Gastronomía
Las semillas del Néguev, el vino de origen israelí más apreciado
El vino sigue representando, como en tiempos más antiguos, una forma de vivir, de ser, de pensar y de creer
Algunos de los vinos más apreciados a lo largo de la historia son de origen israelí. Ya sabíamos que se elaboraban vinos desde, al menos, el quinto milenio antes de Cristo, y que Israel fue tiempo después productora de alguno de ellos. Pero fue durante el imperio bizantino cuando tomó auténtica fama el vino del Néguev, siendo considerado por los bizantinos como de alta calidad.
Aunque las vides europeas antiguas se perdieron tras la epidemia de filoxera de principios de finales del XIX y principios del XX, todavía hay posibilidades de volver a probarlos. El rastro comienza en una excavación en la ciudad arqueológica de Halutza, organizada por la Universidad de Haifa y la Autoridad de Antigüedades de Israel y dirigida por el profesor Guy Bar-Oz, donde han encontrado unas semillas. Unas semillas carbonizadas de 1.500 años de antigüedad que es posible que puedan fructificar y dar de nuevo esa uva y ese vino histórico.
Halutza (en la actualidad Haluza) era una ciudad nabatea que alcanzó su apogeo entre los S.IV al VII d.C., tiempo en el que fue famosa en el mundo bizantino, en especial por estar rodeada de viñas productoras de ese vino de gran calidad que encandiló al Imperio Bizantino. Ubicada en la ruta de Petra a Gaza, sufrió a mediados del VII d.C. un colapso cuyos motivos se ignoran, y quedó desterrada en un absoluto olvido. El Néguev, por su parte, es una extensión de la península del Sinaí, un auténtico desierto al sur de Israel, árido y seco, con escasísimas lluvias anuales, a pesar de lo cual algunas plantas prosperan, como la retama, la acacia y el pistacho y algunos tipos de palmera.
Entre todos los restos que se encuentran en una excavación importante como es el caso de Halutza, hay innumerable material que procede de usos de mesa, cocina y almacenaje, y hasta jarros que contuvieron el famoso vino. Algunas de esas semillas carbonizadas se han encontrado en estas piezas. La intención es reproducir el vino del Néguev y comprobar su calidad, que justificaba su alto precio. Y una cuestión más, y no menor: las viñas de variedades europeas, que son las que repoblaron la zona, necesitan bastante agua. Es posible que estas vides del Néguev requirieran una cantidad inferior, y que estuvieran adaptadas a un clima árido y caluroso. De momento, son intenciones, pero bien fundamentadas, en la búsqueda de una de las vides prefiloxéricas, y de sus vinos.
El vino en el mundo antiguo mediterráneo tenía un profundo carácter civilizador, un sentido de bebida culta, cultivada y pensada. Elaborada, en el sentido más exacto de la palabra, a través de la viticultura y la vinicultura. Pero en el tiempo de expansión de Halutza tenía aún, y sobre este, se dio un sentido más, era el cristiano: el vino seguía representando, como en tiempos más antiguos, una forma de vivir y ahora más, una forma de ser, de pensar y de creer.
De ahí la importancia de sus calidades, de la adaptación de las vides al entorno, de la manufactura del vino y de que fueran de calidad. Independientemente de sus cualidades organolépticas y del disfrute en la bebida de un buen caldo. El vino es un auténtico representante de la cultura mediterránea, de su forma de pensar y de ser, y por extensión, de la cultura europea. Los alimentos, las bebidas… la mesa, jamás carecen de significado, son esa expresión de quienes somos y explicación a veces de por qué somos de una determinada manera.