Los horrores de Afganistán en la piel de una mujer
Asistimos a la perversión de una normativa que ha convertido sus vidas en miserables y desesperanzadas, porque las mujeres son consideradas como «fuentes de pecado y corrupción»
Hace dos años ya… hace dos años que más de 20 millones de mujeres y niñas viven esclavizadas y todos lo sabemos. Cayó Kabul y desde entonces todas esas mujeres, todas ellas, han perdido su libertad. muchas sus vidas. Y cada pequeño detalle de su vida está reglamentado con unas reglas de crueldad inusitada. Tienen que vestir con burka, o chador y nikab, veladas y tapadas, y no de cualquier color, sólo azul o negro, y nada de tacones ni adorno alguno. A partir de aquí la pesadilla las lleva a no poder asistir a la Universidad ni a la escuela. A no poder trabajar, lo que conduce a la ruina a multitud de familias; a no disponer de arreglo personal, porque los salones de belleza han cerrado, tampoco pueden maquillarse o llevar perfume y ni siquiera se les permite viajar solas. Y si se manifiestan son reprimidas a golpe de látigo o de cárcel, para las menos afortunadas ¿Pueden imaginar el inmenso dolor al que está sometida esa población?
Ni trabajar, ni hablar con hombres que no sean de la familia, ni ser atendidas por médicos (hombres) ni enseñar los tobillos ni reír a carcajadas (aunque de esto deben quedar pocas ganas), ni salir en medios de comunicación, ni montar en moto, ni disfrutar de fiestas ni lavar la ropa en un lugar público, ni asomarse por las ventanas (los cristales están pintados). No hay baños públicos para ellas, aunque sí autobuses específicos para mujeres, que no pueden viajar con hombres. Tampoco pueden practicar ningún deporte, ni elegir marido, y los matrimonios con niñas aumentan escandalosamente, proporcionando un velo de legalidad a la terrible lacra de la pederastia. Esclavas que son drogadas, marginadas y golpeadas. Provoca una tristeza inmensa incluso el pensamiento de toda esta degradación.
Asistimos a la perversión de una normativa que ha convertido sus vidas en miserables y desesperanzadas, porque las mujeres son consideradas como «fuentes de pecado y corrupción» por las autoridades del satánico Ministerio de Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. Después de ser envenenadas en los colegios, les deben quedar muy pocas fuerzas o, por el contrario, están acumulándolas. Ellos desconocen lo que vale una mujer, porque esto pasará y ellas sobrevivirán, pero ¿cuál será el precio?
Castigos y violaciones
Cuanta inmoralidad hay en todas estas prohibiciones, en obligar a una fingida, pacata y absurda virtud que sólo es encierro y reclusión, cuánto dolor, violaciones, castigos físicos y restricciones, cuantos sueños metidos en una cazuela. Porque ese es su universo, tan pequeño como una sartén, tan peligroso como una olla al fuego vivo.
Por eso hay un solo lamento, el de muchas voces de hombres y mujeres que claman para que esta situación termine de una vez por todas, y todos lo hacemos a la vez y con una sola voz.
Y hoy, ante el dolor de esas personas esclavizadas, porque esclavo es quién pierde la libertad, la vida corriente en España transcurre inevitable, pero sólo hoy no importan los precios del aceite de oliva, ni la inflación que afecta tanto a la cesta de la compra y que nos hace la vida imposible, sólo por hoy no importa tampoco el extraordinario recetario tradicional afgano, ni los radiantes vestidos herederos del mundo persa, repletos de color y brillo.
Hoy importa esa única voz clamando por el oneroso peso de la máxima crueldad sobre unas vidas inocentes que quieren, que deben, que necesitan ser libres.