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El candidato de EH Bildu, Pello Otxandiano, y el Coordinador General del partido, Arnaldo Otegi, en la noche electoralEFE

Vence ETA, pierde España

No hace falta heroísmo, solo necesitamos políticos con un poco de coraje, algo de inteligencia y mayor visión de Estado

El empate a 27 escaños –en un parlamento de 75– entre el PNV y el partido de ETA en las elecciones autonómicas vascas, ha confirmado los peores augurios, la derrota sin paliativos de España. No solo de la España constitucional, que también, sino de la España sin adjetivos, de la nación. Podrá manifestarse tristeza y preocupación, pero no sorpresa. Las causas del triunfo abrumador del separatismo vasco el pasado domingo son fruto tanto de la perseverancia en su proyecto disgregador como de la abulia de los partidos nacionales que debieron trabajar por evitarlo. Durante la campaña algunos de los temas estrella han sido el tren de alta velocidad, las listas de espera en Osakidetza o la renta de garantía de ingresos, asuntos sin duda importantes, tanto que ningún partido nacional, ni siquiera de refilón, quiso abordar la cuestión crucial: la paulatina desaparición del Estado y por tanto la ruptura de España.

Es cierto que no resultaba sencillo combatir un proyecto totalitario construido sobre dos pilares muy potentes: el miedo sembrado por la violencia terrorista y el adoctrinamiento social implantado durante lustros por el PNV con la complicidad del PSE. Si a esa estrategia le añadimos que el Estado, disponiendo de resortes más poderosos para combatirlo, prefirió no utilizarlos o hacerlo, como en Cataluña, de manera timorata y acomplejada, el desastre estaba servido.

En el caso del País Vasco, ni antes ni después de la desactivación de la ETA asesina y su frente institucional en 2003, se atacó debidamente el frente de la deslealtad institucional. Los gobiernos de la nación prefirieron continuar con la política de apaciguamiento competencial del sedicioso insaciable. Una política suicida de retirada del Estado que allanaba el camino hacia la ruptura del vínculo emocional que nos unía a los vascos con los demás españoles.

Hemos sido infectados por uno de los virus más dañinos y destructivos, el del separatismo, que ha ido colonizando todos los tejidos sanos de nuestra sociedad

La sociedad vasca padece una enfermedad de difícil cura y por eso hay que afrontarla sin paños calientes. Lo primero es diagnosticarla con acierto, ser consciente de su dimensión y aplicar la terapia adecuada para combatirla. Hemos sido infectados por uno de los virus más dañinos y destructivos, el del separatismo. Un virus que ha ido colonizando, poco a poco, todos los tejidos sanos de nuestra sociedad hasta convertirlos en casi inmunes a cualquier terapia. El éxito de Bildu acredita que la terapia utilizada no fue la adecuada y, peor aún, en ocasiones incluso inexistente, prefiriendo algún partido optar por los cuidados paliativos llevando al paciente considerado desahuciado, España, a una muerte dulce.

Extendido el certificado de defunción de España en el País Vasco, cabe preguntarse si la situación es reversible. Solo el diseño de un proyecto de reconstrucción de España, con el compromiso de sostenerlo durante varias legislaturas por partidos de verdadera vocación nacional, podría afrontar un trabajo de esta envergadura. Cuando en siglos pasados nuestros enemigos fueron exteriores, el valor y la unidad de los españoles frente al invasor consiguió superar con éxito el desafío. Hoy sería suficiente algo más sencillo, no hace falta heroísmo, solo necesitamos políticos con un poco de coraje, algo de inteligencia y mayor visión de Estado. Está por ver si todavía quedan españoles suficientes que reúnan estas virtudes.

  • Carlos María de Urquijo es exdelegado del Gobierno en el País Vasco