Templo jainista de AdinathGustavo Morales

Crónicas Castizas

Dioses sin pan

En la India todo es de color, tienen decenas de dioses, las escaleras de los templos están desgastadas, aunque carecen de pan se visten con una sonrisa e ignoran lo que es el espacio personal. Esta es la crónica de un viaje allí

9 de agosto. Todo el día de viaje para llegar a Delhi. Magnífica publicidad con sabor a Kipling: «Antes sólo se podía entrar en el fuerte Rowjana como prisionero». Hay cola para acceder al país aunque traigas visado. Estás en la India cuando los mozos del aeropuerto te arrancan las maletas para llevártelas por pocas rupias. Los hoteles envían microbuses y coches para recoger a sus clientes. Los taxistas te prometen llevarte a mejores alojamientos.

El tráfico disuade a cualquiera que llegue con la idea de conducir él mismo. No es mi caso. Tengo carnet, pero detesto conducir. Aquí se trata de no estrellarse y los variopintos vehículos se cruzan por uno y otro lado. Me alojo en Le Meriedien, hotel enorme y bien organizado con criterio indio. Mañana temprano volveré al aeropuerto para ir a Udaipur.

Miran el equipaje con rayos X y lo cierran con una cincha de plástico. Pasas por arcos y luego viene un registro a mano, con filas para hombres y para mujeres, nada más. Requisan cerillas y mecheros en el equipaje de mano, que miran a fondo, pero son tolerantes con lo que uno puede subir a la cabina, incluyendo animales vivos en jaulas. Es de día y es mi primera mirada a la India cotidiana, de piedra y de color. Llego a las orillas de un lago que mandó construir un maharana con un palacio en el centro. Ese es mi hotel al que sólo se accede por barca. Estamos instalados en el Taj Palace Lake, en medio del lago Pichola.

Jamsmuj es un hindú devoto que sabe su oficio. Le dejamos un fondo común para propinas que reparte con generosidad en escuelas y casas con menos de lo mínimo, a criterio europeo, donde nos conduce con tranquilidad y sin dudar al abrir puertas sin llamar. Esa tarde visitamos el templo de Nagda, donde una nuera y su suegra compitieron por hacer los mejores relieves.

Por los caminos se ven campesinas con vestimentas coloridas. A continuación nos descalzamos para entrar en Eklinji, donde en cuantiosos templos se adora a Shiva, frecuentemente representado por un lingam sobre un yoni orientado hacia el norte. Allí está prohibido hacer fotos. En la puerta, entre otros pobres, pide un hombre cuya columna le obliga a gatear. Su extrema delgadez lo asemeja a una araña.

Katmandu, mujeres.Gustavo Morales Delgado

Los campesinos llevan liados sobre la cabeza turbantes de nueve metros, útiles para las siestas. Visten pantalones hechos con una larga tela a los que llaman dotis. Se la enrollan a la cintura y entre los muslos, dejando al descubierto sus escuetas piernas morenas.

En el hotel los pájaros duermen y los mosquitos hacen más incómoda la hermosa perspectiva desde las torres de este edificio magnífico donde ofrecen una danza del clan de los guerreros. Los hombres llevan el bigote con las puntas hacia arriba. Alguien nos susurra que en el barco anclado junto al hotel se filmó una de James Bond.

El lago Pichola está lleno por las lluvias monzónicas de días anteriores. En las tiendas donde llevan los guías los precios están disparados. En las otras tiendas, donde no te llevará el guía, los precios son muy inferiores. Alegan que la calidad es peor, pero todos se surten de los mismos artesanos.

Vemos Udaipur, bordeamos el lago Fatehsagar y el palacio de la ciudad, el templo Jadgish y los jardines Sahelion Ki Bari, también abundantes en ardillas y lagartos. Por el camino hacia el oeste, la frontera con Pakistán, visito un pueblo donde los habitantes miran con tanta curiosidad como yo a ellos. Las mujeres se cubren la cara cuando las apunto con mi cámara de fotos. En el camino entro en el mayor templo jainista del mundo, Adinath de Ranakpur, donde las propinas se convierten en donativos. Es una construcción extraordinaria digna de verse. Todas sus columnas son diferentes y rebosa belleza.

En un colegio la maestra obtiene nuestra admiración, lidiando con casi dos centenares de alumnos descalzos vestidos con camisas azules. La dejamos nuestra admiración y nuestras rupias.

La ruta hasta el desierto ha sido corta en kilómetros y longeva por la peculiar conducción en las carreteras de India, que no permite pasar de 60 kilómetros por hora como velocidad punta. Camiones sin chasis, jeeps, camellos y vacas danzan por la carretera entre peregrinos, elefantes y desocupados. No hay malas palabras pero sí pitidos y maniobras.

