Gastronomía
El poder de las hamburguesas en el desarrollo de la obesidad infantil
¿Qué pasaría si los niños dejaran de consumir hamburguesas? ¿Qué ocurriría si volviéramos a cocinar? ¿Sería sensato volver a una vida más pacífica y en la que dispusiéramos de tiempo para vivir?
Hace no tantos años carecíamos felizmente de YouTube, de tabletas y de cocina fusión. Hace no tantos años los niños jugábamos al aire libre, tomábamos para merendar pan con chocolate o un bocadillo de jamón, y en la mesa se comía lo que había. Literalmente. Los niños no preguntábamos, comíamos lo que se servía y no había opciones.
Si uno se empeñaba y no quería comer, te servían la comida (la misma) por la noche, e incluso al día siguiente, hasta que comieras lo que tocaba. Y ninguno de nosotros se traumatizó ni nada parecido, pero claro, vivíamos (aún) en presencia de la sensatez. Aquella forma de educación nos hizo fuertes, respetuosos, imaginativos; éramos capaces de superar el aburrimiento solitos y aprendimos a comer de todo sin protestar, ampliando cada vez el panorama de platos mientras crecíamos.
Recuerdo una infancia feliz, rodeada de familia, de amigos y con un estilo de vida voluntariamente austero por parte de los padres. Hoy, un par de generaciones más tarde las cosas son radicalmente diferentes. La permisividad sin límites ha convertido la educación en un carrusel que gira alocadamente, y que a cada vuelta crea problema sobre problema. La creciente obesidad infantil es una parte importante de estas cuestiones. Una generación cuya comida preferida se aleja de los parámetros de una dieta saludable, en la que ni se reconoce ni le gusta. Una generación de niños abocados a la hamburguesa como comida principal, como premio, como recurso fácil por parte de los padres.
La gastronomía no puede tener futuro si el futuro, que son los niños, no aprenden a comer bien. Y si no comen bien, no se mueven ni juegan como deben hacer los niños, se están criando bajo la amenaza de una obesidad que se transforma en plaga a pasos agigantados y que afecta a un número mayor cada vez. Se trata de un índice vinculado con la situación socioeconómica, pero no por ello es menos preocupante.
Y la pregunta es qué sucederá en poco tiempo con una bolsa de la compra en ascenso continuo y con dificultades severas para las familias de clase media. Es decir, tenemos sobre la mesa un problema complejo que tiene a su vez varias facetas: la calidad de vida en la infancia, la obesidad, el desapego de la tradición, que además es una tradición saludable y que ayudaría a mantener a raya la cesta de la compra y la obesidad a la vez.
La infancia no debería ser un problema, sino una etapa de la vida con todas las oportunidades posibles. No una caja de conflictos, sino de felicidad para niños, padres y abuelos. Estamos trasladando a los niños una cantidad abrumadora de problemas por la falta de sentido común, de lógica para desarrollar una vida apacible desde sus inicios.
Necesitan más orden y muchos recuerdos del bizcocho, del plato de cocido al estilo familiar, de las meriendas caseras, de una reconfortante sopa. O estamos creando una sociedad uniformizada, en la que muchos de los niños de una gran parte del mundo recordarán la hamburguesa como los mejor de su infancia, y las tardes de videojuegos como su entretenimiento principal. Y esto es una auténtica aberración.
La hamburguesa… ese bocadillo de supercadenas que cada vez me es más hostil y que representa todo lo que no debería ser, porque ni es saludable ni encarna la cocina familiar, de una ciudad o de un país. No pertenece a nuestra tradición, ayuda a que los índices de obesidad aumenten y no genera diversidad gastronómica. Un disparate, vamos. Vivimos en una sociedad en la que se ven atacadas las instituciones y modelos clave para su continuidad armónica: la familia, la infancia y la mujer.
Aunque de momento parece que esta es una batalla perdida, se trata de una cuestión muy fácil de contrarrestar evitando el consumo de comidas poco saludables, animando a que se cocine en las casas, y a romper el ciclo de consumo de platos que carecen de sentido en un mundo como el nuestro, con una maravillosa y extensa cocina mediterránea.
Hay que dar la vuelta a esta situación y vivir de una forma diferente. Proporcionar a los niños un marco correcto para disfrutar, aprender, comer y desarrollarse saludablemente. Hay que vivir… gozando de verdad una existencia en la que los valores ¡hasta los gastronómicos! ocupen un espacio vertebrador, porque cualquier otro camino es una ruta hacia el absurdo.