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Recreación de la Atlántida

Comer en la Atlántida: más allá del fabuloso mito, una posibilidad real

Cocinen. A ser posible platos tradicionales, que tengan un sentido y una historia

Los mitos son historias fabulosas, muchas de ellas nacidas en una antiquísima y perdida tradición oral milenaria. Reflejan en sus protagonistas, llámense dioses, héroes, fuerzas de la naturaleza, animales o seres teriomorfos (entes que comparten rasgos animales y humanos) diversas características humanas, historias de un pasado remoto o fábulas ejemplarizantes. Dan sentido a una cultura, explican quiénes somos, qué papel cumplimos en el mundo y porqué estamos aquí.

Muchos de los mitos nacieron antes de la historia, fabulan un pasado dorado, siempre mejor, y pueden contar historias traspapeladas a veces bajo el dilatado pasado humano, y bajo las innumerables capas de la Historia. Un historiador debe tenerlos en cuenta, porque completan la visión de una sociedad y ayudan a comprender qué sentía la gente, por qué creían unas cosas y no en otras, y cómo se configuró una cultura.

Hace tan solo un par de semanas se han roto moldes en la reflexión de los historiadores con respecto a la Atlántida. Hasta hace muy poco la gran mayoría se posicionaba en su inexistencia, más allá del fabuloso imaginario de la historia recogida por Platón, que narra en sus diálogos Timeo y Critias una historia hasta ahora considerada increíble. Un congreso celebrado en Huelva en el entorno de la UNIA ha dado luz verde a considerar el mito atlante como fuente para conocer el pasado remoto y motivo para investigar las posibilidades de que exista un trasfondo verdadero tras el mito. Hay algunos datos ciertos, como restos de una escritura aún sin traducir radicada en Huelva sobre el año 4000 a.C., nada más y nada menos que tres mil años antes de la fecha considerada hasta la actualidad.

La de la Atlántida es la historia de una civilización que se extinguió de la noche a la mañana, por un acontecimiento catastrófico, probablemente un tsunami gigantesco. Una civilización cuya localización es ignota, pero que está vinculada con el sur de España, en cualquier caso.

Si nos vamos a la fuente, Platón narra de forma muy asertiva la historia, en un discurso racional, aunque sea inexplicable hoy. Y alude a que los posibles lectores, o sea, nosotros, podríamos no entender el significado de la historia, o su contenido. Timeo y Critias son dos personajes de sus Diálogos; por su parte, Timeo era un político famoso de Lócride, filósofo reputado y anciano, mientras Critias era un hombre de origen ateniense, mayor también, aunque en el momento álgido de su carrera política. Los dos diálogos que llevan los nombres de sus interlocutores son continuación uno del otro.

Una civilización que un día se hundió de forma inesperada, cuando su población empezó a corromperse

El relato habla de un lugar en un tiempo muy lejano, de una época en la que vivió otra civilización que estaba perfectamente organizada y que incluso conocía la escritura. La catástrofe fue de tal calibre que se perdió todo rastro de ella, de la noche a la mañana, incluso la propia escritura y su recuerdo. Hasta que unos sacerdotes egipcios narraron la fabulosa historia a Solón, quién contó la historia de la Atlántida a Critias, su discípulo, la aventura de una enorme isla que se encontraba frente a las columnas de Hércules. Una tierra bien organizada en forma de confederación de monarquías, que dominaba África del norte y la parte occidental del sur de Europa. Y que un día se hundió de forma inesperada, cuando su población empezó a corromperse, desapareciendo de forma tan radical que casi se perdió su memoria. Primer aviso a navegantes, si es un mito. Y si es historia, igualmente merece la pena reflexionar sobre cómo las sociedades siempre presentan una decadencia que finalmente las conduce a su propio apocalipsis. Y gran parte de las causas son de carácter endógeno, se generan en casa.

Sin embargo, sabemos algunas cosas de la Atlántida. Muchos historiadores, aventureros, arqueólogos y gente inquieta han ido en su busca. Pero se ha encontrado poco, muy poco. La Atlántida se ha ubicado en decenas de localizaciones, pero lo único que de verdad sabemos es lo que dijo Platón: Más allá de las columnas de Hércules hay una isla. ¿Una isla o la alegoría sobre la decadencia de una civilización? En cualquier caso, a pesar de la ambigüedad, se encuentra la cercanía a una localización concreta.