Llego a Rohet, al borde del desierto de Thar. Me alojo en una suerte de oasis, con piscina y grandes cuartos de baño. El agua es el lujo del desierto. Un indio de la casta sacerdotal invita a ron del lugar con estragos en algún estómago. Lleva un anillo de hierro, forjado con la herradura de un caballo en una noche de luna llena. Da una explicación compleja y mágica en la que entra el Planeta Neptuno. El anillo es hermoso. Por la noche, baile con sables. El baño es muy amplio pero carece de ventilación, que a la habitación le sobra. Un Luca de Tena asegura que le han desaparecido 50 euros de su cuarto.

Salimos al desierto muy temprano, en un jeep willy. Las dunas se detienen donde los ingleses hicieron plantar acacias. Gacelas en libertad y perros cazadores. Hay casas aisladas de la tribu de los Visnui que siguen los 29 puntos de su santón. Son protectores de la naturaleza y vegetarianos. El patriarca es dignísimo, así como la actitud de todos los miembros de su familia amplia.

Patriarca Visnui en RohetGustavo Morales

13 de agosto. Un largo viaje nos lleva al Fuerte Pokharan, antes de llegar a la ciudad de Jaisalmer. La comida hace estragos. Comienzan a abundar los musulmanes. Ante Jaisalmer se extienden los cenotafios donde fueron incinerados varios rajas y marajas. Algunos pillastres bajan el precio de presuntos trilobites según se aleja el viajero. Son pocos y dan más pena que otra cosa. También a los guías se les acaba la culturilla y se repiten.

En la ciudad, entre vacas y balcones labrados, hay tiendas donde copian lo que sea en discos CD. Las vacas hacen difícil caminar por las calles estrechas. El único peligro real es que te orinen encima. En cualquier caso, los indios saben trabajar la piedra que abunda. Recorro Jaisalmer, su ciudadela con balcones de intrincadas celosías en piedra, un templo jainista donde me persiguen para que dé un donativo, y un museo insulso con un simpático anciano como guía. Junto al museo está el lago Gadisar, lleno de peces hambrientos. Vemos los havelis y nos meten en otra tienda de convincentes vendedores de colchas y bordados.

Noche toledana del 14 al 15. Jamsmuj nos trae de la farmacia el pedido del médico. La factura del doctor es de 500 rupias indias.

15 de agosto. Día de la Independencia de India en 1947. El personal del hotel, al completo, iza bandera y canta el himno. Se nota que sienten de corazón el acto patrio que realizan. Los indios son nacionalistas.

Partimos a Jodhpur con tres enfermos. Pablo y Ana entran en el hospital. A la puerta del mismo hay una farmacia donde proveerse de cuanto les recetan, incluidas agujas y suero. Todo previo pago. Cada vez que el enfermo necesita algo, debe ir a comprarse por su acompañante.

Visito el Fuerte Mehrangarth, que alberga una curiosa sala de armas. Magnífica vista de la ciudad azul desde las almenas. Coincidimos con una tribu que mira con descaro y desconocimiento del espacio vital ajeno. Sonrío, todos lo hacen. Frente al castillo, el hermoso cenotafio de Jaswant Singh. Me despido de Jamsmuj.

En Jodhpur me alojo en el Taj Hari Mahal, un hotel de estilo colonial y amplios espacios. Desde allí voy a recorrer el bazar, 20 rupias por rickshaw ida y vuelta. Vale la pena iniciar esa visita en torno a la torre del reloj. Hay pilluelos que te siguen festivos pidiendo cualquier cosa. Callejeando solo no te sientes amenazado en ninguna. Visito el Fuerte Rojo de la ciudad, muy digno de ver pero a parte. Sonrisa que desarma.

16 de agosto. Aeropuerto, nuevos registros, otra vez sin cerillas. Vuelo a la capital de Rajastán, Jodpur. Recorro el palacio de la ciudad, cuyo señor recibió el título de «hombre y cuarto» y así lo hace saber ondeando una bandera y cuarto y teniendo en la puerta a un centinela alto y a un enano. Paseo por el Observatorio Astronómico que construyó Jai Singh II. Aquí, consultando las cartas astrales se siguen cerrando matrimonios de jóvenes que no se han visto jamás. El Palacio de los Vientos decepciona por su tamaño.

17 de agosto. Viajo a Amber y asciendo a su fortaleza a lomos de elefante. Es arisco y busca alguna vez presionarte contra la pared. Te escupe con la trompa. Bajo la fortaleza otros paquidermos se bañan en el río. Hay habitaciones en el recinto donde las embarazadas de varones, previstas por el astrólogo, contemplaban escenas de lucha para parir hijos aguerridos. Salida hacia Agra por carretera. En el camino la Ciudad Fantasma de Fatehpur Sikri, el calor es agobiante y la falta de agua condenó a la urbe imperial a ser una ciudad vacía y hermosa.

La ciudad fantasma de FatehpourGustavo Morales

A la vuelta a la aldea, los campesinos se reúnen para pedir perdón previamente a Shiva por lo que van a hacer: beben tres largos sorbos de opio disuelto de la mano del jefe de ceremonia, una en honor de cada una de las deidades de la principal trinidad hindú. Salgo de India y vuelo hacia Nepal, al aeropuerto Tribhuyan de su ciudad: Kathmandu. Papeleo por el visado antes de salir del aeropuerto. Más controles de seguridad. En la sala de espera se escucha español. Betsy me enseña Kathmandu, su ciudad. Ha sido estudiante de la Universidad Complutense en España durante 9 años.

