Adolfo Domínguez, el cerebro más sexy del empresariado español
Este viernes se estrena en el festival de Orense un documental dedicado al mítico modisto, dirigido por su hija Adriana
La de Adolfo es la historia de un niño que nació en una aldea de Trives, Orense, en los años 50 del siglo pasado, y apenas tres décadas después consiguió convertirse en el cerebro más sexy del empresariado español.
Cuando Adolfo vino al mundo, el dinosaurio ya no estaba allí (seguramente se acababa de ir), pero la Edad Media todavía se dejaba notar en su pueblo. Y la Santa Compaña también. Afortunadamente, la electricidad y la televisión acabaron con los muertos vivientes y con las crónicas del Sochantre, y Adolfo se trasladó muy pronto a la capital de la provincia.
Seminarista sin vocación, se matriculó en la Universidad de Santiago, donde acabó siendo compañero de viaje del Partido Comunista cuando en realidad solo era un demócrata, un opositor a la dictadura. Tras ser detenido, viajó a París para respirar los rescoldos de mayo del 68 y a continuación vivió en Inglaterra, donde quedó fascinado por la industrialización del país de Shakespeare.
De regreso a España, cuando tenía 24 años, aquel Adolfo con discurso de intelectual francés y pinta de monje zen, captó la revolución silenciosa que vivió nuestro país en los años 70 y 80, y se erigió en uno de sus protagonistas. En aquella España todavía gris dónde se identificaba el empresario con el señor de puro y bombín, Adolfo apareció como un joven audaz y moderno, capaz de convertirse en un modelo para imitar. Un espejo en el que mirarnos para sentirnos más guapos, e incluso más altos. Convencido de que los empresarios son los guerreros del siglo XX (y del 21, diría yo, aunque la exministra Belarra no se entere) seguro que su ejemplo alumbró muchas vocaciones empresariales, entre ellas la mía.
Hablamos de un cruce de Balenciaga y Armani pasado por Finisterre (y también por Japón) que aplicó el cartabón y el tiralíneas a la moda/hombre y el compás a la moda/ mujer. La Bauhaus con grelos, en resumen.
Costurero y empresario
Lo suyo tiene un mérito bárbaro porque haciendo moda de autor consiguió convertirse en un superventas. Continuador de Chanel y pionero también del 'sincorbatismo', es una mezcla muy sofisticada de Leonardo da Vinci y Andy Warhol, o si lo prefieren, de Vicente Risco y Eduardo Barreiros, o sea, un visionario: un hombre multimedia que combinó las letras y las ciencias hasta alumbrar la moda posmoderna antes de que la posmodernidad se pusiera de moda.
Alguna vez, y dado que nació no lejos de las juderías de Rivadavia, me he preguntado si por sus venas corre sangre judía. Es un brujo que sabe que la ropa es nuestra segunda piel y que nos vestimos para que nos quieran.
Un artista rodeado de máquinas y una máquina de dar titulares cuando la prensa era el cuarto poder o incluso el primero.
Adivinó muy pronto que la pasarela era otro medio de comunicación y para desgracia de los fabricantes de planchas se sacó de la manga la mejor frase publicitaria de los años ochenta y seguramente del siglo pasado.
La arruga es bella
El storytelling de cuando no había storytelling. Hablamos, en fin, de un intelectual que comercia y de un comerciante que trabaja para hacernos más felices desde su dacha de Orense. Lo que quiero decir es que Adolfo fue capaz de fusionar la poesía y la gasolina.
Lo admiro porque mientras yo fui un desertor del arado que se fugó a Madrid huyendo de la aldea, él tuvo la valentía de continuar la tradición familiar y repitiendo el viaje del héroe, de la mano de su amada Elena (a quien por cierto, habría que dedicar un homenaje otro día), fue capaz de cambiar el mundo desde el fin del mundo, antes, por cierto, de que hubiera autopistas en nuestra comunidad, lo cual tiene un mérito enorme porque no exportaba bits, sino ropa, y eso requiere una especial logística.
Adolfo, entre otras cosas, rompe con el tópico del gallego en la escalera y toma un ascensor que lo lleva directamente al cielo de la moda. La sostenible, o sea, la que no pasa de moda. Le gusta Bach, pero también disfruta con la música de la caja registradora.
Adolfo sueña con pasar una velada íntima con la condesa de San Severina, la protagonista de La cartuja de Parma, y con reencarnarse en el emperador Adriano porque también él fue un hombre de acción con una alta capacidad ética y una enorme sensibilidad estética. Su retrato quedaría incompleto si no mencionásemos su labor como escritor. Les recomiendo encarecidamente que lean Juan Griego, la novela de su vida. Y todavía le queda tiempo para enseñar a sus nietos física cuántica, su otra gran pasión.
Antes de que Galicia estuviera de moda con Inditex, Adolfo hizo estallar su big bang particular y nos enseñó el camino a muchos gallegos que no siendo nacionalistas, sino profundamente españoles y europeos, deseamos que el país del millón de vacas y de los diez mil ríos dure mil primaveras más.
En definitiva, Adolfo nos permitió soñar mucho y bien, incluso con unicornios, que es lo que hay que hacer para que las cosas sucedan. Porque lo que sucede, conviene. Sin sueños, mis queridos amigos, no hay paraíso. Y este aldeano global los ha cumplido todos. Afortunadamente, sus hijas, con la divina y brillante Adriana al frente, siguen soñando. ¿Escribir o coser? La duda es bella, como la arruga.