El fascinante descubrimiento en Málaga que demuestra que ya se producía vino hace 3.000 años
El hallazgo en el entorno del dolmen de Menga evidencia que ya se habían desarrollado técnicas capaces de dominar la viticultura
Recientemente se ha realizado un importante descubrimiento en el entorno del fabuloso dolmen de Menga, en Antequera, provincia de Málaga. La publicación de la intervención realizada en la campaña 2005-6 aporta, entre otros, este formidable resultado, ya que, según su editor, 3.000 años antes de los fenicios, en España ya se producía vino en sus variedades blanco y tinto.
Se trata de un descubrimiento muy importante: es la evidencia de que ya en esta época se habían desarrollado técnicas capaces de dominar la viticultura tanto como la vinicultura. Y confirma que este descubrimiento se realizó de forma independiente al que se realizó en Oriente. De forma que no fueron los fenicios los portadores del nuevo producto, de la tecnología para su desarrollo ayudada por los conocimientos agrícolas necesarios para poner estos procesos en correcto funcionamiento y convertirlos en bebidas agradables. Si no que los propios españoles de entonces fueron capaces de contrastar, experimentar, observar e inventar los vinos.
Esto me hacía reflexionar sobre lo alegremente que se han atribuido todos los buenos descubrimientos a lo largo de nuestra historia a pueblos extranjeros. En este caso, a los fenicios. A quienes también se les atribuyó en su momento el aprendizaje local sobre las técnicas de olivicultura y elaboración del aceite de oliva. Siempre se dijo que hasta que los fenicios no llegaron a nuestras costas con todo el conocimiento oriental, no había habido en España ni vino ni aceite de oliva.
Olivos con buen rendimiento
Algo que resultaba extraño, porque ya sabíamos que en Tartessos se consumía vino, aunque se presumía que este era de importación. Además, había olivos con buen rendimiento en todo el territorio español, y se extraía aceite de ellos. Posiblemente, gracias a los contactos con pueblos orientales, todo este desarrollo se mejoró, se amplificó y se obtuvieron mayores rentabilidades en la producción tanto de vino como de aceite de oliva.
Desconozco porque extraño concepto siempre hemos creído que otros –foráneos– hacían mejor las cosas que nosotros, y no una, sino todas. En lo personal apuesto por el talento local, que como la investigación nos demuestra, ha sido capaz de estructurar una producción agrícola, ganadera y pesquera milenaria. Y de hacerla productiva, rentable y capaz de exportar excedentes de altísima calidad. Que a su vez ha generado una gastronomía envidiable, digna de ser una de las causas finales de un extraordinario éxito turístico español.
Variedades de uva
Podemos creérnoslo, por fin. Los constructores de megalitos (al menos los de Menga), hace la friolera de más de cinco mil años sabían criar uva, transformarla, envasarla y conseguir un bebedizo fermentado en dos variedades. Conocieron, por tanto, las variedades de uva y la importancia del hollejo. Y después bebieron, celebraron e inventaron los banquetes, que se terminarían haciendo más importantes, más complejos, y más gastronómicos gracias a la presencia del vino local, entre otras golosinas.
Sin menospreciar lo necesario y valioso del contacto con otros pueblos, podemos estar orgullosos del talento local, de su disposición para desarrollar técnicas, de su capacidad de aprender y trabajar para tener una vida mejor. Y sí, ya podemos decir que lo autóctono tiene un gran valor. Cuando una civilización es capaz de fabricar vino y de disfrutar bebiéndolo es verdaderamente culta, y la nuestra, la que conforma nuestro ADN no solo genético, sino también cultural, lo es.