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Tribuna

Puestos a prohibir: de la sal a la cerveza

Constituyen la metáfora más hermosa de lo más hondamente humano: la libertad

El pan y la sal son los símbolos del peregrino. Los dos productos clave en la hospitalidad, la alimentación y el peregrinaje a lo largo de toda la historia y en infinidad de lugares. El pan porque nutre, la sal porque evita la deshidratación en situaciones de esfuerzo físico. Ambos porque reponen fuerzas. El pan y la sal son la metáfora más bella de una de las mejoras cosas que tenemos el género humano, de la capacidad de ofrecer algo bueno a un desconocido.

El s. XXI nos ofrece un panorama muy diferente al de la tradición del pan y la sal, somos una excepción histórica, una singularidad más. Cuando uno va a hacer una larga caminata suele ir bien provisto. O encuentra por el camino una tasca, o incluso llama desde un recodo a un repartidor que le lleva a cualquier esquina el capricho más esdrújulo. Así que el pan y la sal quedaron, finalmente, como metáfora de la generosidad.

Por otra parte, cada vez nos interesa más la salud, cuidarnos para vivir más y mejores años es una aspiración universal y legítima. Pero entra en los márgenes de la libertad elegida por cada uno. Algunos hacen el panoli y terminan destrozando muchos de sus años, pero a fin de cuentas, ese es precisamente el ejercicio de la libertad personal. Les confieso que cada día valoro más este margen conquistado por nuestra Europa a lo largo de los siglos, y precisamente en estos trágicos meses, al verle las orejas al lobo de la más profunda intransigencia. Que es la excusa de Putin para una guerra santa contra el libertinaje occidental. Vamos, Vladímir, que no hay pederastia, prostitución, prácticas mafiosas, coacción, abuso de autoridad, nepotismo, homicidios, lesiones, violencia, fraudes, malversaciones, tráfico de influencias, uso de drogas y mil delitos e inmoralidades más en Rusia, en una Moscú que es la nueva Sodoma y Gomorra (juntas). Que no podías arreglar tu casa, que para mejorar el mundo te has visto obligado a invadir otro país, y a amenazar a Europa con tu criminal liga anticrimen. Y me dirán que qué rábanos tiene que ver Putin con este asunto, pero si me conceden un par de párrafos más podré terminar el argumento.

La cuestión es la falta de libertad. La cuestión es que tenemos un gobierno que quizás piense: vamos a coaccionar, vamos a acotar libertades, aunque sean pequeñas, para que la gente se acostumbre a que podemos hacerlo. «No protestarán» (pienso que piensan, en un ejercicio de imaginación no exhaustiva), «porque daremos excusas, porque justificaremos, porque habrá razones para que poco a poco la libertad quede tan disminuida que quepa en un dedal». Tentaron a la opinión pública con el asunto de la cerveza y el vino en los menús, que finalmente ha quedado en recomendaciones, pero ¡que intento tan ladino! Hubiera podido salir bien si no encuentran resistencia. Quitaron la sal del pan ¿no hubiera sido posible ofrecer varias opciones, por ejemplo, permitiendo que la industria horneara panes con diferentes porcentajes de sal? El propio ministro Garzón arremetió en su momento contra la industria ganadera en un quiebro infame, a la vez que publicaba un recetario imposible, del que ya hablé en su momento.

Sus intemperancias, su intervencionismo, su coacción sobre la población van reduciendo nuestro margen de libertad. Y más si les dejamos. Así, como quien no quiere la cosa, y con gesto anodino señalan: anda, anda, que es por tu bien. Pues no, pues no, pues no. Como somos personas adultas, cocinaremos, comeremos y haremos lo que quepa en la ancha, maravillosa y grande libertad mientras no pisemos el terreno ajeno, sin infringir la ley, sin hacer daño a nadie, sin abusar y con respeto. Me resisto tanto a estos controles, a este intervencionismo, que salpico la crujiente y dorada hogaza con sal en cuanto llego a casa. Por si me vigilan, que se enteren de lo que podemos hacer con un poco de sal y un buen pan: romper el cerco, quebrar sus intentos, custodiar nuestros principios, nuestra salud y nuestra comida con libertad, en libertad. No creo que sirva de mucho, pero todavía puedo hacerlo. Y eso tiene un valor.

Muy probablemente este artículo sea solo una expresión de mi natural rebeldía, me preocupan ¡y mucho! todas estas cosas a las que suelo dar importancia, cosas sustanciales como la salud, la alimentación cuidada, la buena comida, desde luego. Pero aún me preocupa más la pérdida de libertad, coartada sin medida por el mediocre gobierno sanchista, y con toda intención, en nuestra España. Y que de momento la restringen en el ámbito alimentario a lugares pequeños y cotidianos: por los rincones de las panaderías y en las bandejas de los menús.

Y ahora, observen el paralelismo: ese diminuto ejercicio de libertad es tan valioso que tenemos que luchar por su práctica. Porque es justamente esa libertad la que quieren (también) controlar desde el extremo oriental de Europa, estamos inmersos en una pinza malévola y muy peligrosa. Ya ven, todo comenzaba con el pan y la sal. Toda generosidad, toda expresión de hospitalidad, toda libertad. Y todo termina desembocando en ambos, en el pan y la sal, en la metáfora más hermosa de lo más hondamente humano. Con libertad, en libertad.