Corresponsal en el paraíso
El fascinante hotel donde nacieron los veranos al sol
El elegante Hotel du Cap-Eden-Roc es un palacete abierto en 1870 de estilo Napoleón III, donde establecieron su cuartel general una tribu mitad creativa mitad bohemia, con costumbres más desenfadas e informales que la de los primeros «pobladores» británicos
La vida del escritor escocés Tobias Smollett está llena de logros sorprendentes. Si viviera hoy, podría incluir en su LinkedIn dos méritos extraordinarios: es considerado uno de los mejores traductores al inglés de la obra de Cervantes y pasa por ser el «descubridor» de esa franja llena de glamur situada en el sur de Francia que conocemos como Costa Azul.
A mediados del siglo XVIII, Smollett visitó lo que entonces era una región lejana, pobre y desconocida para él y sus compatriotas y se percató de sus muchos encantos naturales y su dulce brisa templada. La influencia de sus escritos abrió el camino para que las elites británicas se aventuraran poco a poco por ese cálido Mediterráneo tan diferente en invierno de los desapacibles Cotswolds. El político Henry Peter Brougham, también británico, fue otro de los grandes valedores de la zona, considerado el «padre» de Cannes.
Una estatua en la que casi nadie repara, situada muy cerquita del célebre Palacio de Festivales, recuerda la figura del hombre que convirtió una humilde aldea de pescadores en una cosmopolita villa resort. Brougham es a Cannes lo que Alfonso de Hohenlohe es a Marbella, podríamos decir. Los brits llegaban cargados de baúles, y lo que es más importante, de sus propias costumbres. Como sabemos, los brits son aves migratorias de costumbres bien establecidas. Cada año, llegaban a la Costa Azul en noviembre y regresaban a Inglaterra por Pascua, para la famosa season, donde les esperaba fiestas, bailes, deportes y todas esas diversiones aparentemente inocentes que enmascaraban en gran medida la busca y captura de buenos maridos para sus hijas casaderas, rituales que recrea ahora de forma exitosa la serie de Netflix The Bridgerton.
Las costumbres británicas marcaban la vida y la temporada de una Riviera que echaba el cartel de cerrado con la llegada del buen tiempo, aunque ahora nos resulte sorprendente. ¿Para qué iban a quedarse si en Inglaterra ya no hacía frío y allí no había más que un sol abrasador? El estallido de la primera guerra mundial abre un paréntesis para estos «invernantes» privilegiados, a los que se irán unieron rusos, belgas y hasta suecos, y tras la tragedia llegaron los felices años 20 con nuevos visitantes.
Una de estas parejas de vida más o menos disoluta que recaló en la Riviera en esa feliz década fueron los Murphy, auténticos trendsetters de la época. No tienen ninguna estatua en ningún sitio, pero fueron los verdaderos impulsores de esta revolución silenciosa que desembocó en los veranos al sol. Estadounidenses, se establecieron en París buscando un aire más bohemio y huyendo de la «prohibición» (¿No podemos beber libremente en Nueva York? Pues hagámoslo en París), su amigo Cole Porter les recomendó ir a pasar parte del gris y frio invierno parisino a la Riviera, que él ya frecuentaba. Y eligieron el elegante Hotel du Cap-Eden-Roc, un palacete abierto en 1870 de estilo Napoleón III, donde establecieron su cuartel general para reunir a esa tribu mitad creativa mitad bohemia, con costumbres más desenfadas e informales que la de los primeros «pobladores» británicos.
Entre ellos figuraban Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Pablo Picasso o Marc Chagall. Los Murphy (inmortalizados por Fitzgerald en su obra Suave es la noche) pidieron al propietario del Hotel du Cap-Eden-Roc en 1925 que no cerrara el establecimiento con la llegada del verano, como solía hacer, que les dejará quedarse allí con su «tribu». Al fin y al cabo, ellos no tenían las «obligaciones» sociales de los británicos; Nueva York estaba demasiado lejos y no tenían ningunas ganas de volver al caluroso París. Las costumbres empezaban a cambiar. Coco Chanel había dejado claro que el bronceado ya no era cosa de la gente del campo y la gente verdaderamente a la última se divertía con los baños de sol con una copa en la mano y un chapuzón. Se diría los «hippies» de la época. El Hotel du Cap-Eden-Roc construyó una piscina entre las rocas, junto al mar, aún hoy absolutamente mítica donde practicar la moda del momento. En esta punta rocosa del cabo de Antibes, había nacido, así, sin más, los veranos al sol.
El mito se fue agrandando con el tiempo. La gran dama indiscutible de la Costa Azul fue adquirida en 1968, nada menos que por la riquísima familia alemana Oetker (si, los dueños de esos preparados para las tortitas y pizas caseras inventados por su célebre antepasado, el Dr. Oetker), e hicieron de él la niña bonita de su superselecta colección de hoteles que lleva el nombre de la familia. Refugio de celebridades durante el Festival de Cannes, muy del gusto de los norteamericanos con mansiones en Park Avenue, y naturalmente de esos «brits» que van al Royal Box en Ascot y Wimbledon, el Hotel du Cap es, en definitiva, el auténtico must en esa geografía de todo buen sibarita y sin duda uno de los hoteles más mágicos elegantes, legendarios y de historia más fascinante junto al mar. Y pese a sus estratosféricos precios, cuelga el cartel de completo hasta finales de septiembre. Ni una sola habitación libre e incluso lista de espera para esos clientes repetidores con apellidos del Gotha en este curioso verano de 2022, donde parece que hay más ganas que nunca de emular a los Murphy.
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La manera con más «poderío» de llegar a este edén rocoso es fondear el yate o el velero en la bahía de Antibes e ir con un tender al atardecer y tomar un Bellini en la terraza junto a su mítica piscina y luego cenar en su estrellado restaurante Louroc. Claro que por mucho velero de 50 metros de eslora que uno tenga, la piscina está reservada a los huéspedes del hotel y, si hay una piscina mítica en el universo de los happy few, donde decir que uno ha dado unas brazadas, es esta.
En todo caso, lo verdaderamente inolvidable en el Hotel du Cap-Eden-Roc es hacer el paseíllo que va desde la puerta giratoria de madera del edificio principal hasta el bar de la piscina, atravesando ese jardín mágico cuidado por las manos expertas del afable Didier Guarese –antiguo jardinero de Versalles–. Esta sensación de encontrarse en un lugar para la ensoñación es incluso mayor este año, pues el jardín muestra una extraordinaria colección de esculturas de meninas y mariposas de Manolo Valdés. Inolvidable.
Si sus planes veraniegos le tienen encadenado al apartamento playero de sus suegros en suelo patrio, he aquí algunas alternativas. Eche un vistazo a la página web del hotel, una invitación de O euros y de lo más placentera para entrar en este universo tan elegante y chic. O mejor todavía: adquiera el libro sobre el hotel publicado recientemente con motivo de su 150 aniversario (Ediciones Flammarion), una delicia bien escrita y documentada y con un material gráfico extraordinario sobre un lugar tan singular. Perfecta lectura de verano con ese necesario toque de glamour y evasión que necesitará para sobrevivir en el apartamento de sus suegros.