Un grupo de peruanos usa la vieja bandera de España como símbolo de libertad

Crónicas castizas

Un indio profesional en Persia

El indio quejumbroso admitió la cultura, la fe que renegó de los sacrificios humanos y del canibalismo, la fe de la reina de Castilla que prohibió la esclavitud de los indios y del rey español que instituyó la jornada laboral de ocho horas, y el idioma que compartieron los españoles con los indígenas del nuevo mundo

Hace tiempo, durante un viaje a la ancestral tierra del profeta Zaratustra y su monoteísmo proclamador de Aura Mazda, señor de la luz, coincidimos un grupo de periodistas en el que estábamos Vicente Talón y yo con los invitados al aniversario, uno reciente, de la revolución iraní de 1979. En los grupos de debate organizados con tal motivo y en las tertulias espontáneas habituales en nuestro oficio, resaltaba por su intensidad expositiva un hispanoamericano cansinamente crítico con Europa en general, el continente acomplejado, y con España en particular, adicto el censor ultramarino al victimismo más descabellado ayuno de conocimientos como suele ser costumbre de los ignaros.

He ahí que durante la entrevista de reducida asistencia que mantuvimos con el ministro de Orientación Islámica, léase propaganda y ortodoxia, Mohamed Jatami, luego presidente electo de la República Islámica, el líder iraní autor de la teoría estrafalaria de la Alianza de Civilizaciones, expuesta en Naciones Unidas en 1989, que Rodríguez Zapatero se apropió, expandió y financió con gran alegría de sarracenos, turcos y otros receptores de óbolos. El jerarca iraní en su intervención puso especial énfasis en destacar ante nosotros, descubriendo su incuria intelectual, que el primer imperialismo de la Historia decía lo perpetró el imperio español.

El indio presente en el encuentro lo jaleaba con entusiasmo dándole coba rayano en la pura adulación. Indignado por las hispanófobas palabras indocumentadas de Jatami, sin pensármelo dos veces, le recordé al extraviado clérigo chií que desbarraba y que parecía ignorar, entre otras cosas, que el imperio persa era mucho más antiguo que el español, mucho más sanguinario y mucho más represor y menos digno de imitación. El indio no dudó en posicionarse con el persa, no podía evitarlo tal era su condición, y reivindicar su presunta naturaleza de indígena que sólo existía en su boca y en sus ropas, resaltándola con una cinta en la frente anudada en su testa destinada sin duda a impedir que le estallara la cabeza en ebullición, plena de ideas peregrinas, pues por su aspecto y forma de hablar podría ser extremeño o de Huelva, pero era un indio profesional.

Tras el incidente, que tuvo una salida inesperada cuando el ministro alabó de forma encendida la belleza física que él percibía en uno de los presentes, protagonista de la crónica de la navaja y la jueza corsa, abriendo la puerta al cachondeo no sólo de los amigos del admirado, que aún dura, sino de los propios guardaespaldas de la autoridad iraní, nos fuimos a comer, y el indio, al que ya calificábamos de «indio profesional» pues esa era toda su especialidad y su sapiencia, se sentó en nuestra mesa. Vicente, nacido y criado en Valencia pero estudioso de lo vasco, le planteó al americano con sorna que era una pena que fuese tan crítico y radical respecto al descubrimiento y conquista del nuevo mundo, pues en España se iba a celebrar en breve, sin reparar en gastos, el quinto centenario del descubrimiento, y era triste no poder contar con él en las abultadas listas de expertos que estaban elaborándose, asistirían con los gastos pagados y un generoso estipendio por su presencia y la ponencia a presentar bajo la doble regla de oro, quien pone el oro pone las reglas y no pagues a quien te insulta.

La actitud del indio profesional cambió radicalmente sin vergüenza y aseguró con vehemencia que teníamos una percepción equivocada de su pensamiento, no le habíamos comprendido, que él realmente celebraba ese encuentro de culturas que permitía entender cómo la unidad americana fue forjada por España sobre la inexistente comunidad de intereses que no tenía lugar previa a la llegada de los españoles, entre los indios de la Tierra de Fuego y los caribeños, entre venezolanos y mexicanos, y que esa unidad sin antecedentes de Hispanoamérica se fraguó por la acción civilizadora de España.

García Márquez había dicho algo similar, en torno a la cultura, la fe que renegó de los sacrificios humanos y del canibalismo, la reina de Castilla que prohibió la esclavitud de los indios y el rey español que instituyó la jornada laboral de ocho horas, y el idioma que compartieron los españoles con los indígenas del nuevo mundo con los que no tuvieron problema racial alguno en mezclarse, al contrario que otros imperios depredadores y hostiles al mestizaje, como el holandés y el inglés y también el norteamericano, que no dejaron detrás universidades, escuelas, hospitales y ciudades completas como sí hizo España. Ahí están también las palabras del descendiente directo del jefe apache Jerónimo (1829-1909), así conocido por los gritos que daba invocando a su santo patrón. Pero poco da la historia que fue cuando la hegemonía es la del relato falso pero extendido de tantos difamadores nacionales y forasteros.

Asociación-Cultural-Dionisio-Inca-Yupanqui muestra la bandera-de la Unidad, del Mestizaje y nuestra-Fe.

Al final regresamos todos de Irán como entraron los bárbaros en España que decía la enciclopedia Álvarez, «en oleadas sucesivas», y ayunos de carnet de partido a ninguno nos invitaron al quinto centenario, tampoco al indio profesional, que lo mismo ahora se envuelve sensato y atinado en la bandera de la cruz de san Andrés.