Critias habla de una isla de casi 2000 km2, rodeada por tres estructuras circulares y concéntricas en las que se alternaban el agua y la tierra en lo que parece un auténtico prodigio de la ingeniería y la arquitectura.

Era una nación marítima, rica en metales y piedras preciosas, también en maderas. Dominaron gran parte del Mediterráneo y eran inmensamente ricos, disfrutaban de una rica campiña, y en sus tierras había animales salvajes y domésticos, elefantes, pastos abundantes, pantanos, lagos y montañas. Grandes ríos recorrían el territorio. Había plantas de todo tipo, raíces, hierbas, frutos y resinas de las que se extraían alimentos y bebidas. Todo ello en copiosas cantidades. Los atlantes construyeron sobre la próspera naturaleza de su territorio, lo mejoraron e hicieron que fluyeran las comunicaciones. Tenían su sistema de creencias, sus rituales religiosos y su panteón, además ofrecían a sus dioses las primicias de la tierra, lo mejor cada temporada. Una poderosa milicia con caballería, una flota de naves, gobernadores, reyes y asambleas que dictaban leyes y obligaban a su cumplimiento completaban su sociedad.

Había sistemas de distribución de alimentos entre las ciudades, y la tierra proporcionaba dos cosechas anuales por la riqueza en agua que tenía, con lluvias en invierno y estanques en verano, es decir, que incluso disfrutaban de riegos planificados. Las ciudades estaban perfectamente acondicionadas, confortablemente, incluso: fuentes de agua caliente o fría, diversión con hipódromos, gimnasios y acueductos para distribuir el agua. Podemos imaginar un mundo culto, rico, bien comunicado, con escritura y pensamiento. Con filósofos, sacerdotes, agrónomos y cocineros.

Esa riqueza agrícola, con abundancia de riegos y exuberantes plantaciones solamente podía significar que en la Atlántida se comía. Y esto muy bien. Que con toda probabilidad disfrutaban de hidromiel, de vino y cerveza, las tres grandes bebidas del mundo antiguo, que disponían de cereales y legumbres, que había grandes rebaños de animales y por tanto buena carne doméstica y de caza. Que dispondrían de vajillas para la mesa, de piezas para la cocina, de instrumentos y herramientas de todo tipo. Como había élites, reyes, guerreros y sacerdotes, se sucederían banquetes importantes, celebraciones religiosas y la comida tendría un significado concreto. Como sucede en todas las civilizaciones. Y que la gente normal dispondría de buenos recursos para disfrutar de la comida, porque si se distribuía desde el campo a la ciudad, o entre ciudades, es que había mercados.

Pero: «creyeron que habían llegado a la cima de la virtud y de la felicidad, cuando estaban dominados por una loca pasión, la de aumentar sus riquezas y su poder… Entonces, impotentes para soportar la prosperidad presente, degeneraron».

Estoy segura de que la investigación nos proporcionará grandes alegrías en los próximos tiempos. Queda mucho por saber, y algunas personas tan serias como la profesora Ana Mª Vázquez Hoys o Manuel Pimentel están trabajando en ello e impulsando la necesidad de conocer más de la que pudo ser la primera gran civilización de la historia ¡occidental y no oriental!

La historia de la alimentación también nos ayudará a definir a esta enorme civilización, mito o fábula, lo veremos en su momento. Y a conocer el día a día de las gentes que dieron lugar a un mito o a una realidad. Porque comer es uno de los escasos actos recurrentes y necesarios para la vida en cualquier momento de la historia, y quizás su lenguaje aún ignoto hable de platos y productos milenarios. De sus banquetes y de su gozo por vivir.

La Atlántida representa también el modelo de cómo es posible conocer más y mejor la historia a través de pistas prácticamente perdidas y a veces incluso malinterpretadas. De cómo la historia, la arqueología y la geología necesitan colaborar para obtener resultados precisos. Y también nos deja ese sabor de boca agridulce sobre los finales de las civilizaciones, en los que con frecuencia se alían catástrofes naturales con imperios decaídos en sus valores esenciales. No hay imperios eternos, no hay banquetes que se prolonguen a perpetuidad. Hay que seguir construyendo sobre lo caído, y hay que seguir viviendo. Y comiendo.

Cocinen. A ser posible platos tradicionales, que tengan un sentido y una historia, y coman bien. Comer es cultura, es la base de nuestro patrimonio y la forma de contar nuestra historia a los más jóvenes.