El Rey Baltasar durante la Cabalgata de los Reyes Magos, a 5 de enero de 2025Europa Press

Crónicas Castizas

Historias de reyes y de magos

La cabalgata del pueblo estaba acabando, no había querido ir a la grande, la de la capital, porque tenía que moverse con sus dos chicos y con su bebé. Y eran demasiados para el guirigay que rodeaba esos acontecimientos

La mujer había decidido tirar para adelante hace tiempo, sin desfallecer. Estaba sola con sus dos hijos, dos buenos chicos, aunque ella sabía bien que Juan, el mayor, necesitaba más atención, y sin quererlo, pero queriendo, se volcó en él, para evitar que se retrasase, pecado mortal en una sociedad competitiva. Pasaban juntos muchas horas haciendo de todo –multidisciplinar que dicen–, para impulsar los estudios y que no se estancase en ninguna asignatura; de forma especial la mujer vigilaba los deberes a diario, a los que dedicaba ella muchas horas en detrimento de su hijo más pequeño, Miguel, el más despierto que se arreglaba casi solo y los miraba desde un rincón del salón en las largas tardes de tareas.

Tirando de él, de Juan, la madre consiguió que no volviera a repetir y que fuera casi con su curso. Las tareas que le mandaban del colegio al niño para casa la devolvieron a conocimientos que tenía arrumbados en un rincón del cerebro. Con mucho tesón y algo de internet refrescó los conocimientos que se ocultaban en su memoria y pudo empezar a amueblar la cabeza de Juanito, tarea ímproba pero no inalcanzable para la fuerza de una madre comprometida que tenía claro con sus hijos que no era su amiga, sino su mamá, y nadie los querría más que ella.

Ahora llegaba un momento que a ella le gustaba especialmente, cuando sus dos chavales le dictaban la carta a los Reyes Magos, la ilusión se podía cortar. Juan lo tenía claro, una peonza de esas modernas que ya no necesitaban un cordel ni una moneda de 25 céntimos, de dónde sacarla ahora, para enganchar los dedos y hacerla girar, ahora se hacía con un artilugio de plástico más complicado. Ya se informaría para comprarla. Al preguntar a Miguel por sus deseos, la respuesta del benjamín sobrecogió a la madre, que supo entender el mensaje y los ojos se le mojaron al escuchar a Miguel: «Mamá, yo lo único que les pido a los Reyes es más deberes del colegio, para que los hagas conmigo también».

Ilusión

La cabalgata del pueblo estaba acabando, no había querido ir a la grande, la de la capital, porque tenía que moverse con sus dos chicos y con su bebé. Y eran demasiados para el guirigay que rodeaba esos acontecimientos. El caso es que todo había salido bien y ella había disfrutado con la ilusión reflejada en las caras de los chicos, la bebé era feliz allí y en cualquier lado. El caso es que su hijo mediano, Rodrigo, decidió tras ver la cabalgata que no quería ser futbolista como su hermano mayor. Anunció todo feliz a su madre: «Mamá, ya sé que quiero ser de mayor: Rey mago»

No fue la única sorpresa del chaval. Como no se había portado muy bien, travesuras de niño de tres años, sus padres quisieron darle un correctivo y le pusieron entre los regalos, que no faltaron, unos trozos de carbón de esos de pega. Rodrigo, que así se llama y que es un tragaldabas, nada sorprendido ni disgustado por los trozos del presunto carbón, los miró atento y preguntó: «¿Esto se puede comer?».

El padre insiste y quiere saber cuáles son los deseos de una de sus hijas para el día de Reyes. No hay forma de sacarla palabra hasta que, insistiendo, la muchacha confiesa lo que quiere como regalos: «Yo espero que me traigan lo mismo que a mi hermana, exactamente lo mismo».

Esa es la magia del 6 de enero, cuando unos Magos venidos de Oriente delegan su tarea en los padres de los niños y niñas –que los niñes no existen– para llevar la magia de la sonrisa infantil a cada hogar. Porque en realidad los padres y sus hijos son el regalo.