Jesús expulsa a los mercaderes del templo

Fuerzas Armadas  Los legionarios y los mercaderes del Templo

El general Tomás Pallás Sierra refundó el Tercio Alejandro Farnesio y creó la Escuela de Mandos Legionarios

Se trataba de cuidar la relación entre los legionarios y la población que los acogía. Cuando el general Tomás Pallás Sierra fue ascendido a general de División le dio por emigrar a Málaga para no perder el mando de La Legión, dado que correspondía la Subinspección a un General de Brigada. Para seguir al frente, Pallás refundó el Tercio Alejandro Farnesio y creó la Escuela de Mandos Legionarios, de efímera existencia.

General Tomás Pallás

La cosa del traslado del Cuartel General a Andalucía había empezado mal porque unos jóvenes progresistas, ya sabe el avispado lector de qué progreso hablo, decidieron burlarse de sus nuevos vecinos con más desdén que humor, y a estos les dio por espabilarlos con la mano abierta cual mosquitos. Los jefes legionarios templaban gaitas con los indígenas. Se trataba de que Ronda, como así acabó pasando, aceptara la presencia de los legionarios en el pueblo. Y que las borlas rojas de 36 flecos de los chapiris, una por mes de enganche en el Tercio original, llenasen la calle de La Bola, la principal del pueblo, que pasó a ser conocida como la calle de ”la borla”, que sus comercios locales aprovecharán los sueldos, que no eran magros, de legionarios, siempre generosos y proclives al dispendio.

Para estrechar relaciones, se iba a celebrar una boda. Y dos legionarios fueron asignados, sin comerlo ni beberlo, aunque luego vaya si lo hicieron a dos carrillos, para asistir a la coyunda. Ambos con camisa verde, uno iba de legía normal, con su chapiri luciendo en el vivo rojo y la V de voluntario. El otro acudió tocado con una boina verde de la Bandera de Operaciones Especiales y sobre su pecho la bayoneta laureada que diseñó el armero Nicolás Sánchez Velasco, veterano de la División Azul que durante los combates contra Stalin recibió la placa de asalto de Infantería, por la lucha cuerpo a cuerpo, y en ella se inspiró para crear el emblema de Operaciones Especiales.

Nicolás Sánchez Velasco, creador del emblema de Operaciones Especiales

Volviendo a las nupcias, se casaba una chica del coro de la propia Iglesia donde se iban a celebrar los esponsales. De novio iba un zagal pulcro, hecho un figurín atildado, de una familia conocida en la parroquia por su fe acendrada. Los dos legionarios no se las prometían muy felices en el ambiente clerical y recatado donde poco podían desparramar, al menos no en demasía, pero «las órdenes hay que acatarlas antes de discutirlas». Seguro que esa frase es de un jefe, y asistieron al evento.

Parche con el emblema de la Bandera de Operaciones Especiales.

He ahí que, después de la celebración religiosa en la Iglesia de marras, sirvieron ágape, en la Alameda próxima, momento en el que se introdujo inopinadamente una orquestina durante la fiesta de esponsales. Y comenzó a tocar música popular española o lo que entendían por tal aquellos instrumentistas, para amenizar o amenazar los tímpanos de los convidados mientras se tomaban una copa a la espera de llegar al convite propiamente dicho. Cuál sería la sorpresa de los dos legionarios cuando la pequeña orquesta comenzó a tocar música religiosa, de Semana Santa. Y no contentos con ello, persistieron en el error y algunos músicos y otros invitados cogieron una silla, aposentaron en ella a la novia y corista que, por supuesto, iba vestida de blanco. Y la comenzaron a transportar y menear como si fuera un paso de Semana Santa de la Virgen. Imitando burlones incluso el baile tradicional de los pasos de las procesiones. Los legionarios se miraron entre ellos y no podían dar crédito ni a sus oídos ni a su vista. Bordeaba la blasfemia. Y la bordeaba por el lado que ya era blasfemia. Los dos guerreros decidieron intervenir recordando aquello de facta, non verba. Uno de ellos, de enhiestos bigotes, arrojó sin apurarlo su vaso contra uno de los instrumentos de viento, el mayor que vio. El soldado le dijo a su compañero: «Tú no has oído nada?» «¿El qué?», replicó el otro legionario. «A mí me ha parecido que la Virgen, la de verdad, digo, decía ¡a mí la Legión!». Fue más que suficiente y en cumplimiento del juramento sagrado del código del Tercio de Extranjeros, corrieron a desbaratar aquel desaguisado, dejando primero a la muchacha, sí, esa del coro de la Iglesia, sobre el suelo. Y a disolver posteriormente, con energía pero sin acritud, a los mentecatos que seguían tocando música sacra Y burlándose abiertamente de las procesiones y de la madre de Nuestro Señor.

Al general aquello no le gustó cuando llegó a sus oídos, porque hacía encaje de bolillos para mejorar las relaciones; pero al capellán le encantó y convenció al veterano Pallás de que no enviara a ninguno de ambos legías al pelotón de Castigo. Y eso que, si fuera por él, les habría condecorado aunque volvieran con las mejillas sin estrenar, ignorando San Lucas 6:29 pero recordando la expulsión de los mercaderes del Templo.