fundaron una asociación en su defensa, la Unión de Amigos de los gatos del Retiro. En época de austeridad vivían como marajás: dejaron de cazar mirlos y gorriones, dormían a cubierto, recibían dos comidas especiadas diarias y los iba a ver un veterinario que pasaba consulta dos veces por semana. Un mundo feliz que un día se convirtió en un basurero.
Nadie vio o escuchó nada. Ni guardas, ni transeúntes, ni los amigos de los gatos. A principios de agosto de 1954 desaparecieron los más viejos y enfermos. Aquellos días andaban las señoras indignadas paseando por los alrededores de la montaña, donde uno apenas se encontraba con una docena de michinos. Erraron los cálculos de un analista que aseguró que en un quinquenio la colonia superaría los 37.000 ejemplares.
Un peletero, o el periodista que lo entrevistó, llegó a insinuar que la gente los mataba para luego comérselos y vender la piel para prendas. El director de circo Salvador Hervás también hizo sátira de la extraña desaparición para publicitar sus espectáculos: «No hay motivo de alarma. No son los gatos del Retiro, es un sensacional número de mininos que montan a caballo como consumados jinetes».
Resultó que se encontraban bajo custodia del Laboratorio Municipal porque entre ellos se había detectado un caso de rabia y los supervivientes sirvieron a otro laboratorio para el campo de la experimentación. Mientras tanto, los excrementos de los ausentes y los cadáveres de los muchos que murieron en el parque no fueron retirados y perfumaron la montaña con el hedor de la carne felina en descomposición.
Una nueva oportunidad para la montaña
Algún que otro gato despistado, ya del siglo XXI, sigue custodiando la montaña atento a los pajarillos que osan sobrevolarla. Si miras debajo de las vallas de obra que rodean ahora el lugar se ven platos de comida dispersos colocados por los Amigos de los Gatos, a pesar de tener once puntos, llamémosles oficiales, en el parque para alimentarlos. Desde noviembre de 2022, los obreros trabajan a contrarreloj en el gran proyecto de Caridad Melgarejo, conservadora del parque, para poner a punto esta «magnífica obra» que siempre fue uno de sus objetivos cuando llegó al cargo hace más de siete años. La fecha de finalización de los trabajos está prevista para últimos de junio.
«Se ha trabajado en varias ocasiones sobre la montaña, porque se consideraba un punto muy significativo del Retiro en los años 80 (…) después ha habido intentos de mejorarla, pero no han fructificado. Al no prosperar es cuando ya nos planteamos la rehabilitación integral de la montaña de los gatos», explica Caridad a El Debate. Durante dos décadas había permanecido vallada y oculta a los ojos de los paseantes por el crecimiento desbocado de la vegetación.
Pero en su interior había más sorpresas. Durante las obras, han «encontrado una galería con restos arqueológicos que se va a quedar a vista (…). Es una galería de agua que conducía a una noria, anterior a la construcción del parque». También aparecieron los contrafuertes que han sujetado la bóveda durante estos cientos de años y parte de ellos también quedarán descubiertos.
El tesoro de la favorita de Felipe IV
La montaña fue también leñera, almacén de carretillas o escenario de desgraciados sucesos con la muerte por bandera. En 1957 se convirtió en la x del mapa de un tesoro, supuestamente el de la actriz María Calderón, la amante de Felipe IV. Un buen día, un buen hombre, don Germán Cervera Malagrava, quiso plantar allí su aparato de radiestesia y aseguró que había oro y diamantes.
«Cuando pueda demostrar que esto es cierto, haré nuevas revelaciones. No solo hay uno, sino muchos tesoros sin salir del Retiro», decía Cervera a los periodistas después de que las varillas de su utensilio girasen once veces. Pero, la búsqueda del arcón se saldó con dos semanas de excavaciones, un boquete de diez metros, ni rastro de las joyas de la favorita y unas obras que el Ayuntamiento se negó a costear. La prensa de la época convirtió este episodio en el entretenimiento de miles de madrileños durante días, pero, después, el señor Cervera abandonó el Retiro y siguió aplicando la radiestesia para buscar oro en fincas de Motril o Esquivias e, incluso, para convencer al periodista Alfaro de que la Luna estaba habitada por el hombre y que, además de los selenitas, había cerdos, cereales y yacimientos minerales.
A pesar de todo, la leyenda de este tesoro es real. Caridad lo sabe y confiesa que aunque «en esta obra no ha aparecido, también se marcan otros puntos donde, no sé si la favorita o quién, dicen que guardaban sus tesoros».
Y así, historia tras historia, la montaña del Retiro fue recopilando nombres a lo largo de los años; la montaña artificial, la montaña rusa o la montaña de los gatos. Su último uso, hace dos décadas, fue como sala de exposiciones y así reza en la fachada de la entrada al interior del promontorio, que, al menos en su parte más baja, ahora es 100 % accesible. La actividad se tuvo que suspender por problemas de humedad y filtraciones de agua. Ahora, con un lucernario de cristal en lo alto de la bóveda –pendiente de instalación–, con redes de saneamiento y drenaje arregladas, con alumbrado nuevo y con el movimiento del agua de las cascadas recuperado, «el proyecto ha prosperado» y Caridad espera que se convierta en un lugar «muy gratificante para todos los madrileños» cumpliendo la función que pretendía Fernando VII: «Un mirador para observar, para ver sin ser visto».