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La comida debería volver a ser comida, no una amalgama de productos hipertransformados, modificados y sazonados

Gastronomía

Gran parte de la oferta culinaria actual ¿es verdaderamente comida?

A todo el mundo le gusta comer bien y todos queremos estar sanos, pero para conseguirlo fehacientemente hay que ponerse a ello

Los índices de obesidad en España son alarmantes, los últimos nos dicen que un 16,5% de hombres de más de 18 años y un 15,5% de mujeres la padecen. Y el 10,3% de los niños. Son unos porcentajes elevados, y es un tipo de obesidad muy diferente a la que se veía hace algunas decenas de años. La obesidad se ha convertido en una auténtica pandemia preocupante, sobre la que necesitamos reflexionar. Banalizar este asunto convirtiendo una enfermedad en una reivindicación es un desatino.

A este dato se suma la carestía de los alimentos, cuestión con la que probablemente se relacione, sumada a la falta de ejercicio físico pero sobre todo con la abundancia y bajo coste de los platos elaborados de mala calidad. La cuestión es casi inquietante. ¿Es posible que los buenos productos, sencillos y sin transformar sean más caros que los platos elaborados? Es una cuestión algo más que curiosa, es una verdadera paradoja que nos conduce a preguntarnos si todos esos platos tan económicos y asequibles son realmente comida, auténtica comida. Y si no lo son, y todos lo sabemos ¿por qué se siguen consumiendo?

Quizás haya llegado el momento de reflexionar sobre la paradoja de cómo los elevados índices de audiencia de los programas sobre cocina no se vean reflejados en la vida cotidiana. Ni en las estadísticas de obesidad ni en la correcta progresión de los hábitos alimentarios, no sólo de los españoles, sino de todo occidente.

Es decir, la gente piensa en comida, ve programas sobre comida y habla sobre ella. Pero ni cocina ni come bien ¿No resulta extravagante esta combinación? Esta inconsistencia tiene una aparente explicación bastante sencilla: a esas personas que viven así les gusta observar, sin esforzarse. Ver la tele es una actividad pasiva, que no exige esfuerzo, mientras que elegir una receta, hacer la compra y cocinar son actividades que sí requieren vigor para ponerse en marcha, un poco de imaginación para hacer recetas buenas y un rato de dedicación a prepararlas. Y no es que todo ello suponga un esfuerzo imposible, el proceso sólo requiere ciertos bríos y un poco de organización.

Así que, quizás, la cuestión quizás sea más profunda y la clave sea que faltan ganas para realizar pequeños esfuerzos. Porque a todo el mundo le gusta comer bien y todos queremos estar sanos, son dos afirmaciones generales que se pueden aplicar a todos nosotros. Pero para conseguirlo fehacientemente hay que ponerse a ello. Si quieres que tus comidas estén cocinadas con un buen aceite de oliva virgen extra, por ejemplo, no puedes seleccionar para tu nutrición platos preelaborados, porque en un porcentaje que impresiona no lo llevan. Y así con innumerables ingredientes, no sólo de los que carece este tipo de cocina, sino los que se añaden en exceso y sin necesidad, o incluso el uso de técnicas que deterioran muchos componentes nutricionales propios de alimento original.

Es posible que convenga reflexionar en este sentido, dedicar menos tiempo a esas actividades pasivas que para colmo abren el apetito (que se satisface con refrescos y aperitivos fáciles y embolsados), y ponerse en marcha para buscar buenos ingredientes y cocinarlos personalmente. O elegir restaurantes y bares donde se cocinen de maravilla.

Engullir cualquier cosa para aplacar el hambre es útil, sí, pero no es bueno ni es saludable. Nos enreda en ese maremágnum de prisas en el que nos hemos acomodado en este siglo de contrastes. Y ha llegado el momento de cambiar de posición ¿Recuerdan la conexión de los alimentos con los ciclos de la naturaleza? Cuando guisar un pollo era una fiesta, o cuando llegaba la temporada de otoño, que tenemos a punto, y la cocina se colmaba de aroma a higos, a uvas y caquis, a granadas, mezclados con los últimos tomates maduros y a punto para una buena salsa. El recuerdo de los olores y el sabor de los auténticos alimentos, puede ser una buena imagen para empezar.

La comida debería volver a ser comida, no una amalgama de productos hipertransformados, modificados, sazonados y enriquecidos con colorantes, conservantes y potenciadores del sabor. Que quiebran la salud, mientras pagamos por ellos, en un ciclo absurdo de nuevo que lleva a enfermar en esa inaudita paradoja en la que alguien se beneficia, pero ese no es el consumidor.

Comer no puede ser una cuestión de ideología, no se puede prostituir de esa forma algo tan necesario para la salud, para el gozo de vivir. Pero solo lo conseguiremos si hay una exigencia vehemente del consumidor, si se dejan de consumir esos alimentos que sólo aplacan el apetito y engordan absurdamente, porque en realidad no alimentan. Y no hablemos de insectos, carne de laboratorio y otras transformaciones de la ingeniería alimentaria.

Hay que acercarse de nuevo a las verduras, a las carnes, a los pescados, a las aromáticas y a los frutos de otra forma, porque son no sólo son los ingredientes que producen el placer de comer bien si están bien aderezados. También son una de las claves para una vida más saludable. Defender lo que nos corresponde, como seres que forman parte de la naturaleza y deben vivir en equilibrio con ella, hacer el esfuerzo que exige la vida y reclamar productos hijos de esa naturaleza, como nosotros mismos. Volver a comer bien es posible, pero exige de cada uno un pequeño esfuerzo, alejarse de las corrientes fáciles, baratas e industriales que piensan en usted como en un número.