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Hawai

Plantación de piñas en Dole, Hawai

La fascinante vida del ignorado español que plantó la primera piña en Hawái

La figura del jerezano Francisco de Paula Marín empieza a tener su merecido reconocimiento casi 200 años después de su muerte

Hay muchas incógnitas en la vida de uno de los hombres clave en la historia de Hawái y lo interesante es que, poco a poco, se van despejando. Pero los interrogantes que aún quedan por resolver no son nada comparados con los asombrosos logros de este casi desconocido español que llegó a la isla en uno de los momentos más convulsos del país, en torno a 1793, con unos 21 años y nada en los bolsillos. Lo hizo en una de esas encrucijadas históricas que resultan especialmente propicias para hombres fuera de serie, que dejan huella en campos de los más diversos pero son de difícil clasificación, dan lugar a mitos y leyendas y sin duda constituyen fuerte de inspiración para una buena novela histórica, una película o una serie de Netflix. Sin apenas formación, el jerezano Francisco de Paula Marín (1774-1837) pasó de ser un buscavidas en un pequeño puerto perdido en medio del inmenso Pacífico a un hombre de confianza de dos reyes y tres gobiernos. Su contribución fue decisiva en la historia del país.

En el callejero de la capital de hawaiana podemos seguir su rastro, haya una calle con su nombre y uno de los edificios más importantes de Honololu se llama Marin Tower, el mismo lugar donde vivió en el siglo XVIII. El Ayuntamiento de la ciudad norteamericana recuerda su figura con una placa en el edificio y su condición de jerezano. La ciudad que ha abierto este año el Museo de Lola Flores, en el centenario de su nacimiento, otra de sus más ilustres compatriotas, le dedicó hace años una pequeña calle en un área apartada cerca del cementerio y de un descampado. Siempre fieles a Celtibería Show.

Francisco de Paula Marín

Francisco de Paula Marín

La única calle española que lleva su nombre se refiere a él como botánico. Calle del Botánico Francisco de Paula Marín. Decir botánico es quedarse ciertamente corto. Poco se sabe de su vida en España, salvo que se enroló como grumete a la edad de 17 años con destino a la costa noroeste de América. Estuvo en el lejano y frío asentamiento español de la Isla de Nutca (hoy, Canadá, entonces parte del Virreinato de Nueva España), de la que salió como desertor o tal vez borracho y metido a la fuerza en un barco, práctica bastante habitual a la hora de formar las tripulaciones en la época en el Pacífico. Sea como fuera, llegó al puerto de Honolulu en 1793, en donde vivirá el resto de su vida, realizando viajes comerciales por el Pacífico. El momento de la llegada es decisivo: el rey hawaiano Kamehameka I, conocido como «el Napoléon» del Pacífico, unifica los cuatro pequeños «reinos» de esta parte de Polinesia. Salvaguardando sus costumbres de los occidentales, empieza a comerciar con las potencias y a abrirse al exterior, abole antiguos ritos como los sacrificios humanos y empieza a acometer una importante tarea de modernización. Algunos occidentales entran en la corte como asesores, para facilitar la compra de armas o las relaciones diplomáticas. Pieza clave en este tablero de juego es el gaditano Marín, conocido como Mariri o Marini (apellido que llevan hoy sus sucesores). Marín se convierte en intérprete de confianza del rey (hablaba cuatro idiomas), asesor político y militar, fue nombrado Capitán de la Armada Hawaiana. Fue botánico, agricultor y ganadero, industrial, hotelero, comerciante y constructor. Fue también médico del rey, gran conocedor de las propiedades mediciones de las plantas y tal vez seguidor de las enseñanzas del también gaditano Celestino Mutis. Introdujo en la isla la piña, oriunda de Brasil, que si bien había llegado a las islas en barcos de exploradores o comerciales, pues eran conocidas ya sus propiedades contra el escorbuto, nunca fue cultivada con anterioridad.

Marin Street

Marin Street

Con el tiempo, la piña se convirtió en una de las principales fuentes de riqueza (llegó a servir el 80% de la producción mundial y aunque hoy es residual frente a la asiática sigue considerándose símbolo del país. Basta pensar en la piza hawaiana para asociarla con el tipo de pizza que lleva piña). Marín también introdujo la papaya, el mango y la caña de azúcar. Plantó los primeros viñedos de Hawái y produjo vino, coñac, ron y cerveza. También fue el primer ganadero industrial: tuvo los primeros rebaños para la obtención de carne y leche, produjo por primera vez mantequilla y queso. Introdujo técnicas de cultivo y de irrigación occidentales y, por ende, árabes, pues llevó las albercas que había conocido en su Andalucía natal. Y también crio caballos, introduciendo métodos españoles de cría y doma. Tanto es así que a los cowboys hawaianos se les conoce todavía en la lengua local como «paniolos».

Una de las incógnitas a despejar es de donde sacó tantos conocimientos sobre agricultura y cómo fue capaz de ir aclimatando plantas de una manera tan exitosa. Algunos historiadores hablan de sus raíces jerezanas, pero la mayoría se fija en su paso por Nutca. Su lejanía obligó a la posesión española a ser autosuficiente. Allí hay que buscar el primer huerto de la costa noroeste americana y el primer sistema de riego. Parte de su éxito, naturalmente, viene de las buenas relaciones mantenidas con los españoles establecidos en el Pacífico, especialmente en California, que le suministraban semillas y otros productos.

Hawai

Promoción turística de Hawái

Se dice de él que era un español que vivió como un hawaiano. Su extraordinaria capacidad para coger cosas de aquí y allí y hacerlo todo compatible la aplicó a su propia vida. Practicaba la poligamia, asistía a fiestas y ritos paganos como miembro destacado de la corte de los dos reyes más importantes del país, el fundador y Kamehameha III, un soberano que ya en 1825 obligó a todos sus súbditos a aprender a leer y a escribir.

Marín, que mantuvo hasta el final de sus días su sentimiento de español, y el fervor religioso como católico, practicaba la poligamia, algo habitual entre los nativos, y tuvo numerosísima descendencia. En su casa había que santiguarse al entrar, y cuando nacía algún niño, intentaba encontrar a algún capellán católico en el puerto para que lo bautizara y si no, lo hacía él mismo. Pero cierto «sincretismo» le acarreó muchos problemas, especialmente a raíz de la llegada de los misioneros protestantes, circunstancia que aprovecharon igualmente sus competidores anglosajones en el comercio. Poco a poco fue perdiendo el favor de una corte y especialmente de una sociedad que hasta le negó un funeral católico, como era su deseo. Cuando se encontraron sus restos en unas excavaciones en su antigua vivienda, en 1991, fue enterrado de nuevo, en una ceremonia oficial en la que participaron sus descendientes, y en la que se oficiaron los dos ritos, el hawaiano y el católico.

Diferentes iniciativas académicas y editoriales (prácticamente todas estadounidenses) tratan de rescatar hoy este sensacional legado. Una de las iniciativas más notables, en este sentido, es el libro publicado por la editorial española Doce Calles, una pequeña editorial con sede en Aranjuez que se ha propuesto la encomiable tarea de publicar con rigor y excelente sello editorial y difundir la labor de destacados españoles en la Historia. El libro incluye diferentes estudios y la trascripción del diario que llevó Marin desde 1805, del que se ha conservado buena parte y que se conserva en el Archivo Histórico de Hawái. Un libro lleno de perlitas y frases insólitas del tipo «Hoy el rey y yo fuimos a bordo del ballenero». «Hoy planté la caja de plantas que vino en la fragata y fui al bosque a pasear con el ministro».

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