Ficha de alistamiento de Julián Morales Vázquez de Castro en la División Azul

Crónicas Castizas

El panadero de Santo Tomé y el guripa Julián: «Recuérdame»

En silencio inicial, solo roto por el fuego enemigo de algunos centinelas rojos que adivinan su avance, desembarcan y les recibe el suelo minado. El 2º Batallón del 848° Regimiento soviético les ataca sin descanso, con vodka y sin valor

El aparente imparable Ejército alemán vira hacia el norte, terminando de cerrar Leningrado tras la conquista de Nóvgorod siguiendo el curso del río Vóljov, asegurando el cerco de San Petersburgo, entonces Leningrado. La División Española de Voluntarios, nombre oficial de una unidad más conocida como División Azul, recibe la orden de cruzar el río, acción celebrada en el Frente del Este como la Batalla de Vóljov que realiza el 2º Batallón, capitaneado por el comandante Miguel Román, del Regimiento 269 que manda el coronel Esparza, y les ordena cruzar el río Vóljov, dar golpes de mano y obtener información, de costumbre capturando prisioneros, los ucranianos son los más locuaces, para el general Muñoz Grandes, vamos enterarse de por dónde van los tiros casi literalmente y destruir puestos soviéticos en la otra orilla del río. Es fácil de decir, piensan, pero aprietan los dientes y se aprestan a cumplir, no se han pegado una pechada de casi un millar de kilómetros andando para darse la vuelta ahora.

Son jóvenes. Mucho. Algunos, apenas unos chavales que hasta hace poco llevaban pantalones cortos. Pero no es ya la ropa adecuada para ese otoño en Rusia ni para cruzar el río, son 300 metros, menos de un cuarto de hora que se les hace un siglo. En livianas lanchas neumáticas. En silencio inicial, sólo roto por el fuego enemigo de algunos centinelas rojos que adivinan su avance. Desembarcan y les recibe el suelo minado. Hay que ir corriendo, pero con cuidado, –¿cómo se hace eso?– o perder una pierna o quizás algo más, acaso la vida. Siguen avanzando imponiendo su voluntad acerada contra todo instinto humano, el más básico que impone la huida del peligro no correr hacia él como hacen. Y ya encuentran los divisionarios los primeros heridos, los primeros cadáveres con su mismo uniforme, con la misma bandera roja y gualda en el brazo.

En un pozo de tirador o acaso sea el cráter que hizo un obús, un hombre le llama. Julián apenas le mira. Pero el desconocido le vuelve a llamar. Y Julián se acerca a él, no le identifica, pero es un camarada de armas en apuros. Lo que ve le desanima, está herido, las heridas son muy graves. El desenlace previsible. Tiene el vientre abierto y sus piernas quebradas. Nada puede hacer con un puñado de vendas, además Julián no es médico, sino estudiante de Derecho. Aún así sabe, tiene la certeza, sí, ese hombre va a morir. Y el maltrecho le coge a Julián de las solapas de su guerrera gris verdosa. Y le pide una, una única cosa, que tiene que repetir varias veces hasta que Julián la pueda entender. Bajo el fuego, bajo las balas, entre las explosiones de los rusos que ya les saben ahí: «¡Recuérdame!», le suplica. Recuérdame.

Julián enmarca el rostro exangüe del herido con las manos manchadas y le mira fijamente a los ojos para que sepa que no le olvidará Y le pregunta en un susurro: «¿Quién eres?». Y el joven moribundo le contesta mientras su mirada se apaga: «Soy el panadero de Santo Tomé, en Toledo». Julián casi sonríe, él también es de Toledo. Pero no reconoce a ese hombre al que hace una promesa para que pueda morir en paz. Julián nota un golpe en la espalda. Es su sargento que le agarra de las trinchas de cuero y le dice tirando de él: «Hay que continuar avanzando. Somos zapadores». Y Julián sigue al sargento y deja al hombre en su agujero, acaso ya su tumba. En una postrera mirada ve que en sus últimos instantes el panadero mueve los labios recitando ¿acaso una oración?, ¿acaso el habitual en los moribundos recuerdo de su madre?, ¿quizás de su tierra, de Toledo?

Julián corre tras el sargento avanzando en pos de la cota que ocupa un observatorio de la afanosa artillería rusa. La sorpresa ha desaparecido y el 2º Batallón del 848° Regimiento soviético les ataca sin descanso, con vodka y sin valor. Y los rechazan con coraje llegando al arma blanca cuerpo a cuerpo, hasta el capellán, Juan Dehesa, recibirá la Cruz de Hierro por su bravura.

Foto del guripa Julián Morales enviada desde Rusia a su madre.

Muchos años, una esposa y tres hijos después, Julián se sabe cercano a su muerte en León, donde ha hecho su vida tras la Segunda Guerra Mundial en la Dirección de Tráfico.

Su hermano pequeño bromea con que le quedó nostalgia del clima ruso y por eso se fue allí. El veterano coge a su sobrino de la mano y le cuenta esta historia que él reconoce veraz, aunque inédita, en el brillo emocionado de sus ojos azules y sabe que su tío Julián ha cumplido su palabra con el panadero de Santo Tomé y también puede descansar en paz. Y su sobrino escribe esto mismo para que el mundo sepa del panadero muerto a orillas del Vóljov y del guripa que le consoló.