Subimos a la colina donde vemos una gran estupa rodeada de cilindros de oraciones que los fieles hacen girar. Unas mujeres preparan la comida para dioses y hombres bajo unos toldos que las envuelven en una luz mágica. Abajo, en la Plaza Real comienza la ceremonia anual de los muertos. Una leyenda de un rey que para consolar a su reina de la muerte del padre de ésta hizo desfilar a todos aquellos a quienes se les había muerto un ser querido durante el último año. Los parientes del finado debían llevar una vaca o un niño engalanado de tal.

Rodeados por ese tumulto recorremos el casco antiguo viendo el Kasta Mandap y el Palacio de la Kumasi Debi, la diosa viviente, quien se dignó a mirarnos con fastidio un instante. Es elegida con una serie de condiciones y superando unas pruebas y abandona el cargo cuando llega a la pubertad cuyo retraso merece todos los trucos. Betsy cuenta que sus paisanos varones son borrachos y vagos. En realidad, no habla bien de nadie.

Vamos a la antigua capital real de Patán, con sus pagodas y templos Patrimonio de la Humanidad. Vuelo con un piloto asiático y varios pasajeros aterrorizados, en una avioneta de hélice Beech 1900d hasta el Valle de Pokhara. Sobrevolando las nubes veo los picos que también las superan en altura. Me alojo en un Fulbari Resort situado en un paisaje maravilloso, con unas cervezas en el pub militar de los Gurkhas.

Visito, en un pueblo cercano, un museo que apenas merece tal nombre y unas espectaculares cuevas fluviales. Hablo con exiliados de Tibet, gente amable y sencilla que vive de vender artesanía. Paseo en barca viendo la puesta de sol en el lago.

Un anciano hace el símbolo de los cuernos de la vaca en el momento de beber una infusión de opio, Rajasatán, IndiaGustavo Morales delgado

22 de agosto. Madrugo para ver amanecer, vislumbro apenas el Anapurna del Himalaya. Luego todo lo envuelven las brumas. Por la mañana espero a mi avioneta en una sala más pequeña que la de un autobús de Burguillos. Vuelvo a Kathmandu. Me alojo en el mismo hotel Hyatt. En el mostrador una dependiente intenta engañar con 900 nepalitos en el cambio. Le demuestro su error y sonríe.

Por la tarde paseo por la ciudad, girando en torno a una estupa en dirección contraria para disgusto de los demás orantes. Regreso a India en avión desde Nepal a Benarés. Ansío llegar a Taj Mahal, la hermosa tumba de una reina.

En el aeropuerto quieren cobrar por las cosas que llevo. Les digo que son indias y me piden la factura. Me pongo a hablar en español y a interrumpir el colapsado ínfimo aeropuerto que está atestado. Me dejan pasar. A la salida, nuevo acoso de taxistas y maleteros. El hotel ha enviado un vehículo. Apenas dejo las maletas para ir a recorrer el templo de la Madre India, un mapa en relieve a la postre, algo decepcionado voy al Templo de Durga y la Universidad, que tiene sus propios santuarios, visitas prescindibles. Mi anfitrión es un hombre delgado y maduro, Rai. Me lo encuentro dormido en todas partes, aunque presume de yogui que no duerme apenas. «¿Qué edad me echa? 58 años. Pues tengo 72». Sus porcentajes siempre eran exactos e iguales pero no dejaba una pregunta sin contestar. El 90% de los jóvenes indios, el 90% de la producción agrícola, el 90% de los peregrinos…

Taj Mahal, homenaje a una reina de su viudo.Gustavo Morales

Madrugo, me recoge Rai y vamos a recorrer el Ganges en barca. Santones y peregrinos se bañan en las aguas del río sagrado. En las orillas, gentes de distintos pelajes realizan sus abluciones rituales. Otros queman a sus muertos en piras funerarias. Cuando desembarcamos nos acercamos a una de ellas donde rápidamente nos piden dinero. No nos permiten hacer fotos a menos que paguemos. Una mano yerta se asoma entre la ardiente pira. Regresamos por las estrechas callejuelas adyacentes entre muertos en carros que esperan que la familia reúna el dinero para la madera necesaria en la incineración. Vuelvo a Delhi en avión. Voy al Taj Palace, hotel inmenso.

Chandra me guía por Delhi, entre edificios coloniales y templos. La visita es apresurada. El guía es cínico. Entramos en la Gran Mezquita, el Templo sij Bajngla Sahib, muy interesante, y en el memorial de Gandhi. Nuevo peaje. El guía me lleva a una tienda donde pago con tarjeta de crédito que es copiada. Gracias VISA por tu eficacia. Chandra y sus promesas se hacen humo con la credibilidad de la tienda. Pero una mancha no apaga el brillo de este viaje. Esa noche, un avión me lleva a Alemania.