Fundado en 1910

Las políticas agrarias están perjudicando notablemente al sector de la producción de alimentos

Gastronomía

Cuando comer se volvió una cuestión «climáticamente dañina»

Si comer es una cuestión «climáticamente dañina», ¿qué somos los seres humanos?

Lo que ocurre en el resto Europa sucede también en casa; Alemania o Francia, España o Italia son hermanos que se encuentran en parecidas situaciones en ciertos aspectos. Así que es inevitable que lo que pasa un día entre los agricultores de uno de los países pueda suceder entre el resto en un plazo de tiempo corto. Porque muchas de las medidas que se están tomando con respecto a la anulación de las subvenciones que favorecen a la producción agrícola y ganadera desde Alemania y Francia pueden repetirse en cadena.

El problema es que las políticas agrarias están perjudicando notablemente al sector de la producción de alimentos debido a que los vehículos destinados al trabajo agrícola se consideran «climáticamente dañinos», en el caso de Alemania. Además de consideraciones de diferente índole de desprecio al medio rural. Ahorrar en apoyos al sector que nos nutre es, convengamos, por lo menos antihumano en el sentido más estricto de no facilitar a precio razonable el alimento vital.

La excusa es que el cultivo es climáticamente dañino. No han «caído» en que, con toda probabilidad, lo más dañino de todo será el no disponer de alimentos buenos, sanos, a buen precio y elegidos en libertad ¿Dónde quedamos los seres humanos, si la producción de su sustento se considera ofensiva para el clima? Los ciudadanos estamos sólo como el pagafantas de la fiesta en la que incluso se atreven a suprimir el condumio. Parece que se oye un runrún, es el nuevo eslogan de la clase política: «todo para el pueblo, menos la comida; y sin el pueblo».

La clave es precisamente la libertad, para que cada uno pueda seleccionar los alimentos a placer. No los que queden después de la escabechina, no los que se impongan porque no haya otros. Los que a cada uno le plazca. Porque de otra forma tendríamos una alimentación manipulada, que en definitiva es la máxima de las manipulaciones, porque comemos varias veces al día durante toda la vida.

Inquieta el motivo, los motivos, sencillamente porque no son explícitos, pero, sobre todo, lo que más inquieta es que no inquiete a los gobernantes el problema que sobreviene con la escasez de alimentos. Que es final del ciclo, si los productos no están ni se les espera; si se recorta la producción y sólo disfrutamos de unos pocos alimentos, el recetario y la mesa se resentirán, no lo duden. Y la solución no puede ser que alguien, en algún sitio, elabore productos clónicos y que después los proporcionen a bajo precio.

La cuestión se complica más aún con el problema del transporte marítimo por el Mar Rojo, por donde transitan una parte importante del crudo y del gas natural de todo el mundo. Un conflicto geopolítico de envergadura, porque también se transportan cereales y otros alimentos, y cuya nueva ruta, rodeando África, repercutirá su mayor desplazamiento –diez días más largos– en el coste de las mercancías, es decir, en nuestros bolsillos. La logística es un territorio complejo, y la suma de varios problemas que afectan a los alimentos puede ser el desencadenante de un problema que no necesitamos, pero que se avecina.

Así que entre el terrorismo en Oriente y la pacata e insensata política agraria en Europa, es probable que presenciemos días complicados en la mesa. Veremos. No terminan de aprender, ni nosotros terminamos de hacerles comprender que la política es un servicio, una obligación con la sociedad, no un derecho que les permite cualquier baladronada.