Sánchez Dragó y su polémica visión de la gastronomía
Heterodoxo, desde luego, en todo y como parte sustancial de su carácter, hasta en la polémica que concitó con respecto a la gastronomía
Nací a Sánchez Dragó con su Gárgoris y Habis, en la 14ª edición de esta obra, prologada por Torrente Ballester, cuando era casi una niña. El primer volumen, con Los orígenes fue el más leído. El principio siempre es el principio, lo desconocido, esa sustancia carente de datos que la imaginación puede llenar a placer. Filósofo, historiador, profeta. Heterodoxo, desde luego, en todo y como parte sustancial de su carácter, hasta en la polémica que concitó con respecto a la gastronomía.
Falleció hace tan poco y ya falta. Reviso su bibliografía, sus innumerables entrevistas. Era generoso y buen orador, le encantaba hablar tanto como escribir y eso se percibe de inmediato, porque bordaba ambas cosas. También era sincero y expansivo, amaba los libros, los viajes, la vida. Pero además era crítico, y fue muy fustigador con algunas cuestiones gastronómicas.
Comentó en muchas ocasiones que le encantaba tomar pan con aceite de oliva (y no sólo para desayunar), y que solía manchar los libros de su impresionante biblioteca. Así que muchos de ellos se señalaban con goterones de aceite, esos eran los que seguro había leído él. Quizás porque no podía parar de leer, porque se enfrascaba en la lectura hasta el punto de olvidar la mesa, o por el goce de unir dos placeres, algo que es más que posible.
Alta cocina española
No dejó a nadie indiferente con la polémica que suscitó con respecto a la alta cocina española. En especial en referencia a Ferrán Adriá y al restaurante Diverxo (David Muñoz). Por una parte, dejó muy claro que su opinión no tenía nada que ver con la persona, eso le honra. Por otro lado, señaló que «No hay menú de degustación que merezca pagar 365 euros» (cito de su línea de Twitter). Decía lo que pensaba sin tapujos, y la discusión que se creó entre sus seguidores fue impresionante. Odiadores, detractores en auténtica batalla campal sobre la gastronomía que todavía pueden seguir fácilmente porque sus redes sociales están intactas.
Twitter origina esos afectos y odios, literales, que estremecen incluso al observador casual. Somos libres para comer, para opinar, para hacer y deshacer, casi como nunca. Pero a la vez se ha generado un inquietante estado de la cuestión, hasta el punto de que la aparentemente poco ideológica cuestión de la alimentación se convierte en una cuestión de principios que conducen al insulto directo, al odio palpable. Quizás volvería a llamarlo D. Fernando «un talante crónico perpetuamente actual», como definía el carácter español, lo de siempre, lo de los íberos de la Antigüedad sazonados con un átomo de modernidad (florece el Gárgoris y Habidis).
Cualquiera puede cocinar lo que desee, y cualquiera puede a su vez opinar al respecto, comerlo, no comerlo o cualquier cosa. Ambas partes en armonioso desacuerdo: es perfecto que haya diversidad de pareceres, pero no es necesaria la violencia, ni siquiera la verbal. No por nada, es que resulta vulgar y es aburrida.
Los grandes siempre generan polémica, quizás por que se atreven a decir lo que los demás callan. En cualquier caso, gracias a este enorme escritor, Fernando Sánchez Dragó, hasta por las polémicas suscitadas, porque ¡cuánta falta hace pensar más y mejor! Y él sabía hacer vibrar esa cuerda en la adormecida sociedad del presente.