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¿Quiénes fueron los Tartessos y qué comían?
El territorio que ocuparon era de una importante feracidad: tierras ricas, campiña, costa, dehesa y tierras altas que aún hoy son de una enorme riqueza agrícola y ganadera
Tartessos, un pueblo íbero descendiente de los pueblos del Bronce final atlántico y que estableció la que se conoce como Primera Civilización de Occidente, vive aún a caballo entre la prehistoria y el mundo antiguo. Desgraciadamente, aunque los tartesos desarrollaron sistemas de escritura, no se ha conseguido traducir aún: falta una nueva Piedra Rosetta que proporcione las claves, o una mente brillante que conjeture teorías y conduzca hacia realidades. Entonces empezará a brillar con esa luz propia que hace mucho tiempo que se percibe.
Los últimos años han sido pródigos en excelente investigación sobre este pueblo, que se conformó en una zona que ocupaba las actuales provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla, y cuya expansión alcanzó las provincias de Málaga, Córdoba, Badajoz e incluso el Algarve portugués.
El territorio que ocuparon era de una importante feracidad: tierras ricas, campiña, costa, dehesa y tierras altas que aún hoy son de una enorme riqueza agrícola y ganadera. La producción agroalimentaria incluía innumerables variedades de productos, y estos en abundancia. E incluso nos consta que dispusieron de otro tipo de bienes para comerciar: los metales. Oro, plata, estaño y bronce fueron los que enriquecieron a este pueblo y que se expandieron por todo el Mediterráneo a lo largo de la duración de esta civilización, entre los S.XIII al V a.C.
Con una geografía algo diferente a la actual, la desembocadura del Guadalquivir era una gran zona abierta y con mayor desarrollo de marisma: el Lacus Ligustinus, una ensenada que recogía las aguas del Guadalquivir y que se fue colmatando con el paso del tiempo dando lugar a la zona actual, de marisma aún en ciertos lugares pero con una costa bien perfilada. A orillas de este eje que supuso el Guadalquivir se desarrolló Tartessos, que utilizó el río como vía de comunicación. Lugares como Asta Regia, El Carambolo, Cerro Salomón o Carmona son algunos de los más eminentes yacimientos arqueológicos que muestran su historia.
Los orígenes de Tartessos se nutren, como todas las civilizaciones que se precian, de leyendas. La primera de ellas es la de los reyes mitológicos: Gerión, Gárgoris y Habis, todos ellos vinculados de una forma extraordinaria con los fundamentos de la primera de las culturas, la agricultura. A través de sus historias vamos acercándonos a estadios humanos civilizados y organizados. El primero de ellos, Gerión, vivía más allá de las columnas de Hércules: era un rico pastor que poseía rebaños de bueyes y vacas rojas, y que le robó el héroe griego Heracles, en uno de sus míticos doce trabajos.
Por su parte, Gárgoris, Rey también de los curetes según la mitología inventó dos habilidades imprescindibles, la primera de ellas, la apicultura, que les dio no sólo miel para la elaboración de una repostería de corte mediterráneo, también una rica y fermentada hidromiel, proporcionó métodos de conservación e incluso adobo de carnes. Además, Gárgoris inventó el comercio, algo muy necesario porque en época ya histórica sus tierras serían visitadas por griegos y fenicios en busca de sus míticas riquezas.
El último de la saga mitológica es Habis, hijo y nieto de Gárgoris porque fue fruto del incesto con su hija, y que según las leyendas tartesias fue el descubridor de la agricultura. Aprendió a labrar la tierra con ayuda de bueyes y de un arado, y se lo enseñó a su pueblo. Y no sólo eso, la agricultura condujo a una sociedad con leyes y con un orden. Ya tenemos los orígenes de una civilización.
El único rey del que sí nos habla la historia fue Argantonio, quizás más una estirpe que una sola persona pero, en cualquier caso, sí sabemos que reinó en el s. VI. Y fomentó el comercio y la amistad con los griegos. Tras ese auge de relaciones internacionales, producción agroalimentaria y poder político, se acaban las noticias que tenemos de Tartessos, desapareciendo entre las brumas de la historia.
Toda esta historia es la nuestra, es la de una civilización que aún se nos muestra remisa porque no hemos aprendido a interpretar su escritura. Que se nutrió de cereales, panes y gachas, que celebró banquetes con vino y cerveza y que peregrinó a centros religiosos o santuarios como Cancho Roano. Lugar este último donde se han encontrado ánforas con cereales (trigo y cebada) y legumbres (habas), algunas de ellas repletas de frutos secos (piñones y almendras) y vino, miel de jara, aceite y aceitunas.
Entre los instrumentos de este lugar se han hallado asadores de hierro, quizás para cocinar carne, molinos de mano para triturar cereal y auténticas despensas con innumerables ánforas repletas de comida. Era evidente que este yacimiento estaba bien preparado para acoger a numerosos peregrinos o visitantes. Además de todo esto había cerámica para la celebración de los banquetes, algunas piezas de origen griego y otras de fabricación local, así como vasos metálicos y cuchillos.
Como sociedad organizada y rica en recursos, probablemente había panaderos, cocineros y sirvientes que se ocuparan de la organización y desarrollo de los banquetes. Desde luego, la tartesia era una sociedad estructurada, compleja y próspera. La primera civilización de Occidente estuvo bien nutrida, disfrutó de los placeres de la mesa e incluso pudo ofrecer a sus dioses y a sus visitantes banquetes en los que gozar de los productos y platos creados por ellos. Una auténtica gastronomía de los orígenes que forma parte de ese sustrato cultural y alimentario que estableció unos comienzos dignos de dioses, héroes y reyes.