La inefable Anna Wintour y sus estilismos «patentados»
El diablo se viste con cinco trucos permanentes
Anna Wintour (Londres, 3 de noviembre de 1949) es la famosa directora de Vogue USA, ahora directora artística del grupo Conde Nast. De la insignificante, irreconocible y corrientucha Anna Wintour de su época en Vogue UK, ya casi no queda nada. Repasamos las claves del personaje que ella misma se ha creado con enorme éxito.
El peinado. La peluca, según apuestan colaboradores y prensa neoyorquina, le permite estar impecable en un minuto. Tras jugar a las seis de las mañana al tenis (no se lo cree ni jarta de whisky), desayuna y se arregla. Imaginamos más bien un buen tratamiento y un magnífico servicio de maquillaje, masaje y desayuno bio. Este pelazo ha sustituido a su pelo, ralo y con poco volumen, y le ha dado majestuosidad.
Las gafas. Permanentes, de día y de noche, en exterior e interior, escudan hábilmente las sucesivas operaciones y retoques de la Wintour, sus miradas de soslayo a la primera fila en un desfile o su ausencia de maquillaje en momentos de prisa. De hecho, si Anna Wintour pasea por Nueva York sin peluca ni gafas, probablemente nadie la reconocería.
Los vestidos. Ni pantalones ni trajes de chaqueta. Anna suele llevar vestidos completos, muy al estilo años 50 y 60, floreados, femeninos y con vuelo en ocasiones, el estilo Prada de hace una docena de años. Les añade abrigos y chales, poca cosa más. Siempre discreta y acertada en un cuerpo esculpido a base de brócoli.
Sus zapatos. Casi siempre lleva un modelo con tiras delanteras obra de Manolo Blahnik que adoptó hace años porque le resultan cómodos y alargan sus piernas. Los tiene en todos los colores.
Los collares. Aficionada a la bisutería llamativa, evita anillos y pulseras, pero escoge los más enormes pedruscos falsos de las mejores marcas, copiando los estilismos de Miuccia Prada de nuevo, de hace 12 o 15 años.