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Los agricultores circulando por MadridPaula Argüelles

Gastronomía

Un sector primario con las armas levantadas

Europa no duerme, pero debe ser ágil. Lo que hemos creado es demasiado valioso para permitir que se deteriore

¿Dónde está lo que nos hace europeos? ¿Dónde se encuentra la esencia de nuestra identidad común? Ese átomo invisible que nos fabrica como somos, lo que hace que nos miremos y digamos: somos diferentes a «los otros», como griegos romanos hicieron, mirando al mundo bárbaro y observándose distintos. Nos observamos y nos reconocemos. La esencia, esa cuestión única que expresa la naturaleza auténtica y profunda del ser, en este caso europeo, y que resulta tan difícil describir. Más aún en una colectividad tan importante en la historia y en la geografía.

Esa esencia europea debería conmovernos a todos, porque todos los europeos bebemos en ella. Y nos acordamos mejor, y más de su existencia cuando está en trance apurado, como sucede en este complejo s. XXI.

No es la primera vez que sufre ni que sus raíces tiemblan. Antes hemos pasado por mucho, por conflictos que también han confluido en su construcción, y a pesar de la aparente paradoja, en su fuerza. La Guerra de los Siete Años, la Guerra franco-prusiana, la I y II Guerras mundiales, en los últimos 150 años, son algunos de los conflictos francos que han terminado uniendo, puliendo, mostrando ¿habría sido mejor que no existieran?

Ninguna guerra es deseable, pero es fácil opinar con simpleza sobre el pasado. Sin embargo, vivimos una nueva época y a ella nos remitimos, cuando una vez en paz, deshechos los conflictos, rotas las cadenas de las viejas guerras, se terminan buscando los lazos que unen y no los que fragmentan, creando nuevas épocas para la vieja y fabulosa Europa.

Instalados en esa nueva época, es fácil sugerir ideas bien intencionadas, es cómodo un idealismo de salón, que se impone absurdamente porque la realidad está ocho pisos por debajo. Pero hay que pisar las calles y ver qué está pasando, cuáles son los problemas reales de un territorio con tantas personalidades y que sin embargo, presenta problemas comunes.

Véanse los agricultores, ganaderos y sector pesquero en armas de guerra levantadas en toda Europa. Y son problemas acuciantes que requieren soluciones complejas, difíciles de tomar y no banales, porque la comida es lo primero. Es una cuestión que se extiende, también estamos asistiendo a idénticas demandas en grandes países agrícolas como la India.

Este es un tema preocupante: en lo relativo a los recursos carecemos de un stock de seguridad de alimentos, si por alguna azarosa calamidad, en el disruptivo mundo que vivimos se rompen las cadenas de suministro. De hecho, estamos en el grupo que lidera la importación mundial de alimentos, a pesar de poseer tierras, experiencia y condiciones para producir en mayor medida. La deriva de la PAC del Comisario Fischler, veinte años después, ya no es útil. Y la eco-condicionalidad, con las excesivas y perturbadoras dimensiones medioambientales han destruido más que creado. No son los únicos problemas, pero sí son suficientemente graves como para condicionar otra miríada de ellos.

Convienen reflexión y cambios. Cambios desde arriba, que, seamos francos, no van a llegar de momento, porque en el camino también se ha perdido la capacidad de renunciar a responsabilidades que quedan grandes. La barbarie tiene muchas dimensiones y se ejerce desde muchos ámbitos, aunque este de los alimentos es inquietante por las repercusiones que tiene en toda la población.

Convienen muchas cosas, pero de momento, es gran ejemplo la valentía de un sector primario cargado de problemas, a pesar de lo cual se lanzan a la calle a protestar; es un buen indicio. No todos dormimos. Europa no duerme, pero debe ser ágil. Lo que hemos creado es demasiado valioso para permitir que se deteriore, que se pierda definitivamente.

Hay que tener en cuenta la deuda con la historia y la cultura para que las generaciones futuras disfruten del patrimonio alimentario europeo en todas sus variantes, que los hábitos conduzcan a la salud y a esperanza de vida también amenazadas, porque comer peor tiene un terrible significado: enfermar con más frecuencia y acortar la vida.